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A veces me lo tomo en serio.

El 19 de abril se celebra el Día de la Bicicleta. Pocos saben realmente lo que se conmemora ese día, pero creo que a pesar de ello fue una buena excusa para inventarse un día al año para el mejor invento del mundo. En realidad, el Día de la Bicicleta fue por un error.
Albert Hoffman era un químico quien un buen 19 de abril de 1943 estaba estudiando la reacción de su cuerpo a una sustancia que luego el mundo hippie bautizaría de diferentes maneras, pero que técnicamente se ha abreviado con la sigla LSD. La breve entrada de su diario ese día (que escribió con gran dificultad, confiesa en su libro) dice así:
“4/19/43 16:20: 0.5 cc of 1/2 promil aqueous solution of diethylamide tartrate orally = 0.25 mg tartrate. Taken diluted with about 10 cc water. Tasteless.
17:00: Beginning dizziness, feeling of anxiety, visual distortions, symptoms of paralysis, desire to laugh.”
(en traducción: se tomó la sustancia, no tenía sabor, se mareó, se sintió ansioso, luego con distorsiones visuales, síntomas de parálisis y ganas de reír. Lo demás son cosas químicas que no van al caso y no entiendo).
El 21 de abril Hoffman agregó a su diario que entre las 6 y 8 pm tuvo una crisis severa antes de llegar a su casa en bicicleta y mejorarse tomando lechecita de los vecinos. En resumen, ese día Hoffman logró dos cosas: fundar el Día de la Bicicleta y crear una droga alucinógena, por accidente y por error. Y, pensándolo bien: ¿no cometemos todos accidentes y errores con más frecuencia los viernes en la noche?
Pero lo más interesante no es la historia del LSD y el “Día de la Bicicleta” (esa ya la habrán leído u oído en otra parte), sino la razón por la cual Hoffman utilizó la bicicleta. Les doy un momento para que concluyan con la información de arriba la razón por la que el tipo se fue en ese bello vehículo a su hogar. Piensen un ratico para ver qué se les ocurre antes de seguir leyendo.

(Espacio para elucubrar respuestas)

Cuando yo leía esta historia, siempre me quedaba pensando que si yo hubiese descubierto una droga alucinógena desconocida un viernes en la noche, ¿por qué se me habría ocurrido irme en bicicleta a mi casa? Mejor dicho: si yo hubiese experimentado lo mismo que Hoffman y no tenía idea qué era lo que estaba pasando y que probablemente iba a morir en minutos si no hacía algo al respecto, ¿por qué habría de decir “ah, bueno, vamos a casa, ¿por qué no en bici?”?

Seamos sinceros: los que hemos intentado andar en bicicleta con más de tres cervezas encima sabemos que no es la mejor idea andar en medio del tráfico balancéandose sobre dos ruedas (incluso varios tendremos historias interesantes que contar al respecto, algunos con un poco de arrepentimiento).

Alguien entre las lectoras habrá caído en cuenta que Hoffman no se montó a la bicicleta por decisión o convicción como diciendo “oh, gran vehículo de transporte sostenible y seguridad y equidad: llévame a salvo a mi hogar”. En realidad lo hizo porque estaba en la mitad de la Segunda Guerra Mundial y el uso del combustible (como muchas otras cosas) era restringido, y en particular para uso de automóviles. En ese contexto, la mejor manera para llegar en ese estado a su casa a tomar leche de sus vecinos era en bicicleta, o así lo juzgó el asistente de laboratorio que lo acompañó.

Surgen preguntas a borbotones: ¿sin restricciones al uso del automóvil, habrían entonces fundado el “día del automóvil”? ¿habrían volado por un precipicio debido a una fatal combinación de la alucinación del doctor Hoffman con la peligrosidad inherente en un automóvil de la década de 1940? ¿Era su asistente un activista de la bicicleta? ¿Qué bicicleta habrá sido la que usó? ¿Cuándo será la próxima crisis energética? (y algunos estarán pensando dónde se podrá conseguir LSD…).

A pesar de tantas preguntas, lo único que sabremos es que al pobre Hoffman lo persiguieron durante el resto de su vida académicos, literatos y muchos hippies en busca de “la Verdad”, algunos yendo de paso por su laboratorio como parte de un viaje a la India a pedirle consejos sobre la vida, sobre el significado de sus “viajes”, incluso uno que llegó en una motocicleta a regañarlo porque no le parecía que tuviera un aspecto adecuado para ser el creador del LSD. Otros le agradecían por crear el LSD porque les había abierto sus mentes a un mundo nuevo y lleno de sensibilidades.
Ninguno le habló de bicicletas.

Si yo hubiese tenido la oportunidad de conocer a Hoffman, le habría hablado mucho rato de bicicletas y le habría dicho que, en menor grado pero tal vez con una intensidad mayor a la esperada, montar en bicicleta siempre ha sido para mí una experiencia fundamental para encontrar mi camino (excepto el día que me atropellaron. Ese día mi camino me llevó al hospital, y en realidad iba apenas a hacer una vuelta).

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