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Aunque sepamos que el mundo está lleno de mártires apuñalados por tratar de salvar a otros, hay ocasiones en los que los héroes sí existen. Yo conocí uno de estos casos: un tipo que salvó a otro de que le robaran la bicicleta en una historia de la cual todos salieron ilesos.

Yo tengo un miedo perenne de que algún día algún malhechor me busque en la calle y me regañe por haber difundido la forma más impecable de estafa para apoderarse de una bicicleta mediante lo que denominé “La Técnica Milenaria”. Aunque uno no debe hacerse autobombo, ahora sé que por lo menos una persona ha sido salvada por el conocimiento de dicha técnica – y espero que sean muchos más los que se beneficien de esta labor de descripción. Para quienes no conocen la Técnica Milenaria, pueden leer mi descripción aquí. Para los que no quieren leer eso y prefieren el resumen: es un método de estafa-robo mediante el cual un personaje se acerca al incauto ciclista, le lleva a “la casa de su tío” a buscar unas camisas de ciclismo que vende. Luego, con ayuda de “su primo” (un personaje a pie con una botella o maleta en su mano) logran engañar al incauto ciclista para que, sin darse cuenta, les entregue la bicicleta para que den una vuelta y, así no más, le roba. Es una forma sencilla e impecable de quitarle una bicicleta a alguien, que siempre sigue los mismos pasos y varía muy poco. Y tiene una efectividad considerable, según puedo atestiguar (porque le pasó a un amigo, no a mí…).

Hace unas semanas supe de un relato en el que un usuario común y corriente detuvo una Técnica Milenaria sin mucha planificación, y logró que el incauto usuario saliera a salvo de la situación. Para hacer todo más didáctico y relatar la historia, hice un relato gráfico que paso a presentar abajo. Debido a mi poca capacidad como dibujante, el relato gráfico por sí solo cojea y debo hacer una descripción de cada escena para quienes no entiendan. Sugiero entonces que hagan el intento de ver los dibujos y, si no entienden nada (lo cual es altamente probable) pasen a leer las descripciones escritas de cada dibujo. Comencemos, por favor:

(para estar a la moda de las últimas tecnologías, el relato es presentado como si fuese visto desde un dron)

Las convenciones del relato son las que siguen:

0-convenciones-roboLR

Ya comprendidas las convenciones, nuestro relato comienza con el primer momento: el momento inicial donde el “amigo” presenta al incauto ciclista con “el primo”, y en ese momento le dice que olvidó las llaves y que ya vuelve. El aspecto inesperado de este relato y que lo diferencia de la Milenaria típica es que hay otro ciclista en la escena y que nadie esperaba ver: un personaje que llamaremos de ahora en adelante “Nuestro Héroe”, quien iba pasando por ahí. Era, por así decirlo, un hombre entrenado en el arte de evadir una Técnica milenaria. Su estrategia principal planeada ante una técnica milenaria era la de todos los ciclistas conocedores: hacerse el de las gafas y no hacer caso al “amigo” ciclista.
En el caso de nuestro relato, Nuestro Héroe iba bajando por la calle 61 entre carreras 5 y 6 de Bogotá, rumbo al lugar donde se hospedaba. Silbaba tranquilamente pero, de repente, al ver la situación clásica de La Milenaria (tres personas, dos en bicicleta y la tercera a pie y con una botella en su mano), su hipocampo envió una señal a su prefrontal y sistema límbico indicándoles que sí, que ahí había algo que debía reconocer y ante lo cual debía actuar. Como un jaguar, pupilas dilatadas y todo, Nuestro Héroe se detuvo sigilosamente a estudiar la situación desde una distancia antes de decidir si iba a actuar al respecto (y cómo).

(véase escena 1 a ver si se entiende algo)

Momento inicial del robo

Viene entonces el momento clave de la historia: el Momento Milenario en que el “primo” pide prestada la bicicleta al ciclista incauto para pedirle que le deje dar una vuelta, no sin antes dejarle engrampado con la botella que tenía. Esta sutileza indica que el primo busca generar confianza en el ciclista incauto: “mire, usted me presta su bicicleta y yo le dejo una cosa que tengo en mi mano porque, viejito, así usted sabe que ya vuelvo”. Por razones que la ciencia contemporánea aún no ha podido aclarar, el ciclista incauto automáticamente derriba sus prejuicios y deja ir su bicicleta, como quien dice “ah, sí, me dio una botella cuyo valor es despreciable comparado con el de mi bicicleta, pero por alguna razón me siento tranquilo y confío en este primo que acabo de conocer”. Nuestro Héroe se preparó para la acción.

(véase la segunda escena para ver si ahora sí se entiende)

El momento Milenario

Pero ojo: Nuestro Héroe se percató de la situación y, al ver cuidadosamente todo desde una distancia y reconfirmar que aquello que acontecía era una Técnica Milenaria en acción, decidió abalanzarse y frenar al primo y su intento de escapatoria. Su estrategia sería la de llegar como si también fuera un conocido de alguno gritando “quiiuuuuboooo” y cortando el camino del primo. Nuestro Héroe se la estaba jugando toda: de pronto le propinaban un golpe. De pronto le apuñalaban. O le cortaban el estómago y sacaban de allí su intestino delgado para regarlo por la calle formando la frase “con loz milhenarrios no ze metan HPs”. Tal vez le armaban una gritería para decirle que él era el ladrón y que ellos simplemente estaban dando una vuelta. Tal vez llegaba el ESMAD a darle bolillo. Tal vez llovían ranas. Uno nunca sabe.

(véase la tercera escena para ver si ahora sí se entiende)

El momento inesperado

Si esto fuera un periódico del siglo XIX, yo dejaría este cuento aquí y les pediría que esperen a la próxima entrega para que durasen una semana entera mordiéndose las uñas para saber qué iba a pasar con Nuestro Héroe, que en míseras tres escenas ya tiene cautivados sus corazones por completo. Siendo el siglo XXI y con el lapso de atención que tienen ustedes, más flojo que el de una mosca de fruta, prefiero terminar el relato con la cuarta escena:

Una vez abalanzado contra el primo y habiendo efectivamente detenido la operación de la Técnica Milenaria, Nuestro Héroe tenía varias opciones:
– Entrar en un combate mano a mano con el primo para dejarle claro que con los milenarios sí se meten y que van a salir perdiendo: Nuestro Héroe, aunque héroe, no es tan docto en el arte del combate mano a mano – con su condición langaruta como el carajo, esta opción fue descartada de inmediato (de hecho ni siquiera fue contemplada)-.
– Detenida la Técnica Milenaria, Nuestro Héroe podía seguir al ciclista incauto (ahora nervioso y no tan incauto) para darle una sesión pedagógica de las diferentes formas de robo de bicicletas, la manera como se debe ubicar un candado en su bicicleta, los lugares que debe o no frecuentar, cómo entrenar para subir Patios en menos de 30 sin perder la esperanza, y demás temas que cualquier ciclista urbano de Bogotá debe conocer y comprender. Esta opción, por muy pedagógica y útil que fuere para el incauto ciclista, no era viable para Nuestro Héroe. Con su visión Kafkiana del mundo, Nuestro Héroe tenía la total certeza de que sería él quien terminaría en la estación de policía acusado de ladrón. En un milisegundo (porque todo pasa en milisegundos en la mente de un Héroe), pasaron las escenas por su cabeza: el ciclista incauto sacando el celular a escondidas y mandando mensajes de texto a quien más pudiera para indicarles dónde estaba y que un tipo súper raro, que había llegado gritando de la nada a una situación donde a él simplemente le iban a mostrar unas camisetas, le estaba persiguiendo para robarle y trataba de ganarse su confianza hablándole de subir a Patios. Minutos más tarde, sería detenido por la policía, golpeado, cortado en el estómago y sus intestinos regados por la calle (esa escena se repite en su cabeza con gran frecuencia desde que se vio esa película de Hannibal Lecter), para luego pasar sus días desintestinados en una celda sin luz y acosado por guardas y reclusos, su único amigo un ratón con quien compartía su ración diaria de leche. Esta alternativa pedagógica, sin duda, no era una opción viable para nada.
– Seguir su camino, raudo y veloz, como si nada hubiera pasado. Además de evitar las dos opciones anteriores y salvar sus intestinos, esta opción tenía la ventaja agregada de poder sentirse como Batman, o algún encapuchado heroico de comics gringos a quien nadie alcanza a agradecer cuando de repente sale volando o montado en alguna máquina sofisticada. Quién quita, tal vez podría hacerse un disfraz para salir a combatir el crimen de manera sutil. Por lo pronto, su recompensa sería haber hecho el bien a un ciclista incauto que le agradecería años después, tal vez sentado en una silla mecedora a sus setenta u ochenta años cuando recordara esa bella escena en la que su vida y su bicicleta fueron salvadas por un Héroe desconocido. Tal vez, incluso, el ciclista incauto contaría esa historia a un nieto pequeño que apenas comenzaba a aprender a montar en bicicleta y le pedía consejos – y moría segundos después de haber terminado la historia, balbuceando unas últimas palabras de “Gracias, Nuestro Héroe” antes de que sus intestinos fuesen regados por el piso (como ven, a Nuestro Héroe se le ocurre la escena de los intestinos rodando por el piso sin importar la causa o contexto donde sucediera, por ilógica e improbable que pueda ser)-.

(si todavía sigue leyendo esto y no lo ha distraído un video de un gatico o un chat de un amigo del colegio al que no ve hace años pero que realmente le vale güevo en qué anda, véase la cuarta escena)

Momento de anonimato triunfal

Y para no dejar de lado el temita: Todos los ciclistas son héroes urbanos”, reza el dicho recientemente acuñado en nuestra fea ciudad. Eso, a mi parecer, no es cierto. Creo que todos los ciclistas se creen héroes urbanos pero algunos se están volviendo más bien una plaga urbana. Volándose semáforos, regañando peatones y diciéndole a todos que están salvando el mundo, nos están amargando la vida a los demás y sacándonos la piedra con su soberbia. Si usted es un ciclista urbano y quiere ser un héroe, merézcaselo: pare cuando vea el semáforo en rojo, deténgase ante su amigo peatón (que es el rey del tránsito) y circule por la ciudad como si fuera un actor vial y no una polilla con diarrea que necesita llegar al baño más cercano. Si nada de esto es posible porque usted es un alma libre como el viento y la bicicleta es libertad o por la mariguanada que sea, por lo menos ayude a difundir La Palabra y cuéntele esta historia de la Técnica Milenaria a alguien más.

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PERFIL
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Carlos Felipe Pardo es un colombiano con maestría en urbanismo de la London School of Economics que trabaja en temas de transporte sostenible, desarrollo urbano y calidad de vida. Le ha tocado ir a más de 60 ciudades en Europa, América Latina, Asia y África a dar asesorías, presentaciones y cursos sobre esos temas. Ha escrito libros y capítulos (unos más buenos que otros), varios de los cuales están en la página de su organización Despacio.org

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5 Comentarios
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  1. Pensé que era un cuentero el que escribió este articulo. Jamas hubiera pensado que se trataba de un Magister, y menos de una Universidad tan prestigiosa haciendo semejantes mamarrachos. Da Pena ajena…

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