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Leyendo en total concentración y desconexión

«Verás, la cosa es así. Cuando el pensamiento precedente ya ha pasado y el pensamiento siguiente aún no ha surgido, ¿no se produce un intervalo?

– Sí – reconoció Apa Pant

– Pues bien, prolóngalo: la meditación es eso»

Jamyang Khyentse – (Rimpoche, 1995, p 114)

Duré una semana desconectado de redes sociales y de mi correo electrónico. Incluso desconecté Whatsapp de mi celular. Y parece que no fue mala idea. Hace casi tres años había hecho algo parecido porque me robaron el celular y duré una semana sin él, pero esta vez lo hice sin que me robaran nada y realmente desconectado (no me he metido a mi correo ni a Facebook ni a Twitter ni a Linkedin ni a Whatsapp ni a nada de eso desde ningún dispositivo en siete días), entonces fue un ejercicio más interesante y más total. Incluso puse una respuesta automática en mi correo electrónico que decía que iba a estar totalmente desconectado durante una semana.

Aclaro: sí dejé acceso a internet para las demás cosas, lo cual evitó que mi experiencia fuera totalmente retrógrada o tipo Amish. Y también debo aclarar que estuve de vacaciones, lo cual hizo el ejercicio menos difícil pero en cualquier caso valió la pena. Por último, hay que caer en cuenta que mi experimento de hace tres años fue con mi celular pero no con mi computador. Esta vez estuve de verdad verdad desconectado en todos los dispositivos.

Una semana sin acceso a esos tipos de comunicación instantánea fue bastante interesante, a pesar de que fuera un experimento bastante breve y nada innovador (por allá en el 2013 este tipo se desconectó 100% de internet durante un año).  En cualquier caso, yo quería hacer una especie de desintoxicación para ver si se me quitaba el dolor de espalda y si perdía la manía permanente de sacar mi celular en cada instante que tuviera libre, cual revólver del Antiguo Oeste. Y pude hacerlo durante una semana entera porque en Semana Santa hay solo dos días laborales en los que, así vayan a la oficina, la gente generalmente no está trabajando en cosas urgentes ni para las que necesiten reacciones rápidas.

La cosa funcionó casi por completo en términos de lo que yo esperaba: me desintoxiqué (no hay exámenes para demostrarlo – aún – pero sí se siente, como explico luego), perdí la manía de «revólver» con mi celular pero no se me quitó el dolor de espalda – eso parece ser más profundo y complejo de lo que imaginé-. Entonces parece que Facebook no causa dolor de espalda, aunque Whatsapp sí genera problemas físicos como el «Whatsappitis» – llamado así en una investigación de Inés Fernández en honor al «Nintenditis» de los 80s-.

Más allá de perder mi carácter de vaquero renegado del siglo XXI, pasaron cosas más interesantes durante (y después de) mi experimento de desconexión parcial:

– Presto más atención. En general, todo lo que me rodea y lo que tengo en frente lo puedo examinar mejor y con más calma. Obvio, como ya no tengo una cosa que me vibra en el bolsillo cada cinco minutos, puedo dedicar más tiempo y más concentración a cualquier evento de la vida real que acontezca, algunos de los cuales son bastante más importantes que cualquier cosa que esté pasando en mi celular (como el meme del Papa Francisco que mandan en el grupo de Whatsapp de mis tías).

– Experimento menos ansiedad. En serio, lo juro. No me dí cuenta sino hasta el puro final, pero ya no me angustio por estar en otro sitio o por terminar algo. Así tenga perfectamente clara la hora que es o el momento en que hay que estar en algún lugar, no insisto tanto en que hay que salir. Todavía no lo entiendo pero sí paso.

– Me acordé de mi biblioteca y de la creciente pila de libros encima de mi mesa de noche. En seis días terminé un libro sobre Corea del Norte del que solo había leído veinte páginas, luego me clavé completico un libro sobre Budismo tibetano de más de quinientas páginas (!), y ahora voy avanzando con tres libros sobre la historia de Alicia en el País de las Maravillas, las distintas versiones que se publicaron y muchas anotaciones a la versión definitiva, entre otras cosas. Sí, es cierto que era Semana Santa y estaba de vacaciones, pero en cualquier otra semana de vacaciones que hubiese tenido prendidos los ladrones de tiempo que son las redes sociales no habría siquiera terminado el libro de Corea del Norte.

Esta experiencia de lectura fue tal vez la que más gocé de todo mi experimento: lo que leí tenía un contenido infinitamente más útil que lo que veo paseándome por las redes sociales (hoy lo intenté: 5 minutos de lectura sobre Lewis Carroll versus 5 minutos de pasearse Facebook. Con lo primero aprendí todo sobre el paseo en bote donde surgió «Alicia en el País de las Maravillas», con lo segundo aprendí que los gatos pueden cantar, que un tipo que medio conozco estuvo en algún matrimonio, que otro estuvo en una playa pero no sabe tomar fotos, y que el Secre de Planeación de Bogotá tiene una casa en un lugar con un montón de cosas verdes (si digo «potrero» o «Reserva» me meten en un bando político). Ahora díganme: ¿Cuál de las dos experiencias es más útil, o por lo menos interesante?

Y pues sí, en general tuve una experiencia más completa de la realidad física del universo que habitamos. Mejor dicho, me sentí más ahí… Debo recordar que leí un libro de budismo tibetano de más de quinientas páginas, entonces sí se me aflojaron algunos tornillos en este proceso, pero no tanto para que me vean rapado y con una sotana naranja merodeando por la ciudad.

No obstante, lo más difícil de toda la semana fue la reacción de algunas personas que no pudieron creer que yo me hubiera desconectado totalmente, incluso de mi correo electrónico. Una me preguntó «pero usted ¿dónde está?» y la otra me dijo «algún día me explicas esa teoría» – las dos implicando que yo no debería estar desconectado tanto tiempo ni por ninguna razón, como si estar de vacaciones no fuera exactamente para estar fuera de contacto con las cosas menos relevantes-.

Ahora el cuento es volver al mundo «real» donde es mejor conectar Whatsapp y puedo volver a Facebook y Twitter y todo eso. Y sí, lo hice, lo hago y lo seguiré haciendo. Pero aprendí que de verdad no es tan importante estar ahí conectado permanentemente. Recordé lo que había pensado en 2013, pero creo que lo logré materializar mucho mejor y encontrar reflexiones más útiles, duraderas y relevantes para mi vida diaria. Y espero que esta vez me vaya mejor y no recaiga en la permanencia de la comunicación de redes sociales virtuales, y siga viviendo en el mundo real de verdad-verdad, no en el mundo «real» de los aparaticos.

 

«Maestro, ¿cómo aplicáis la iluminación a la acción? ¿Cómo la ponéis en práctica en la vida cotidiana?

– Al comer y al dormir – responde el maestro

– Pero, maestro, todo el mundo come y todo el mundo duerme.

– ¡Pero no todo el mundo come cuando come, ni todo el mundo duerme cuando duerme!»

(relato Zen)

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