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cfp-buda

Yo no hago trámites porque me toca, los hago por gusto. Pero es un gusto perverso como el que uno siente cuando sube a Patios en bicicleta y le duelen las piernas después, o como cuando alguien se cae aparatosamente y uno estaba justo en frente. Aunque sí debo admitir que, además del gusto perverso que siento al hacer trámites, tengo también un interés práctico: hago trámites o dedico tiempo a revisar cosas para tener algo escandaloso que reportar en alguna parte.

Y sí, yo soy relativamente escandaloso -diría que muy escandaloso pero después de ver las historias de la Sanín puedo decir que soy más bien un dócil bloguero que da su opinión-. Pero vean: una vez me puse a evaluar el piloto de bicicletas públicas BiciBog y publiqué (con ayuda de un colega) unas recomendaciones bastante concretas y sinceras sobre ese sistema. Algunos decían que fue un informe incendiario, pero yo sigo pensando que sirvió decirle a la ciudad que su piloto de bicicletas públicas no había estado tan bien planeado, y que ponerle cofia y casco a un ciclista no era una buena idea.

Otra vez me clavaron un parte por ir muy rápido en el carro (sí, yo sé, y escribo en un blog que se llama «Despacio») y me fui a hacer el cursillo de Movilidad en el CADE de la 13 porque sabía que iba a ser interesante. El resultado fue un post donde describí en gran detalle la jornada inútil que fue ese cursillo de tránsito -creo que otro resultado fueron un par de canas del entonces Secretario de Movilidad.

Pero llevaba mucho tiempo sin encontrar un tema escandaloso en Bogotá, hasta que me di cuenta que tenía que hacer un trámite: la despignoración de mi vehículo automotor en el SIM (insértese música dramática). Yo ya lo había intentado en 2013: fui al SIM de movilidad de la 147 y llevé todos los papeles que pedía la página web (eran como setecientos papeles, creo que tuve que comprar un A-Z solo para ese propósito). Después de una fila de dos horas, la joven a cargo de recibir los papeles me dijo que la carta que habían emitido en el banco que levantaba la prenda de mi vehículo no estaba bien redactada: decía la placa de mi carro, mi nombre, mi cédula, indicaba claramente que ya había terminado de pagar la deuda por el bendito carro, pero no decía un código equis que solo sabían Jesucristo, el RUNT y ella. A pesar de mis profundos respiros, mis llamados a la coherencia («señorita, pero si está mi cédula, la placa y la carta, ¿no puede sacar usted ‘por sistema’ ese dato que falta?» – «sí señor, pero ese no es el proceso») fue imposible lograr el trámite. Como no iba a vender el carro, guardé los documentos y me dije a mí mismo «esto lo voy a hacer algún día que mi mente esté serena y haya aprendido a tener más paciencia ante los demás, compasión ante el otro, y amor al prójimo. Debo esperar y volver cuando sea más sabio».

Durante los siguientes cuatro años, leí un libro de 570 páginas sobre budismo tibetano, aprendí más sobre la compasión por las enseñanzas del Dalai Lama y Desmond Tutu, y en general me entrené a oír frases estúpidas como «sí señor pero ese no es el proceso» o «sí señor pero es que la fotocopia debe estar a 150 y debe traer el Cámara y Comercio con menos de 30 días» y no darles puñetazos por no saber hablar ni pensar -esto, en mi país, es la manera como uno aprende tener más paciencia ante los demás, compasión ante el otro, y amor al prójimo. En otros países tienen mandalas y jardines de arena. Nosotros tenemos establecimientos burocráticos. Colombia se ha especializado en hacer realidad la ficción Kafkiana, pero yo ya he aprendido en medio de mi sabiduría que esto es parte de las enseñanzas cósmicas del universo continuo en que vivimos.

superviviencia gratuita

Esta mañana no estaba seguro de estar preparado para revivir un trámite de despignoración (no digo «levantamiento de prenda» -el término técnico del trámite- por pudor).  Me desperté temprano y me arreglé, encontré un sobre de manila y lo llené con todos los papeles que se me ocurrieron para demostrar que (a) el carro es mío (b) ya pagué el carro (c) yo soy yo (d) soy un hombre de bien, y otros documentos ampliados al 150%. Llevé un certificado de la Cámara de Comercio por si acaso (por si lo piden, no sé para qué pero lo llevé). Saqué «El Proceso» de la biblioteca y leí rápidamente los apartes más horrorosos y me despedí con abrazos y besos de mi familia como si fuese a volver como Gregor Samsa o, peor aún, con los papeles devueltos para volver a hacer el trámite. Momentáneamente sentí un frío pasar por mi espalda cuando recordé el aviso de «la Supervivencia es gratuita» que tienen en la Notaría de mi barrio (¿Y… es gratuita?). Puse en mi maleta el libro del Dalai Lama y Desmond Tutu y, persignado, arranqué al SIM.

 

(— si usted es como yo, pesimista por convicción, no siga leyendo esto y más bien consígase «El arte de ser feliz» de Schopenhauer y léalo, porque lo sigue es una gran Oda a la Secretaría de Movilidad)

Nunca en mi vida había estado en una situación donde me dijeran que había traído muchos papeles. Me pidieron un papel. Uno. Una hoja donde había una carta del banco que decía que yo ya no debía plata del carro. Me entregaron un papel (¡uno solo!) donde tenía que llenar unos datos y después ir a sacar las improntas del vehículo (¡gratuitas!) y volver por un numerito. Lo llené, volví y no me lo devolvieron SINO QUE ME DIJERON QUÉ TENÍA QUE PONER Y ME ESPERARON A QUE LO PUSIERA para seguir el trámite. Sin joder, duré doce minutos en todo eso y ya me habían dado el numerito para esperar que me tramitaran todos los papeles… «Pero, señora, ¿no es más? ¿Solo tengo que esperar? – «Sí, ya con eso queda, ya lo llaman»…

nino

Hay momentos en los que uno piensa que su universo se partió en dos y que uno se quedó en el paralelo donde todo funciona distinto. Cuando me dijeron que los papeles estaban bien, que ya me llamaban para finalizar el trámite, yo me sentí en ese otro universo. Llamé a mi esposa para cerciorarme de estar vivo y de que ese nuevo universo la contenía a ella, y le hablé de temas típicos que me confirmaran que todo seguía igual (tipo «y nuestros dos hijos en el colegio… tan chévere, ¿no?»).

Todo seguía igual. Todo era, exceptuando la ausencia de solicitudes de ampliaciones al 150 y «cámara y comercio con 30 días», normal. De hecho, todo sigue igual desde esta mañana y ya mi trámite fue resuelto. Yo que había apartado la mañana entera para esto, ni siquiera supe qué hacer cuando salí del SIM tres horas antes de lo esperado y con la vuelta resuelta. Algo anda bien en esta ciudad. De pronto ya no van a caer ranas. Felicito a los funcionarios de la Dirección de Servicio al Ciudadano de la Secretaría de Movilidad por ser capaces de generar un universo alterno donde los trámites se pueden hacer. La cruzada por implementar la ley anti-trámites apenas comienza. Ánimo, tropa.

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