«Últimamente he vuelto a esa gloriosa sociedad llamada soledad» (Henry David Thoureau en carta a H.G.O. Blake, 1 January 1859)
«Soy realmente un ‘viajero solitario’ y nunca he pertenecido a mi país, mi hogar, mis amigos o incluso mi familia inmediata, con todo mi corazón; ante todos estos lazos, nunca he perdido una sensación de distancia y una necesidad de soledad» (Albert Einstein)
Había un tipo en mi colegio que no me caía bien, y hasta esta semana caí en cuenta por qué era. El tipo no tenía nada malo, no era jarto ni bobo ni tenía mal aliento. Solamente tenía una costumbre DESESPERANTE que fue lo que me hizo hacerme siempre lejos de él en clase y no hablarle mucho en los recreos: el man timbraba cuando iba a hacer una pregunta. Para ocultar su identidad, le voy a nombrar Timbre.
Yo sé, casi todos nosotros ODIAMOS esa costumbre de Timbre de usar el dedo índice para gentilmente timbrar a una persona para decirle «oiga», como si la persona fuese sorda o como si una pregunta tuviera que tener tanto cantante como batería. Yo ya les he empezado a decir a mis hijos que esa cosa de timbrar no es buena, y que los va a dejar sin amigos si lo llegan a hacer muy seguido. «Solo háganlo con los viejitos cuando no los estén oyendo, es el único momento en que se justifica», les digo.
El sábado pasado me desperté para darme cuenta que mi celular no había cargado por completo (un «iPhone», en adelante «aifon» para ser castizos). La sensación extraña que tuve fue rápidamente reemplazada por un sentimiento de horror cuando toqué el celular y estaba muy MUY caliente… «me lo tiré, jijuemáquina… tercer aifon… TERCER aifon, vida h&j$e%u#a…». Todo lo confirmé cuando lo desconecté y, minutos después, se había descargado del todo el pedazo de m&e%da ese. Sudé frío, no solamente por haber caído en cuenta que después de ser despojado del primer aifon por un ladrón y de mojar hasta la muerte el segundo en la ciclovía nocturna del año pasado, había ya roto mi record personal quemando este tercero… retumbaban las palabras de mi sabia esposa en mi cabeza: «si-a-us-ted….le-ro-ban…e-se-ce-lu-lar…le-doy-un-fle-cha»… ¿aplicaría la regla? Esto no era un robo, ¡era simplemente piromanía involuntaria! ¡No fui yo! Fue la energía…
Para resumir el cuento: dañé mi celular, y estuve una semana entera sin él. Y duré toda la semana evaluando mi experiencia «off the grid», voluntariamente rechazando cualquier solución temporal (un flecha prepago, el teléfono de mi esposa, un cuarto aifon). Y aquí va mi reflexión casi completa:
Yo creé una organización y escribo bastantico sobre la idea de ir despacio. Busco explicarle a la gente la importancia de viajar, pensar y hacer todo a una velocidad adecuada, en el momento adecuado. Pero poco había hablado sobre la tecnología adecuada, en parte porque no había tenido oportunidad de pensar en eso o de llegar a conclusiones propias.
La situación fotografiada arriba es una presentación de preescolar a la que fui hace un rato. Yo voy a esas cosas a oír niños hablar en un idioma que no entiendo, llorar cuando oigo hablar a mi hija y, cuando el momento es adecuado, tomar fotos de situaciones o momentos clave. Una de las cuatro fotos que tomé durante una hora y media de presentación es esa de arriba, en particular porque nunca he entendido por qué hay alguna gente que insiste en que filmar una situación y tomar fotos de cada segundo que transcurre es mejor que experimentarla. Eso, mi actitud al tomar fotos frente a la actitud de algunas personas, es un resumen claro de lo que puede resumir mi propia filosofía de ir despacio.
Cuando perdí mi aifon, empecé a respirar rápido y de pronto hasta hiperventilé (casi despedazando mi camisa, de no ser porque tengo un autocontrol relativamente bueno). Pensé en todo lo que había perdido:
– Acceso rápido a lo que dicen en twitter
– Acceso rápido a lo que dicen en Facebook
– Acceso rápido a lo que escriben a mi correo electrónico
– Acceso (total) a la gente con la que hablo por whatsapp
Y después, con mayor pesar, caí en cuenta de las cosas que realmente me sirven y que había perdido:
– La cámara chiquita y de buena calidad que tiene el aparato ese
– La música para oírla cuando voy a la oficina (ya boté mi walkman hace rato)
– El calendario para acordarme de las reuniones, las horas, etc.
Eso fue un sábado. Tuve todo ese día para experimentar, como quien mete el dedo meñique del pie a una piscina helada, la vida sin celular ni internet ni todas esas cosas de arriba. Lo mismo el domingo, y no sentí gran diferencia. Pero llegó el lunes, y ahí comenzaron los hallazgos, que paso a describir a continuación:
El más importante: estar sin teléfono celular (y sin posibilidad de que alguien le contacte fácilmente) es como ese momento exacto en que uno se acuesta super cansado por las noches y su cabeza toca la almohada. Es la sensación más deliciosa que uno puede sentir en la vida, en particular cuando tres de cada 10 llamadas son personas indicándome que tienen una tarjeta de crédito a mi nombre que deben llevar YA MISMO a mi oficina, o que quieren confirmar mi dirección para hacerme llegar un paquete inigualable de alguna cosa. Y sí, en general, como ya se habrán dado cuenta los que han cometido el error de llamarme al celular, ODIO hablar por teléfono. Esa situación de no tener teléfono fue magnifica.
Otro gran hallazgo: El bendito aifon, con todos esos piticos y zumbidos de whatsapp, twitter, facebook, correo, linkedin, y quiensabecualpendejadamás, es el Timbre Moderno… piénsenlo… ¿ya?¿ sí o no? AAAH, ¿NO SOY UN BERRACO? Tal cual, el aifon (y el blackberry, ni hablar) son un amigo que creemos que nos toca tener porque nos timbra todo el día. A diferencia de Timbre, del aifon no somos tan capaces de escaparnos en recreo porque lo dejamos prendido hasta por las noches. Qué pendejos somos (o bueno, soy, porque después alguien me regaña).
Oootro maravilloso hallazgo: Paco, de quien hablé hace varios posts, es una de las personas con quien hablo (hablaba, más bien) exclusivamente por whatsapp. Ni siquiera nos timbrábamos al celular, y creo que hacía como dos meses que no lo veía pero casi todos los días había chateado con él por whatsapp. Y, voila, al ver que no le contestaba, Paco tuvo la increíble iniciativa de IR A BUSCARME a la oficina! Sí, como en «La Vida es Bella» cuando el tipo grita «MARÍA, LA CHIAAAVEE», Paco timbró en mi oficina para ver en qué andaba. Taráááaaan: No tener whatsapp me acercó a un amigo. ¿No está muy bueno eso?
No quiero aburrirlos contándoles el desespero de mis papás pidiéndome a gritos que arreglara el celular, ni tampoco profesando mi amor inimaginable y eterno hacia mi hermosa esposa porque entendió perfectamente mi experimento semanal (seguro decía «este man, dejémoslo que seguro cuando ya haya escrito algo bien largo se tranquiliza y vuelve a las mismas», y casi casito).
Para despertarlos después de más de 1.265 palabras, les voy a contar sobre el dispositivo tecnológico que tuve la fortuna de encontrar el martes de la semana siguiente, ante mi inminente necesidad de tomar apuntes y escribir magnas reflexiones sobre mi gran experimento.
El dispositivo del que les voy a hablar tiene las siguientes características:
– No tiene pila ni enchufe, ni necesita ser cargado de ninguna manera
– Ha sido diseñado para ayudar a pensar de manera profunda (de hecho fue el aparato que ayudó a Paul Auster a convertirse en escritor)
– su funcionalidad ha sido comprobada en el espacio sideral
– Es bbbbarato
– Es, en sí, un aparato imposible de ser robado
– Se ajusta orgánica y ergonómicamente a la velocidad adecuada de su usuario.
– no timbra.
SEÑORES Y SEÑORAS, ls presentooooo el Esfero Espacial Ruso (y su Libreta Moleskine acompañante):
El cuento del Esfero Espacial Ruso no es nuevo, y además es (más o menitos) apócrifo. En la época en que todo el mundo pensaba en cómo llegar a la luna y cuántos días podrían durar en el espacio, tanto los gringos como los rusos se pusieron a la tarea de inventarse un dispositivo de escritura que pudiera servir en gravedad cero, ya que los dispositivos de aquél entonces (las plumas o estilógrafos) no servían para un carajo. Después de millones de dólares de inversión y luego de una iniciativa privada por una fracción del costo, los gringos lograron inventarse un esfero con presión propia que vomitaba la tinta de manera adecuada para escribir en el espacio sideral.
Los rusos usaron un lápiz.
Y, pues, más en términos de voluntad propia, hay que prometerse a uno mismo y decir «mi mismo, no voy a ver el celular cada 15 minutos para ver qué ha pasao».
Carlos Felipe Pardo es un colombiano con maestría en urbanismo de la London School of Economics que trabaja en temas de transporte sostenible, desarrollo urbano y calidad de vida. Le ha tocado ir a más de 60 ciudades en Europa, América Latina, Asia y África a dar asesorías, presentaciones y cursos sobre esos temas. Ha escrito libros y capítulos (unos más buenos que otros), varios de los cuales están en la página de su organización Despacio.org
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