Vivimos en una ciudad donde tapar huecos es un tema clave de la agenda política. No reducir muertes. Ni generar empleo. Sino tapar huecos.
— Pardo (@carlosfpardo) September 15, 2014
Y antes de leer esto, la gran mayoría decía «ay, pero es que en esta ciudad lo que toca es mejorar las vías». Vamos bien…
Michel Foucault fue un calvo con ideas tan brillantes como su cabeza. Sus libros, ensayos, cursos y cualquier cosa que saliera de su boca o esfero eran claros y podían cambiar el punto de vista de una generación entera. Su libro Vigilar y Castigar presenta, entre otros temas, la transformación de las formas como se disciplinan los cuerpos, y su propuesta (como yo la interpreto) es que los cuerpos se disciplinan cada vez con menos cosas físicas que mentales.
Por su parte, Jean Piaget (un epistemólogo igualmente brillante) persiguió a sus hijos durante muchos años tomando notas de todo lo que hacían y escribió 40 libros sobre el desarrollo humano. Su idea básica es que la gente se vuelve cada vez más inteligente y que esto lo hace a través de una formalización de las operaciones… mejor dicho: cada vez son más simbólicas sus acciones y menos concretas. Su libro más maravilloso (y el último, creo) es «Psicogénesis e historia de la ciencia» y en ese libro el capítulo más increíble es el último.
Listo, dos párrafos después de mi introducción, quedan aquí solamente las personas que realmente quieren saber qué estoy escribiendo. Lo que quiero proponer aquí es que la política urbana es un reflejo perfecto de sus ciudadanos (idea vieja), que los alcaldes son reflejo de sus ciudadanos (idea aún más vieja) y, lo más importante: que cuando un alcalde busca mejorar su imagen tapando huecos es porque estamos totalmente jodidos. Más que Apple cuando se puso a sacar ‘aifons’ de diferentes colores porque ya no sabían cómo más innovar, Bogotá está inmersa en una crisis del pensamiento donde ya no busca cómo mejorar sino que se devuelve a la necesidad más inútil de su pobre y desabrida existencia que se puede resumir en una frase del Hombre Incauto:
«si no pueden hacer nada útil, por lo menos tápeme los huecos, no joda».
En una ciudad de América Latina que prefiero no nombrar hay un aviso lo más de apropiado para esta situación. El aviso, pagado por el alcalde de turno, dice «Las obras entran por los ojos», y me pareció la forma más patética de demostrar que estamos en medio de una política urbana muy triste: los éxitos solo pueden entrar por los ojos, porque sus ciudadanos no pueden invertir un solo segundo en comprender un proyecto exitoso si no tiene algo que mostrar. En nuestra ciudad no se juzgan las cosas porque haya menos muertes (¿alguien siquiera sabe cuántas muertes violentas hay en Bogotá al día?), mejor educación o más salud. Las cosas en Bogotá se juzgan por:
– la cantidad de puentes que hayan construido,
– los grafitis (su presencia u omisión, cualquiera es mala idea)
– los huecos de su vía predilecta (si los taparon o no).
Lo más triste de todo es que tenemos alcaldes (casi todos lo han sido) que le siguen la corriente a los ciudadanos y les dan eso: huecos tapados y le muestran con lujo de detalles:
RT @umvbogota: ¡Dejó de ser un Cráter! Kr 7B Cl 124. @petrogustavo #MáquinaTapahuecos pic.twitter.com/FJCnQox6xG
— Bogotá Humana (@BogotaHumanaYA) September 15, 2014
Así todo, esos gobernantes se salen con la suya: el rating de su alcaldía sin tapar huecos sería de 50% pero tapando huecos sería, por lo menos, 70% de aprobación. Y diez años después de su mandato hay alguien que dice «uy, no, Equis Man si fue muy malito, pero por lo menos nos entregó una ciudad sin huecos» (válgase el ejemplo: Rojas Pinilla no es tan recordado como un presidente dictatorial sino como el que construyó la Avenida El Dorado).
Sugiero que los alcaldes y los ciudadanos honren a Foucault y a Piaget y nos demuestren que la política urbana que entra por los ojos no debería ser la reinante, y que las cosas que no se ven deben ser las que tengan más relevancia. Mientras tanto, ciudadanos y alcaldes vamos a seguir siendo niños de cuatro años que todavía no pueden distinguir entre el contenido de un vaso gordo y uno flaco.
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