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Hace diez años terminó la historia terrenal del Joe Arroyo. Pero a pesar de la década transcurrida sin su presencia, Colombia y, en especial Barranquilla, no olvidan jamás a este genio de la música, creador de un ritmo sin igual que bautizó como el “Joeson”.
Como un largo capítulo de telenovela, su vida estuvo marcada por las carencias, el esfuerzo, las alegrías y las tristeza que culminaron después de sufridos 29 días postrado en una cama de hospital, despojado de su alegría innata; impedido para desplegar esa misma alegría que contagió a millones de corazones en el mundo entero; sin que esa voz indescifrable, visceral y única que nos hacía olvidar las penas resonara más: el Joe, el gran Álvaro José Arroyo, partió para siempre. Sus restos, como habría sido su voluntad desde hace mucho tiempo, reposan aquí, en su tierra adoptiva, esa misma que lo hizo declarar en versos preñados de su genial “Joeson”, que… “¡en Barranquilla me quedo!”.

El mundo de la música, sus seguidores, sus amigos, sus familiares y todos sus compatriotas lloraron su partida y son, esos mismos, quienes hoy lo recuerdan como él hubiera querido: con alegría, al compás de sus mejores éxitos. El legado que dejó este multifacético artista será difícil de emular, porque sus composiciones, lo novedoso de su ritmo y su mítica personalidad, hacen que no pueda ser igualado por nadie más. Tal como lo dijera en su histórica entrevista a Mauricio Silva para la revista “Rolling Stone”… “Se necesitarán 300 años para que nazca otro Joe”.

Recuerdo hoy aquel nefasto 26 de julio. Su muerte produjo una mezcla de dolor con incredulidad. Y es que era difícil aceptar que el gran Joe, no iba a estar más.. En la oficina, en medio de una charla de trabajo, alguien se atrevió a gritar, justo a los 7:45 de la mañana la terrible sentencia: ¡Acaba de morir el Joe! Aunque las actividades siguieron su curso, todos teníamos cara de velorio.

Y es que el Joe no sólo fue padre de sus hijos, el compañero de su esposa, el hermano de sus hermanos…este cantante era parte de cada uno de nosotros porque sus canciones –en realidad himnos inmortales—nos acompañaron desde que por primera vez nos escapábamos a una fiestecita de viernes y nos enloquecíamos con “El Ausente”, uno de sus primeros y más legendarios éxitos.

El Joe vivió como le dio la gana. Hizo de la noche su día, de allí “El centurión de la noche”. Fue cómplice inspirador en medio de bataholas de droga y alcohol en las que terminaba, increíblemente, componiendo piezas maestras que daban fe de su estado, caso por ejemplo, de “El tumbatecho”.

Pero la vida le pasó factura cobrándole el precio más caro: su propia vida. En los últimos diez años sus ingresos a clínicas fueron repetitivos y paulatinamente se le dejó de ver de manera activa en los escenarios. No caminaba bien; su aparato motriz fallaba; su presión arterial era cada vez más díscola y el azúcar y sus reincidencias en la droga y el alcohol, terminaron de cavar su anticipada sepultura.

El Joe vivió como le dio la gana. Hizo de la noche su día, de allí “El centurión de la noche”. Fue cómplice inspirador en medio de bataholas de droga y alcohol en las que terminaba, increíblemente, componiendo piezas maestras que daban fe de su estado, caso por ejemplo, de “El tumbatecho”. Le cantó al amor, a su música, a su tierra, al orgullo de su raza negra, rescató los orígenes de los ritmos cumbiamberos, mezcló la herencia africana como el chandé con la salsa, creando así un ritmo que se convirtió en receta perfecta para melómanos, productores, bailadores y amantes de la música en general.

Él solo, sin maquinarias multinacionales ni propagandísticas que elevan hoy la imagen de cualquier aparecido, se ganó a finales de la década de los noventa el honor de ser reconocido como uno de los 5 cantantes más importantes e influyentes del mundo; fue portada de la revista Rolling Stone; y reventó escenarios en Europa y América, poniendo a bailar, al ritmo de “Rebelión” con su explícita crítica a la Conquista, a los mismísimos reyes de España.

Como el amor verdadero, al Joe se le amó tal y como fue. Sin necesidad de maquillajes ni impulsado por retratos e historias amañadas. Se le admiró y se le quiso, reconociéndoseD su grandeza y aceptándole sus excesos, sus defectos y sus errores. Ese gran artista se nos adelantó hace diez años en la partida final. Y allá, en el cielo de los genios, estará estremeciendo los rincones con su grito peculiar y, quien sabe, dedicándonos un “Colombianos, el Joe nunca los olvida”, mientras que ángeles y santos empiezan a prender la guachafita.
Mientras tanto, desde aquí esperamos que te llegue este grito que combina toda la admiración por tu legado musical: Joe: ¡Colombia nunca te olvida!

 

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