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En el preciso momento en que estaba explicándole a un grupo de estudiantes de sexto semestre de comunicación social y periodismo cómo se construye el eje narrativo en la redacción de una crónica, apareció él. Su figura alta y delgada estaba arrecostada a la puerta y con la ceremonia que lo caracteriza se excusó con la clase y me preguntó si podía salir un momento.

Ya afuera, me dijo: – Vamos al centro de medios, quiero que veas algo que acaba de pasar en Nueva York-.

Cuando fui detrás del profesor Robin Jiménez al Centro de Medios de la Universidad Autónoma del Caribe, me encontré a cinco operadores de cámaras pegados a los monitores de televisión. – Es que hubo un accidente raro- me dice uno. Una avioneta se estrelló contra un edificio en Nueva York.

En ese mismo instante, a través de la CNN, un periodista canoso de aspecto cansado trataba de explicar que estaban haciendo esfuerzos por confirmar las circunstancias del «accidente», cuando otra imagen se superpone en sus monitores y alguien advierte, alterado, que algo está pasando: otro avión había hecho impacto sobre las colosales estructuras.

 

Ya nadie volvió a utilizar la palabra «accidente» y la teoría de un atentado empezó a abrirse camino entre los periodistas que ahora, con cara de terror, daban la información.

A las 8:46 de la mañana, el vuelo 11 de American Airlines, que transportaba a 76 pasajeros y llevaba 11 miembros de la tripulación también tenía a bordo a cinco terroristas que terminaron chocando la aeronave entre los pisos 93 y 96 de la torre norte, según detalla el 9-11 Memorial and Museum.

La aeronave había despegado de Boston con destino a Los Ángeles, pero fue secuestrada por extremistas de la célula Al-Qaeda durante los primeros minutos del vuelo.

Aún nadie se reponía de las dantescas imágenes del avión enterrado en la torre, en medio de las llamas, cuando de la nada apareció el segundo. La televisión, está vez, captó nítido el terrible hecho.

“Cuando lo vimos en vivo, ahora sabíamos que esto era a propósito”, dijo para France 24 el hoy teniente George Díaz, de 64 años y quien continúa trabajando como bombero.

La nueva y dantesca escena era la del vuelo 175 de United Airlines, que viajaba con 51 pasajeros a bordo y exactamente a las 9:03 a.m. se estrelló en una bola de fuego contra la torre sur. La aeronave volaba con 51 pasajeros, nueve miembros de la tripulación y cinco terroristas.

En ese preciso momento, la sala de edición del centro de medios de la Uniautónoma estaba llena de profesores enmudecidos, de estudiantes aterrados y de dos señoras del aseo que aún no entendían si eso estaba pasando de verdad verdad, o era una película de las que los operarios solían ver en sus ratos de ocio.

Traté de recordar en todos los años que tenía ejerciendo el periodismo un hecho similar en el mundo, de esa magnitud, y me di cuenta de que, sin duda, este era el más aterrador. Mientras seguía envuelto en mis pensamientos, el presentador de CNN, visiblemente afectado, anunciaba que otro avión había hecho impacto en el pentágono.

El decano de la Facultad, Marco de Castro, que se había unido al grupo que veía compungido las tétricas imágenes, soltó un madrazo mientras me miraba a mí de soslayo para decir que esos árabes eran unos locos de mierda.

-Me refiero a los terroristas, claro- me dijo como para congraciarse conmigo.

Y la televisión seguía mostrando sin parar imágenes dignas de una película de terror. Era como la peor pesadilla llevada a la televisión. Como si los terribles sueños en las noches más oscuras no solo se hicieran realidad, sino que, además, se retransmitía por televisión una y otra y otra vez.

Y es que al tiempo que las llamas consumían a las icónicas torres gemelas, esas mismas que aparecían gloriosas y altivas cada semana en todas las películas de Hollywood, miramos con espanto como unas pequeñas figuritas se silueteaban en el aire contra un cielo intensamente azul: eran las figuras de decenas de personas que se arrojaban desde las ventanas tratando de huir de las llamas que lo devoraban todo.

Según France 24, las grabaciones de llamadas a la línea de emergencias 911, hechas públicas por las autoridades, dan muestra del horror en su interior cuando muchos suplicaban por ayuda. La atención se centraba en Nueva York, pero los extremistas tenían más blancos en la mira, que poco a poco, los periodistas, con cara de velorio, ojos aguados y una voz gutural, iban anunciando uno a uno.

Un minuto antes de las diez de la mañana, el mundo entero, en vivo y en directo a través de las imágenes que decenas de canales transmitían en ese momento, fue testigo del derrumbe de un gigante: en esa hora exacta, empieza a caer en la torre sur del World Trade Center.

A las 10:28 a.m., La torre norte del WTC se derrumbó. El tiempo entre el primer ataque y el colapso de ambas edificaciones fue de 102 minutos.

“Había muchos gritos por el radio de los bomberos (diciendo) que estaban enterrados, pidiendo ayuda. Nosotros los podíamos escuchar, pero era difícil conseguirlos porque era: ‘Estoy aquí, estoy debajo de este edificio, estoy en el piso siete’, pero ya no había piso siete, todo había caído ya. Los que estaban enterrados no sabían”, explica Díaz con una voz ronca, una secuela en su salud tras las maratónicas operaciones de limpieza que vivió por los siguientes meses.

Un informe de la BBC reveló que el colapso de la Torre Norte mató a todos los que aún están allí, con la excepción de 12 bomberos, un policía y tres civiles que se encuentran en la escalera B de la Torre Norte, la cual pasó a ser recordada como “la escalera de los sobrevivientes”.

“Los ataques del 11 de septiembre fueron eventos de una desproporción incomparable”, dice el “Reporte de la Comisión del 11-S”, un informe sobre los ataques creado por legisladores estadounidenses de ambos partidos y publicado a mediados de 2004, citado por la BBC.

Con 2.977 personas muertas (sin contar a los 19 atacantes), fue la mayor pérdida de vidas en suelo estadounidense provocada por un ataque del extranjero.

Media hora después, un estudiante entró a la sala de edición donde seguíamos viendo como hipnotizados las imborrables escenas, y me preguntó que si ya íbamos a empezar la clase.

Lo miré como un zombi y le dije: -hoy no. Pero si ves la TV ahora, te darás cuenta de lo que a los periodistas nos toca contar…

La historia ya estaba contada. Una historia de horror en la que cuatro aviones comerciales, con pasajeros a bordo, se habían convertido en letales armas de destrucción en las manos de fundamentalistas radicales que cambió para siempre la historia de los Estados Unidos en lo que ha sido el golpe más duro al corazón de su soberanía y a su orgullo patrio.

Hoy, veinte años después de la múltiple tragedia que enlutó a más de 3 mil hogares estadounidenses, los familiares de las víctimas exigen la verdad. Reclaman que todos los que de alguna manera apoyaron el múltiple atentado, sean juzgados por ello. El presidente Biden, en un paso hacia esclarecer quienes más estuvieron detrás del terrible atentado del 11 de septiembre de 2001, ha desclasificado los archivos y la esperanza de encontrar nuevos hallazgos habita ahora en el corazón de los familiares y sobrevivientes que reclaman justicia. Y que jamás, como nosotros que vimos a miles de kilómetros de distancia  la magnitud de ese terrible atentado al corazón de los Estados Unidos, podrán olvidar.

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