Y esperaré la muerte –amiga muerte- mientras afuera llueve. Así termina la primera hoja del testamento literario del maestro Fernando Soto Aparicio (Bitácora del Agonizante), de la misma forma en que finaliza su libro ‘Mientras llueve’ en 1966. Desde el 66 hasta el 2016, han pasado muchas cosas, entre ellas el luto del mundo de las letras con su muerte hoy hace 3 meses.
Cuando comencé mi carrera de comunicación social conocí al maestro Soto, ya lo había leído cuando mi mamá estaba en la universidad y le asignaron algunos libros de él. Hablar un par de minutos con este hombre fue fascinante por su claridad mental sobre nuestra realidad, por su sencillez y su disposición. Esa entrevista se me perdió con el tiempo, pero creo que a veces los recuerdos de los momentos son más gratos cuando se tienen en la memoria. En esta entrada voy a recurrir a esa memoria a través de algunas mujeres que lo rodearon.
‘Las mujeres que iluminaron los pasos de mi vida, son las mismas que están acompañándome en los pasos difíciles de mi agonía’, dice otra parte de su bitácora, mujeres como su hija Liliana Soto, como su editora Mireya Fonseca, como su amiga Camila Melo o como en el caso mío, su admiradora.
A su hija desde pequeña la llevó por el mundo de la lectura, le enseñó a ella y a sus hermanos a leer, no sólo de forma literal, les enseñó a ser selectivos en la lectura y tuvieron el placer de ojear fragmentos de sus libros antes de ser publicados. Ahora ella es docente y, aunque asegura que la escritura no es lo suyo, sí tiene el don de sembrar el hábito de la lectura en sus estudiantes. Sobrellevar la pérdida del maestro no ha sido nada fácil, se le recuerda en todo momento no sólo en la casa de la familia Soto, también en los múltiples homenajes que desde su partida se han realizado. Se le recuerda además, por el valor de escribir sus últimas páginas sin fuerza en su brazo derecho, pero con todo el contenido de su intelecto para plasmar una despedida digna de un genio, que reflejó en su recorrido literario una denuncia a las injusticias y una declaración al amor como motor del mundo.
‘Él podía morir pero los libros no’… Hace 14 años Mireya pasó de ser lectora para convertirse en editora del maestro Soto, entre la amistad y complicidad que se formó con el autor, fue testigo de, como ella lo llama, la carpintería detrás de sus textos, en especial del último que fue sin duda, el más difícil. Desde su título que anunciaba su despedida, hasta el encuentro con cada una de las mujeres a las que rindió homenaje, porque fueron ellas las que trazaron la intención de cada salmo. El maestro siempre enalteció la figura femenina. Hablar de él causa una nostalgia sin tristeza, vio la totalidad de sus libros publicados y eso reconforta.
Salmo XXII: Y fui feliz y me embriagué de vida y deambulé por todos los placeres. Pude probar la pulpa deliciosa de las ciruelas y de las mujeres.
Para finalizar, despido la entrada de una forma mucho más poética a cargo de Camila Melo, quien me dio la alegría de presentarme al maestro en vida:
Quizás este momento es ficción. Quizás lo único real es el verbo que nace para liberar al hombre ante su opaco silencio. Ese hombre que sentado en su escritorio, se transfigura en historia, en verso y en soneto. Cada vez que sus dedos teclean en el abismo de signos antepuestos en una máquina de escribir, su corazón se vuelve oasis, y la palabra, un puente. Él hace, que la duna sea témpano, que los relatos venzan la entropía, que el lenguaje retorne al origen de las quimeras para exorcizar daimones.
Ese hombre que, camina entre sus propias tinieblas, danza en la inmensidad de sus invenciones, y no le teme a principios ni a finales porque el tiempo es una ficción y un despeñadero. Siempre esquivó a la gracia y a la rimbombancia, renuncia a la parafernalia de las apariencias, y anhela que el único eco que susurre su nombre, sea el que libere a sus lectores de sus propios espejismos. Ni siquiera la muerte, allá afuera mientras llueve, podrá atraparlo entre sus minuteros impasibles.
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