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Los disturbios, nuevamente, en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, un grupo de mujeres violentas, feministas, terroristas, se hicieron presentes en las calles de Bogotá, rompiendo, destruyendo el mobiliario de la capital colombiana.
Es necesario aclarar en esta descripción no hablo de todas las mujeres que participan en las marchas, que son pacíficas y que tienen conciencia del papel fundamental e importancia del derecho a la protesta. Hago referencia a las violentas que se infiltran en las convocatorias sociales, convirtiéndolas en un asco. Como este M8 2024, cuando todo terminó en disturbios. Encapuchadas feministas acabaron con los eucoles (vitrinas de avisos) instalados en los paraderos de buses, que sirven para esperar el transporte público y ampararse de la lluvia o el sol.
Las estaciones de TransMilenio volvieron este año y en esta fecha a ser el blanco de la furia irracional. Cinco de ellas fueron atacadas y se les causaron millonarios daños.
No se entiende por qué o para qué o qué quieren decir o demostrar o dejar como parte de ejemplo con estos hechos de destrucción. ¿Qué tiene que ver el ataque, la ruptura de la infraestructura pública, el pintar las estaciones de TransMilenio con la defensa de los derechos de la mujer?
Es un grupo de mujeres que el día 8 de marzo incendian, destrozan, sacan lo peor de su condición humana para arruinar el Día Internacional de la Mujer, sabotearlo, convertir en un fango, en un barrial, en una tristeza, una fiesta que es una oportunidad para rechazar la violencia de género, pedir respeto, pedir por la igualdad, por el derecho al trabajo, por el derecho a mejores condiciones de vida, por el derecho a la no discriminación, por el derecho al amor, por el derecho a ser respetadas y respetar.
Pero no, no, no… las bandidas rompen vidrios, quiebran los avisos publicitarios de los eucoles y las estaciones, los monumentos, como el de La Pola, recién restaurado, que quedó destruido, la carrera séptima, la calle 26, la carrera 30, la estación del Concejo de Bogotá. Grafitean, cubren sus caras con pasamontañas y pintan con plantillas y spray la ciudad para dejar mensajes de muerte. ¡Destruyen la infraestructura pública y privada!
Y lo grave: cuentan con la complicidad de las manifestantes que guardan silencio ante la actitud intimidante y violenta de estas activistas terroristas.
Esta amenazante actitud nada tiene que ver ni ayuda a la reivindicación de los derechos de la mujer y va en contravía de la consigna de ‘No a la Violencia’.
Unos actos vandálicos que quedan a la vista de la ciudad, sin ninguna multa, sin ninguna sanción y sin ninguna detenida para que respondan por los daños a los bienes públicos y privados.
No se explica la estrategia que utilizan estas ‘desadaptadas’ que agreden a la fuerza pública, donde además hay mujeres policías que prestan su servicio, agrediéndoles con gritos de ‘maricas’, ‘asesinos’ y ‘vendidos’.
Estos servidores públicos, hombres y mujeres, ven en esta marcha en riesgo su integridad, su humanidad, ante la imposibilidad de poderse defender, detener o llamar la atención a estas enfurecidas mujeres que, además de sus actitudes, van en la marcha consumiendo marihuana y alcohol.
Por último, líderes de estas marchas se van en contra del alcalde Mayor de Bogotá, Carlos Fernando Galán, y lo responsabilizan de no garantizar el derecho a la marcha, la vida y el buen trato de quienes no marchan sino atentan contra la ciudad.