La palabra “presidente” en el título de este escrito está entre comillas, porque si bien Alejandro Toledo ya fue presidente, muy seguramente no volverá a ostentar esta responsabilidad. En este momento es uno de los varios candidatos que compiten por ganar las elecciones presidenciales en el Perú el próximo abril de 2016. Compitiendo con otro expresidente y varios dirigentes políticos de su país recorre cada una de las provincias con el único objetivo de posicionarse como una opción real para conseguir la victoria. Y a mí no me parece que su papel en estas elecciones deba ser el de un candidato más.
Conocí al expresidente peruano en uno de los grupos de trabajo dentro del marco de la agenda organizada entre la Fundación Buen Gobierno, el Club de Madrid y la Universidad de los Andes en Bogotá, en el 2015, para tratar temas de gobernanza, economía y política en América Latina. Alejandro Toledo tomó la palabra y en medio de expertos en política pública de diferentes países, y expresidentes de Chile, Uruguay, México, Colombia y Costa Rica, explicó lo que para él representa la renovación política en las democracias del vecindario. Lo recuerdo bien porque su posición en ese momento resultó ser coherente y sensata para un defensor de la democracia, para un dirigente político que salvó a su país de la dictadura de Fujimori y logró llegar a la presidencia democráticamente. Al finalizar el día me senté con él y Eliane Karp, su esposa desde el 72, para hablar sobre la participación de los jóvenes en la política peruana. Uno quisiera pensar que las responsabilidades de nuestros dirigentes políticos no se deben enganchar en esa constante lucha de llegar y mantenerse en el poder, sino que más bien deben patrocinar perseverantemente cambios importantes en nuestras sociedades, incentivado nuevos líderes, fortaleciendo nuestras democracias por medio del voto y la participación política, el debate y la construcción social, sin dejar nunca de lado la crítica ciudadana con conocimiento.
Los dirigentes, los partidos políticos y las instituciones responsables de conservar y avivar la democracia, deben formar y promover nuevos cerebros que le aporten a los diferentes cargos políticos en sus países. Esto no quiere decir que esa formación de líderes se limite a jóvenes con proyección política, sino también académicos, empresarios, expertos y técnicos en diferentes disciplinas que quieran participar en el sector público, como constructores de democracias estables y estados sólidos. Reduciendo la corrupción y el clientelismo que es el común dominador en los gobiernos de toda la región. Por eso es importante que los nuevos líderes se formen y se capaciten. Esto porque hoy día no todos los dirigentes políticos que logran llegar al poder y deben soportar grandes responsabilidades están capacitados para hacerlo con éxito. Y como ejemplo tenemos lo que pasó en Colombia con el alcalde de Bogotá. Gustavo Petro cayó en una lista de desaciertos achacables a su inexperiencia en lo administrativo, inexperiencia que lo empujaba con regularidad a un cuarto oscuro de improvisación, al error, al bochorno. O lo que conocemos de los gobiernos de Chávez y Maduro en Venezuela para no seguir hacia el norte.
Debo reconocer a Alejandro Toledo como un político y académico de gran calibre, que por suerte tenemos en América Latina, si entendemos que es un hombre formado en la academia y con experiencia en múltiples cargos de responsabilidades estrictas. Toledo en esencia es un cerebro productor de soluciones y consejero de decisiones que pueden lograr grandes avances en política económica, empresarial y social en la región. Y es ahí en donde las necesidades de América Latina lo reclaman, lo necesitan.
Por múltiples razones que en este escrito no explicaré, la opinión pública olvida más rápido los logros de los políticos que los desaciertos. Yo estoy seguro que tanto lo bueno como lo malo debe conservarse en la memoria con igualdad de condiciones si lo que se quiere es tener al final, un consenso real y separado de apasionamientos. Pero lo que sucede generalmente es que la política está impulsada por emociones y las emociones casi nunca son racionales. Tal vez eso explique por qué Alejandro Toledo hoy no logre posicionarse en las encuestas que miden la intención del voto de los peruanos para las presidenciales próximas, aun cuando Toledo logró en su gobierno grandes avances para el país, y por el contrario Keiko Fujimori lidere todas las encuestas con gran ventaja, siendo la hija del presidente que robó al Perú mientras lo llevaba a una dictadura sin salida. Aquí no quiero decir que Keiko es mala candidata por tener un padre corrupto y que Toledo es mejor, solo quiero resaltar el comportamiento de la opinión popular frente a una competencia tan importante como las elecciones presidenciales. A poco menos de dos meses el panorama electoral puede cambiar, y el orden de los resultados de las encuestas puede sufrir cambios definitivos. A Keiko la acusan de enriquecimiento ilícito por los negocios de su esposo, y detrás de ella, en el tercer lugar va ganando poco a poco puntos PPK, un economista y profesor universitario con posibilidades de alcanzar en las encuestas a Keiko.
Un hombre como Alejandro Toledo no debería estar hoy buscando votos para él, y menos repitiendo lo que los peruanos ya saben, que viene de la pobreza extrema y que gracias a su gusto por el estudio y su compromiso logró salir adelante. Pienso que le podría aportar mucho más a la democracia si apoyara a uno de los otros candidatos, y si impulsara una lista de candidatos al Congreso nueva, preparada, entrenada en el Buen Gobierno. Pienso que el gusto por servirle a un país no debe solo tomar el camino al poder, y menos si ese camino ya se transitó con éxito. No comparto de ninguna manera la reelección en ninguna democracia, ni inmediata ni con periodos en el medio. La política y la sociedad deben tener como tarea constante impulsar nuevos líderes, nuevas propuestas, nuevos compromisos y cada vez con más preparación.
Presidente Toledo, no solo su país lo necesita, el resto de América Latina también.
Giovanni Acevedo
Fundacion buen gobierno que risa
Sera buena mermelada
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