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Casi todos los medios elogian su corto mandato como si ignoraran una máxima milenaria y de mínimo sentido común, no ya la de la escoba, sino una muy parecida y quizá más sabia que en palabras del hosco don Nicolás Gómez Dávila resulta implacable: «el poder obnubila al sensato; seduce al débil; envilece al bueno; pervierte al recto; anula al justo; prostituye al virtuoso y, ensoberbece a los inicuos». El periodismo crítico debería deslindarse del poder, o ya no es crítico…

Celebran esos «periodistas críticos» que en sus 100 años de mandato, digo, días, el mandatario se haya deslindado de su antecesor. Pues no era para menos. Cuando la violencia, la impudicia, la barbarie y la sangre se embanderaron como filosofía política, la duda no le fue posible un instante.. El sucesor  debió, con lástima, girar un poquitico a la izquierda – o al menos hablar de pobreza – por arrojar una imagen de civilidad más que de anhelos de venganza y explosiones de odio. Pero no se engañen. Aún él cifra sus mayores éxitos en puros asuntos militares. 

No rechazo sus políticas internas; prefiero que se ocupe de la política exterior si quiere restablecer un poco de dignidad a su pueblo. No ya de hacerse amigo del vecino oriental (ya ven como entre poderosos siempre se entienden) sino en exigirle el cese de visados a colombianos. Al menos para yo ampliar la lista de los 8 – serían 9 – países a los que con mi pasaporte podría visitar sin restricciones. Bah. Y ya está. En adelante imitaré el desdén aristocrático de Gómez Dávila y de la mayoría de intelectuales colombianos que recién posaron en París: La madurez del espíritu comienza cuando dejamos de sentirnos encargados del mundo.

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