Se discute en México por estos días la Cartilla moral de Alfonso Reyes, pues el nuevo gobierno se propone ponerla en práctica.
No pretendo examinar este texto en específico sino, en general, el pensamiento político de este gran escritor mexicano cuyas ideas desde luego merecen, si no ponerse en práctica, por lo menos volverse a revisar críticamente.
Reyes falleció en 1959. Han pasado tantas cosas desde entonces que, si de pronto reviviera entre nosotros, no reconocería los cambios de este mundo contemporáneo. O a lo mejor sí. “La literatura toda es contemporánea para el lector que sabe leer”[1]. De hecho, en este ensayo, quisiera invitar a probar la vigencia o caducidad de las ideas de Reyes, en particular aquellas ideas políticas que, al margen o explícitamente, expuso en algunos de sus escritos. Al fin y al cabo la política –o la guerra– es lo único intemporal de la historia humana. Nunca han cesado. Incluso podremos enterarnos más de política leyendo historia sobre el imperio romano que, diariamente, los principales periódicos del mundo. Sólo cambian las circunstancias y los nombres. No las verdades sospechosas y las mentiras prácticas en que se asienta toda idea de gobernar a los pueblos.
Reyes, ¿de izquierda o de derecha?
La exigencia de exhibir un pasaporte político se ha vuelto apremiante en ciertos círculos intelectuales. ¿A qué corriente política perteneció Alfonso Reyes? ¿Era de izquierda o de derecha? Izquierda y derecha pueden ser dos conceptos imprecisos, vagos, que ya no dicen nada. José Ortega y Gasset, el mentor de Reyes en España cuando éste vivió exiliado entre 1914 y 1924 (ver correspondencia entre ambos), sentenció en el prólogo para franceses de La rebelión de las masas: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de la infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”[2]. Pero las premisas políticas de Ortega, como lo señaló con suspicacia Alejandro Rossi, acusan una metodología fantasmal y una “visión – a la vez frívola y falsa– de la realidad española”[3].
El sereno José Enrique Rodó, en sus Motivos de Proteo (1909), dijo que la necesidad de clasificar y poner nombre a nuestras maneras de pensar no se satisface sin sacrificio de alguna parte de lo que hay en ellas de esencial y profundo[4]. ¿Sacrificaremos la infinitad de matices que despliega la obra de Alfonso Reyes por encasillarlo en una u otra ideología política?
¿Por qué acusan de autoritario a quien sostiene un punto de vista con convicción, mientras que ser confuso, escéptico y ambiguo es de algún modo democrático? [5]. El pensamiento de Reyes, si algo evita, es la confusión y la ambigüedad.
Conviene sumergirnos en la obra de Reyes, y pescar, apresar su ideología política. ¿O izquierdista o derechista? ¡Qué más da contestar! Hay momentos en que uno debería definirse. Lo ideal sería, digamos, una combinación de las dos. Pero Reyes odiaba el eclecticismo tanto como el nihilismo[6].
Vamos al tomo XI de sus Obras Completas, donde están los ensayos Ultima Tule y Tentativas y orientaciones, que son los que más tocan temas políticos. En ellos, Reyes vertió todas sus preocupaciones y angustias y esperanzas a propósito del nazismo y la guerra mundial que estallaban en Europa para entonces. Y, en efecto, en 1939, para inaugurar en Ciudad de México un ciclo de conferencias sobre el actual conflicto europeo por la federación universitaria española, Reyes confesó su inclinación política. Antes de lanzarse al vacío, echó una mirada hacia los dos abismos:
«La derecha es realista; la izquierda es utopista. Por su sola y pura energía, aquella “cuajaría” al hombre en la etapa de las cavernas, considerándolo incapaz de mejora; y ésta lo lanzaría a un sueño desenfrenado, a un constante nomadismo y al cambio incesante de sus cuadros e intuiciones. Aquí los antiguos proponen el justo medio como criterio de verdad, la armoniosa combinación de ambas tendencias. Y la lograríamos si viviéramos actualmente en un Yin. ¡Felices aquellos que transcurren en épocas de cosechas, de frutos, de síntesis! ¿Y aquellos, nosotros, cuyo momento corresponde, como un tiempo matemático o como un “tempo” musical, a un Yang de bifurcaciones, diferenciaciones y corrientes intercelulares? A nosotros no nos queda más que consultar nuestra conciencia y escoger de acuerdo con ella, que esto es soñar bien el sueño de la vida. ¡Oh Renán! El punto de vista de Sirio no es el de la justicia. Nos importa el triunfo de todas aquellas normas que exaltan al hombre en cuanto tiene de excelsamente humano. Todos los pueblos nos merecen igual respeto; y por respeto a todos los pueblos, por respeto a la humanidad, deseamos el triunfo de aquella filosofía política que ofrece la libertad con la justicia, la coherencia entre la persona y la sociedad, y no el triunfo de la que sólo exhibe los anhelos de venganza y explosiones de odio. Cuando la violencia, la impudicia, la barbarie y la sangre se atreven a embanderarse como filosofías políticas la duda no es posible un instante. Nuestro brazo para las izquierdas: cualesquiera sean sus errores en defecto o exceso sobre el lecho de Procusto de la verdad, ellas pugnan todavía por salvar el patrimonio de la dignidad humana, hoy tan desmedrado, hoy tan amenazado.»[7]
Izquierdista. Sí. Reyes era de izquierda. Pero, ¿qué entendía por «izquierda»? ¿Comunismo, socialismo, marxismo? De inmediato hay que aclarar el sentido del término «izquierda» en Alfonso Reyes. Por supuesto, él leyó a Marx. Sin ser un materialista histórico, aceptaba la necesidad de la exégesis marxista, pues no con otra noción, sino con la económica, se pueden completar el entendimiento de los hechos sociales: “Esta ciencia presta hoy su lenguaje a la explicación de los hechos históricos, antes entendidos como efectos caprichosos del querer político”[8]. Es decir, vio al marxismo menos como una ideología política que como una teoría económica. Visión suficiente para apartarlo del marxismo de línea dura que aún se apoya en la crítica de las armas. También en El deslinde (que es su teoría literaria y en donde está más elaborado su pensamiento), Reyes señaló el peligro del “profetismo proletario de Marx” al pronosticar o determinar el futuro, pues “el mañana histórico no es objeto de pronóstico exacto; que el proceso contiene una levadura de voluntad ante la crisis (cada presente es crisis), y aun abre, por eso mismo, salida a la esperanza”[9].
La izquierda de Reyes era una cuestión de esperanza, de utopía, que cada tanto traía a colación a propósito de la historia latinoamericana. En un ensayo-carta fechado en 1936 y escrito en Río de Janeiro, que tituló “El destino de América”, el mexicano observaba que si el esfuerzo principal de la política está en el empeño de acudir a utopías y a recetas para mejorar, para llegar a un estado más maduro, el izquierdismo resultaba necesario para abrir el horizonte. En el Renacimiento, decía, mirar a la izquierda era mirar hacia América: “Para venir de Europa a América, había que viajar hacia la izquierda, hacia el Occidente”. Si esos hombres del Renacimiento hubieran sido solamente derechistas se hubieran conformado con su realidad concreta y no hubieran viajado ni descubierto nuevas cosas, bajo la idea de que el hombre no puede ser mejor de lo que ha sido. Todavía hoy hay quienes piensan, en Europa y en Estados Unidos, que Latinoamérica no ha podido levantar cabeza y no vale nada en el concierto del mundo. Reyes fue radical en su izquierdismo como esperanza de los oprimidos: “Los que siguen concibiendo a América como un posible teatro de mejores experiencias humanas son nuestros amigos. Los que nos niegan esa esperanza son nuestros enemigos”[10]. Pero son unos enemigos a quienes no podemos combatir. Poderosísimos.
Escepticismo frente a las utopías
Ahora bien, Reyes no fue ningún optimista bonachón. Ningún izquierdista ingenuo –recordemos que la ingenuidad es el primer escalón hacia la perversión. Detrás de sus esperanzas hay un gran escepticismo. Desde muy joven se templó, experimentó dos desengaños: tanto el del régimen de Porfirio Díaz que no respaldó (¿traicionó?) totalmente a su padre, el gobernante progresista, como el del estallido de la Revolución cuya primera víctima fue, precisamente, su progenitor. Adolfo Castañón observa que “acaso pueda rastrearse alguna relación entre la muerte violenta del general Bernardo y el pacifismo a ultranza del hijo. Según éste, en el reino interminable de la cultura, los individuos siempre podían ponerse de acuerdo”.[11] La confianza en en la cultura humanística y clásica fue muy propia de la generación de Reyes, la que presenció las dos guerras más crueles de Occidente.
Sebastiaan Faber ve esa tendencia de Alfonso Reyes en sus epígonos europeos como Erich Auerbach, Walter Benjamin y Stefan Zweig.[12] Sólo que Reyes, en realidad, no se tomó tan en serio ese legado grecolatino. No sufría de retrogradaciones ni menos de anacronismos ni arcaísmos. Su obsesión por el humanismo helénico tenía mucho de parodia, de máscaras aztecas y mayas, como bien lo ha señalado Emir Rodríguez Monegal.[13] Detrás de la máscara, de la máscara, de la máscara había un Alfonso Reyes libre de todo engaño y atento ante el peligro de las esperanzas ciegas. En 1930, mientras fungía como embajador en Buenos Aires, confesó en su Oración del 9 de febrero el peligro de las utopías:
“De buenas intenciones está empedrado el infierno. Y cuando, a pesar de la mejor intención que en México se ha visto, el país quiso venirse abajo ¿cómo evitar que el gran romántico se juzgara el hombre de los destinos?”[14].
Si Latinoamérica nació de la utopía del Renacimiento, ¿no ha sido esa buena intención la que, en menor o mayor grado, la ha conducido al infierno? ¿No hay un peligro latente en las izquierdas al asociarse con los espejismos de la ficción? Naturalmente Reyes se aplicó siempre a ser un hombre de acción, “porque aquello de sólo dedicarse a soñar se le figuraba una forma abominable del egoísmo”[15]. Sabía que había una especie de servidumbre tanto en la esperanza como en el miedo, es decir, tanto en las promesas de una política de izquierda como en el recurso retrógrado de la derecha. Había leído en Baruch Spinoza que “la base psíquica de las relaciones de dominación” eran el temor y la esperanza, pero que la verdadera ciencia política no debería “mezclar risas ni lamentos”[16]. Presto a escoger entre las dos, Reyes se inclinó obviamente por la risa y la esperanza, pero en una forma medida y prudente. Tan prudente y medida que, a pesar de haber sido un hombre de izquierda, ningún grupo intelectual de izquierda reivindicó su nombre en el largo predominio cultural que tuvieron durante la segunda mitad del XX. Bajo los brutales entusiasmos marxistas de las décadas pasadas, sin duda, Reyes aparecía como de derecha.
Observa Eugenia Houvenaguel que a Reyes lo perjudicó su personalidad demasiado diplomática – diplomacia que es más bien escepticismo – por cuanto no se comprometió demasiado ni protestó lo suficiente con los problemas políticos, económicos y sociales del continente[17]. La misma crítica o solicitud se la pidió Germán Arciniegas en 1950, una época en que más de la mitad de Latinoamérica se hallaba bajo dictaduras. En carta de diciembre 23 de 1950, Arciniegas le expresó a Reyes desde Nueva York su alarma por la libertad del continente:
«El caso es, mi querido don Alfonso, que yo miro con terror cómo se nos va inclinando nuestro mundo americano hacia el falangismo de un lado, hacia el comunismo del otro, sin que al menos los escritores hagamos una declaración muy clara de nuestra vieja devoción por la libertad, por la justicia que comience reconociendo la dignidad del hombre y su condición de ser libre. Me parece que nuestra obra se ha movido hasta hoy dentro de esa condición previa, y sufrirá una merma, una castración cuando quedemos reducidos a vivir una vida dirigida por las dictaduras que ya apuntan en medio continente.»[18]
En carta del 25 de enero de 1951, Reyes accedió a medias dejando en claro al ensayista colombiano que su escepticismo era el mismo. “Mi dirá usted que tenemos que manifestarnos, y yo le contesto que para eso somos escritores, cada uno con su cañoncito y trabajando por su cuenta, como dice la historia”.[19] Porque, ¿qué más podía hacer? El pensador no ofrece soluciones; sólo aspira a ordenar contradicciones. Reyes consideró que lo más apropiado para la inteligencia es mantenerse en un término moderado y distante respecto a la acción política; sólo participar en ella lo indispensable, reservándose un sitio de orientación y consejo. Evitó caer en los filósofos gobernantes, o los intelectuales en el poder, peligro padecido y advertido una y mil veces por Platón. Fue diplomático. Y los diplomáticos, téngase presente, gozan de autonomía frente al gobierno de turno: representan los intereses de un país, no de un presidente. El que un escritor o diplomático piense o escriba sobre política, no por ello hace lo mismo que el gobernante.
Y como diplomático, curiosamente, Reyes ejecutó muchas más cosas que cualquier político tradicional. Instituyó el comercio de México con Brasil y Argentina, cuyas embajadas representó por primera vez. Por otra parte, si Reyes no hubiera gozado de habilidad diplomática, los intelectuales republicanos de España, perseguidos por Franco, no se hubieran “transterrado” (el término es de José Gaos) a México. Reyes tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para, desde Buenos Aires (cuya oligarquía simpatizaba con la falange franquista), hablar con el gobierno mexicano, fletar barcos franceses, y preparar la llegada de los republicanos españoles con la apertura de nuevos empleos, institutos y casas para recibirlos.[20] Con el asenso de Franco, Reyes se negó por el resto de su vida a visitar España. Incluso recomendó no hacerlo a sus hijos y a sus nietos hasta que no cayera el tirano, como lo puede atestiguar doña Alicia Reyes en la Capilla Alfonsina de la ciudad de México. El regiomontano no era de aguas tibias. Al fascismo alemán, que por los años cuarenta se apropiaba del legado griego como si fuera parte de la raza aria, combatió en un pie de página de La crítica en la edad ateniense, un ensayo escrito en 1941, en pleno furor nazi. “No son los aqueos blancos y rubios, sino los morenos mediterráneos quienes descubren para el mundo el sentido científico y el sentido clásico”[21].
Oración a Atenea Política
Reyes se zambulló en los griegos para aclarar cómo la actitud del lenguaje político o retórico es fundamentalmente operativa, en cuanto su intención consiste en obrar dentro de la realidad empírica. Tratado empeñado en valorar el compromiso ético y estético del discurso, La antigua retórica volvió a reabrir el camino selvático de esta disciplina que nos hace humanos. Porque la palabra organiza el mundo. Venimos del Verbo, sí, hecho carne. Si los griegos se distinguieron de otros pueblos se debió a su uso de la palabra, es decir, a su confianza en el logos para explicar, y no dejarlos en supersticiones, los fenómenos o los embates del universo. En La crítica en la edad ateniense, Reyes comienza por decirnos que lo más expresivo sobre la figura de la mente humana y griega es el observar “cómo la palabra se enfrenta con la palabra y le pide cuentas y la juzga; cómo, en suma, se enfrenta la crítica con las manifestaciones literarias”[22]. Reyes no pensaba que los discursos dañaran la acción. Pensamos, al contrario, que lo peor es ignorar las palabras antes de ejecutar los actos. Insistía en esa virtud contra quienes juzgaban todo discurso grandilocuencia; toda convicción, trivialidad; todo esfuerzo por la claridad, artimaña. Conocedor de las reglas de la retórica y de la ética, hijo del gobernador de Nuevo León que fue asesinado antes de escalar a la presidencia mexicana, nadie más legitimado para hablar de política que Alfonso Reyes, cuyos consejos y orientaciones, dicho sea de paso, animaron su acción. Basta escuchar los que les decía a los universitarios de Brasil, cuando era embajador de su país en Río de Janeiro, en cierta conferencia que tituló “Atenea política”:
Ninguna podía conmoverme más: soy un estudiante cuarentón, estudiante fui ayer y estudiante seré mañana. Tengo algún derecho a aconsejaros la vida de la cultura como garantía del equilibrio en medio de las crisis morales. Traigo bien provistas de experiencias mis alforjas de caminante. No olvidéis que un universitario mexicano de mis años sabe ya lo que es cruzar una ciudad asediada por el bombardea durante diez días seguidos, para acudir al deber de hijo, con el luto en el corazón y el libro de escolar bajo el brazo. Nunca, ni en medio de dolores que todavía no pueden contarse, nos abandonó la Atenea política.[23]
¿Quién es esta Atenea Política? Oremos, pedía Alfonso Reyes a los estudiantes de su conferencia:
«Atenea, además de Polea o política, se llama Promacos, que viene a ser campeón en las armas, diosa campeadora; se llama Sthenias o poderosa. Areia o de bélica naturaleza. Y todo esto significa que nunca deja enmohecerse su tradición, sus victorias pasadas, sino que a cada nueva aurora madruga a combatir por ellas. Atenea se llama también Bulaia, porque asiste y juzga con los consejos, porque sofrena la cólera del héroe tirándole oportunamente por las riendas de la cabellera; y se llama Ergane, maestra de los artesanos, por donde la escuela y el taller se confunden. Por último, Atenea es Kurótrofos, nutriz de los retoños, diosa que alimenta los nuevos planteles de hombres. Protectora de los muchachos, ella os defienda y os ampare, ella os guíe, ella os fatigue y os repose” [24].
*(Ensayo escrito en Madrid en septiembre de 2010, publicado originalmente en revista Justa, misteriosamente desaparecida).
Notas:
[1] Nicolás Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito, Bogotá, 2005. Vol. I Pág., 21. En otra máxima de este pensador colombiano volvemos a leer algo parecido: “Al tonto no lo impresiona sino lo reciente. Nada, para el hombre inteligente, depende de su fecha”.
[2] La rebelión de las masas. Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1996. Pág. 38
[3] Rossi, “Residuos”, en Manual del distraído. Random House Mondadori. Barcelona, 2007. Pág. 152. Rossi, en especial, hace referencia a un ensayo que Ortega escribió en 1926, Destinos diferentes, donde compara el alma española con el alma italiana. Su premisa era que en España sería imposible el fascismo. Diez años después la realidad lo traicionó.
[4] Rodó, Ariel. Motivos de Proteo. Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1993. Pág. 273.
[5] Terry Eagleton, Después de la teoría. Traducción de Ricardo García Pérez. Random House Mondadori, Barcelona, 2005. Pág. 113.
[6] Reyes sólo admitía el eclecticismo en la literatura. “Se entiende que la estimación literaria sea tal vez el único tribunal desde donde el eclecticismo no resulta una ramplonería”. El deslinde. Tomo XV. FCE, México, 1997. Pág. 418.
[7] Reyes, Ultima Tule, Tomo XI.FCE, 1997, Pág. 253.
[8] El deslinde, Pág. 88.
[9] Obra citada, Pág. 162.
[10] Última Tule, Pág. 81.
[11] Castañón, Alfonso Reyes, caballero de la voz errante, UANL, Monterrey, 2007. Pág. 96.
[12] “Don Alfonso o la fuerza del sino: Reyes, la cultura latinoamericana y la defensa de la distinción”, en Alfonso Reyes y los estudios latinoamericanos. Adela Pineda y Ignacio Sánchez Prado, compiladores. Pittsburgh University Press. 2004.
[13] Véase “Alfonso Reyes: las máscaras trágicas”, en revista Letras Libres. Versión electrónica: http://letraslibres.com/pdf/945.pdf
[14] “Oración del 9 de febrero”, en Memorias. Tomo XXIV. FCE, 1990. Pág. 31.
[15] Obra citada. Pág. 38.
[16] El deslinde, Pág. 329.
[17] Véase de Eugenia Houvenaguel, Alfonso Reyes y la historia de América. La argumentación del ensayo histórico: un análisis retórico. FCE, México, 2003
[18] Serge Zaïtzeff (compilador), Algo de la experiencia americana. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Germán Arciniegas. El colegio Nacional, México, 1998. Pág., 67
[19] Obra citada, Pág. 75
[20] Véase sobre este aspecto el estupendo ensayo de Alberto Enríquez Perea, Alfonso Reyes y el llanto de España en Buenos Aires. El Colegio de México y Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1998.
[21] La crítica en la edad ateniense, Tomo XIV, FCE, México, 1997. Pág. 47.
[22] Obra citada Pág. 17.
[23] Tentativas y orientaciones, 199.
[24] Ibíd. 203.
[…] 1 Las ideas políticas de Alfonso Reyes. […]
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