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Camión


Hace más de 230 años pasó algo parecido, el primer capítulo de una historia que aún no ha concluido: el criollismo, la lucha contra el centralismo y su falsa «modernidad». No había ninguna ideología aparente en los comuneros de antes como tampoco la hay en los camioneros de ahora, sino una imprecisa filosofía de la vida que hundía sus raíces en una agobiante experiencia cotidiana con más fuerza emocional que ideológica. Los comuneros o camioneros se volcaron sobre la amedrentada capital con sus multitudes bravías. Su objetivo principal, acriollizar a Santafé de Bogotá; en otras palabras, demostrarle a sus políticos europeizados que no levitaban en la estratosfera asistiendo a cocteles, sino que tenían que vérselas con la rudeza de las carreteras y con las costumbres más calentanas. La sola amenaza de los comuneros, cuenta el historiador Germán Arciniegas,  despelucó a los cortesanos que rodeaban al virrey Flórez y su cultivada esposa Juana María de Pereyra, patéticas copias de una corte de Versalles en mitad del trópico americano. 
Pero no vale la pena regodearse o encarnizarse contra la mafia sindical de los camioneros que impusieron sus mulas y dejaron oxidar nuestros ferrocarriles nacionales; ni con nuestra clase política oligarca, incapaz de engrasar sus manos enguantadas y de cambiar una llanta. No, no vale la pena. Mejor plantear posibles soluciones así sean imaginarias. Utópicas.
Deberíamos pensar en la fundación de una nueva ciudad-capital. Poblar otra zona de nuestro inmenso país. Bogotá no puede ser ya más centralizante por simples razones prácticas: porque situada a 2600 metros sobre el nivel del mar, sus alimentos se encarecerán cada vez más por los costos del transporte.
 
Pensemos en nuestras planicies casi deshabitadas de los Llanos Orientales e imaginemos una ciudad a la orilla del río Meta, cerca a Puerto López donde dicen que está la mitad exacta de Colombia. Pensemos en el corredor del Magdalena Medio, otra llanura salpicada de pequeños puertos , que se podrían unificar en una gran ciudad trazada con grandes parques y avenidas, arborizada, sin trancones y con un gran río navegable de por medio como vía de transporte y fuente de alimento. No importa los mosquitos y el calor insoportable; preferible mil veces eso a desgastarnos en el tráfico infame. Espacio, espacio es lo que tenemos… 
Bogotá no se desocuparía ni mucho menos desaparecería; antes mejoraría en circulación y en calidad de vida si lograramos trasladar  gran parte de las entidades públicas de la nación y una gran universidad con hospitales a esa nueva ciudad, que podría estar en los Llanos Orientales o en el Magdalena Medio. Ya no hace falta que Bogotá sea la sede del poder central para que sea importante. En cambio, hace falta poblar, unificar más de la mitad del territorio nacional a merced de grupos ilegales. 
ª Imagen tomada de http://www.motorspain.com/10-01-2008/varios/curiosidades/alarma-en-francia-porque-los-camioneros-ven-la-tele-mientras-conducen

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