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Sentado bajo la inspiración del equilibrio rítmico que provoca la lluvia y naturaleza cuando se juntan, se me antoja que ellas, la naturaleza y la lluvia, pueden estar juntas como las papas a la francesa con la hamburguesa, las pulgas con el perro, la flor con la abeja o el caballo con la carreta.

Pero nosotros; como esposos, como hermanos, como padres, como familia, debemos estar unidos.

Como nuestros sentidos, que están unidos por cables inter-cerebrales o señales intuitivas. Nuestros ojos y oídos, por ejemplo, no están juntos. Pero están unidos.

En el mundo, en el país, en la ciudad, en el barrio, en la comunidad, en la casa, en el hogar, en la familia, debemos estar unidos.

Unidos creamos conceptos pensando en beneficios colectivos y no individuales y egoístas.

La familia, por ejemplo, no necesita que sus miembros estén juntos para ser una familia unida.

Unida por los recuerdos, por los álbumes de fotografías físicas, casi amarillas en las que, aunque el tiempo cobró la nitidez de los colores, el momento quedó registrado para siempre en la historia y la geografía de ese instante de felicidad compartida; tú siendo niño en etapa sin dientes, el papá con patillas, barbas, bigotes o pantalones de terlenka, camisas floreadas o la madre con peinados sujetados por litros de laca.

Esa familia está unida por las memorias; y cada uno continuó su rumbo a descubrir el mundo, formarse, enamorarse y fundar su propio núcleo.

Ahora es muy probable que esa familia esté unida por un grupo de chat en sus teléfonos móviles por el que se envían registros digitales de nuevos miembros como videos de sobrinos aprendiendo a caminar o las vacaciones felices, mensajes positivos, imágenes graciosas y hasta conversaciones breves para preguntar por la salud y el bienestar de cada uno.

La unión de los esposos, para ayudarse y apoyarse el uno al otro en momentos de aflicción, debilidad, duda o crisis matrimonial, es la tranquilidad que da sentir la fuerza del uno cuando el otro está débil.

Esa es la unión necesaria, sobre todo en momentos de adversidades provocados por la rutina de la convivencia, la cotidianidad y muchas veces las influencias de terceros al tratar de imponer sus propias creencias.

Unámonos todos a la filosofía del amor para reconstruir, reparar, perdonar y participar de un deseo inmenso, para que todas las piezas vuelvan a su lugar y reine la armonía en esos corazones donde llegó el caos a cumplir su misión de dividir, ordenada por el ego, el gran oponente.

Solo así, el rompecabezas de la felicidad se completará cuando todas sus piezas estén unidas.

De eso se trata este sendero que aparece cuando abrimos las puertas de la convivencia en armonía, como estado personal de vida, conviviendo en equilibrio entre la paz, la serenidad, la plenitud, la tranquilidad y la calma para obtener como resultado una frecuencia espiritual de paz interior que neutraliza los pensamientos.

La armonía entre la pareja se construye con el diálogo permanente y con acuerdos de convivencia basados en el respeto, la paciencia, la comprensión y la tolerancia.

Cuando unos padres exponen esta armonía como ejemplo de convivencia en la familia, sus hijos comprenderán que esa es la forma de vida práctica y natural que conduce a un hogar estable y duradero.

Hombre y mujer somos seres de Dios, y la pareja es su invento en la creación para complementar nuestra especie y asegurar con nuestra existencia la gran misión universal. Colmados de dones y bendiciones, nos unimos en pareja para construir un proyecto de vida en conjunto entremezclando nuestros ideales y compartiendo los sueños desprendiéndonos de los beneficios de la individualidad.

Las puertas para convivir en pareja están abiertas; con matrimonio o sin él, bajo sacramento eclesiástico, o en un simple acto con la desnudez de sus pies entre la arena de una playa, o en un ritual inventado sin ceremonia para asumir un compromiso a adentrarse a compartir y llenarse de amor puro y verdadero; sin condiciones y apartándose de las creencias del sometimiento escritas en el manual del orgullo para experimentar en conjunto todas las etapas de la vida.

A la pareja se le apoya en sus caídas con amor y ternura.

La fórmula del amor en pareja está en obtener la sabiduría para mezclar cada día gotas de paciencia, respeto y tolerancia, y realizar con estas virtudes una pócima mágica de amor constructivo creciendo también espiritualmente en pareja como forma de desarrollo personal, brindando apoyo mutuamente y trazando objetivos conjuntos, con fe en un Dios que bendice los hogares.

La felicidad en pareja comienza cuando no se busca la perfección si no la felicidad.

Y la razón por la que no existen parejas perfectas es porque tampoco existen personas perfectas.

Y cuando uno entra en ese reconocimiento, comienza a experimentar la gracia de complementarse y de entender que el amor verdadero es sin expectativas, que no es exigiendo sino dando, qué no es juzgando sino comprendiendo.

Que vivir en pareja es una elección que se toma para hacerse el camino más fácil con un compañero de viaje que tiene lo que a nosotros nos falta y a quien le falta lo que nosotros tenemos.

Tan solo recuerda; el éxito de la pareja es que haya lugar para tres.

Tú, tú pareja y Dios en la mitad.

¡Hakuna Matata¡

@juanpapuchis

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