Y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño…
Invertir el significado de aquello que nos incomoda parece sencillo en teoría, nada que un prefijo no solucione. Pero qué difícil se hace en la práctica. Nos acostumbramos a lugares, a personas, a situaciones, a la rutina. Resulta complejo el cambio de escuela, de trabajo, de ciudad, de casa, incluso de imagen, las rupturas amorosas, amistosas, las proyecciones, ambiciones, la pérdida de un ser querido, tantas cosas que nos obliga a salir de la zona de confort, nos obliga a aventurarnos a lo desconocido, o en su defecto a empezar de cero.
Desacostumbrarse, desapegarse, desaprender… Probarse varias vidas como quien compra un par de zapatos para ver cuál nos queda mejor, algunos maltratan, dejan marcas, aprietan y te hacen cambiar de lugar, o cambiar de zapatos, hay quienes nos gusta andar descalzos, libres, y, sin embargo, tememos al pinchazo de algo en el camino. Así voy, con una flor de loto tatuada en la espalda resignificando mi resiliencia. Despojándome de ropa que ya no me queda, un vestido holgado que en lugar de resaltar mi figura y hacerme ver bonita y elegante, me mostraba burlesca. No obstante, el impulso de cambiar y de moverse, no siempre proviene de aspectos negativos o de la carencia, a veces es el llamado a potenciar las habilidades y aptitudes, de experimentar hacia nuevos rumbos, porque en el proceso descubrimos que estamos preparados para subir el próximo nivel y afrontar retos coyunturales en nuestra vida.
Estos meses desaparecida por este blog aprendí que todos llevamos un río por dentro, que se seca, inunda, toma fuerza y fluye… Bien lo dijo Heráclito, nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, porque, aunque aparentemente el río es el mismo, sus elementos, su cauce, el agua que corre por él, han cambiado, como nosotros y la vida.
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