Treintañeros y cuarentones
Dicen Ana y Jaime que si estás controlando la intrepidez, si estás evitando la estupidez, si estás adorando la sencillez, es que está andando… la ‘treintañez’.
A algunos ya nos llegó y a otros ya les pasó. Si como lector se está preguntando quiénes son Ana y Jaime, probablemente el resto de esta columna no le interesará porque es posible que usted no sea treintañero o cuarentón; y si se está diciendo mentalmente que este dúo era de los 60, es porque usted debe ser mi mamá, mi papá, una tía o algún desconocido pero en todo caso pasadito de los 50 años, así que de pronto tampoco se sienta atraído a leer este impresionantemente objetivo escrito.
Antes de los 20 años uno siente que el mundo es de su propiedad; las hormonas dan tanta energía que se empieza a creer seriamente en la inmortalidad y en la inmunidad. No en la parlamentaria, sino en la inmunidad a las sustancias, las trasnochadas, los accidentes, los embarazos, las enfermedades, las responsabilidades y los maleantes (tampoco me refiero acá a los parlamentarios que ejercen ambas profesiones). A esas edades la vida le destapa a uno tantos secretos que durante años estuvieron guardados, que al descubrirlos tan repentinamente uno cree que a su lado el todopoderoso es un pobre iletrado. Mejor dicho, como dicen las abuelas: «es que el que no ha visto a Dios cuando lo ve se asusta».
De un momento a otro uno sabe mucho más que sus papás y empieza a mirarlos por encima del hombro y hasta con lástima porque cree que los pobres viejos, además de perderse las maravillas del Wii, las aplicaciones del Blackberry, y escasamente medio patalear con el correo electrónico y el «jeisbuc ese», se están perdiendo del sexo porque seguramente ellos nos hicieron a nosotros contratando por outsourcing a una cigüeña, o si acaso usando la piyama que tenía un huequito justamente donde se necesitaba para tal fin. ¡Si, cómo no, el kamasutra se inventó el año pasado!
Como yo también tuve 20 años, también puedo mencionar lo que ocurre al pasar a la siguiente década de la vida: de los 20 a los 30. Uno se aferra a seguir disfrutando de las mieles de la adolescencia, pero ahora con más tiempo para dárselas de adulto experimentado. Todavía se tiene la energía hormonal, pero se empieza a percibir la existencia de otros seres vivos y de la naturaleza, y ya no se es tan duro con los viejos de la casa, sino más bien cómplices de ellos en busca de resarcir todo lo que se les dijo o se les hizo en la década anterior; en parte también porque en la década de los 20/30 empieza a nacer en uno eso que llaman conciencia, y al igual que una deuda, apenas nace empieza a remorder.
Pero yo pienso que los verdaderos problemas de la vida empiezan en la treintañez; especialmente si se trata el tema de los hijos, porque si pasados los 30 no se tienen aún, a las mujeres «las dejó el bus», ¿o el tren?… (No me acuerdo bien cómo es que dicen la abuelitas); y los hombres dejamos de ser interesantes porque nos ven como niñitos egoístas o niñitos de mamá. Pero si ya se tienen, surge la responsabilidad que no se tuvo el resto de la vida, entonces las preocupaciones se multiplican porque además de pensar en la pola (la que se toma, no la de la independencia), la rumba, la moda (especialmente las mujeres), el futbol y el billar (especialmente los hombres), el sexo (especialmente); también hay que empezar a pensar en el arriendo o la cuota, los servicios, el mercado, el transporte, la «salud», la «pensión» y las cuotas de la tarjeta de crédito, porque uno ya es atractivo para los bancos y seguramente ya tiene por lo menos una con el cupo reventado.
Pero por si fuera poco, entonces hay que pensar en la matrícula, la pensión, la ruta, los in-útiles, los uniformes, las salidas pedagógicas a Mc Donalds, los libros y los demás elementos que aunque nunca usen, son indispensables para el desarrollo académico de nuestros hijos, y que hay que entregarlos en los colegios, tales como el paquete de 24 rollos papel higiénico -ya entendí la expresión de mi abuelita: ¡culi cagado!-, toallitas húmedas, varias resmas de papel de impresión, jabón líquido antibacterial, crema dental, 15 pliegos de contac para forrar un libro, un balón por estudiante, un juego de mesa por estudiante, un postre donado cada vez que se inventan un bazar, etc.
De manera adicional, entonces hay que solucionar la recogida y la cuidada de los hijos cuando llegan del colegio, porque como a uno le toca trabajar como burro «para darles todo lo que uno no tuvo», nunca está en casa. En algunos casos afortunados, esta responsabilidad se traslada en parte a los felices abuelos. Hay quienes piensan que esto no debería ser así, ¡pero quien los mandó a ser abuelos!
Si se logra sobrevivir a la odisea de los 30 y se cumplen los 40, se tienen ya otras preocupaciones en la vida. No puedo escribir sobre esto con tanta propiedad porque no lo he vivido, pero tengo amigos que me sirven de referencia. En el caso de las mujeres, aquí la cosa se estratifica porque en algunos casos en los que no se ha logrado aún la madurez económica, pues los problemas siguen siendo los mismos de las décadas pasadas. En cambio en el caso de haberla logrado, lo preocupante en muchas ocasiones es la lucha contra la gravedad (no la del asunto, sino la que teorizó Newton), decidir si ahorrar para la lipo o hacer dieta, inscribirse en el gimnasio o comprar un aparato o una crema mágica de infomercial, comprar el potaje de Amparo Grisales o arrugarse con dignidad como dice Florence Thomas y; en el mejor de los casos, chicanear sobre el doctorado en Paris o en Londres y aparentar con las amigas que se viaja más, o se tiene una mejor empresa, apartamento o carro que ellas o sus esposos.
En esta misma década de la vida, pero en el caso masculino, la realidad de las preocupaciones también se estratifica, pues necesariamente son heredadas de la década anterior si no se ha logrado la madurez económica. Y si ya se logró, la cosa se desvía también a la chicaneada, pero en este caso se trata más bien del que tenga el mejor carro, quién está jugando mejor el fútbol, el billar o el golf y quién ha tenido hasta el momento más éxitos con los negocios; quién ha crecido menos hacia los lados y quién tiene la esposa más condescendiente.
Pensé en extender la reflexión hasta los 50, pero por treintañero tengo que irme a pensar en un buen negocio, bajar barriga y lavar la loza. Seguiré investigando.
Bueno y entretenido.
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Excelente ilustración…
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está muy bacano, identificado por completo
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