A propósito de la final de copa que se inicia hoy entre Millonarios y Nacional, y de la alta posibilidad de que se repita como final de liga.
Soy seguidor de un equipo de fútbol. No digo que sea hincha porque al parecer para obtener ese título en esta época, se debe asistir religiosamente a todos los partidos, tatuarse el escudo o, al menos haberse dado chuzo alguna vez con “gente” de otros equipos; y como no cumplo con ninguna de las tres condiciones, entonces soy seguidor, no hincha.
No voy muy seguido al estadio por varias razones. La primera es que prefiero conservar los recuerdos de cuando empecé a ir hace ya casi 30 años, cuando niño. Al principio mi tío Jairo me llevó a ver partidos de Santafé con la esperanza de sumar un hincha más, pero nada; no me convenció. Después, en el 89 cuando se puso de moda Nacional por lo de la Libertadores, mis tíos Oscar, Memo y Aldemar me trataron de sumar a sus filas verdes, pero no, ellos no contaban con que mi tío Beto me había llevado también a conocer a Millonarios y, como dice una de sus canciones, me enamoré. Definitivamente mi corazón ya era azul.
En esa época en las tribunas uno se podía sentar al lado de personas del otro equipo (de fútbol) y no pasaba nada. Es más, en mitad de tiempo se podía hablar con esas personas sobre el partido, sobre política o sobre religión y ninguno terminaba apuñalado; incluso hasta podía uno ir a los partidos con amigos o familiares de los otros equipos, hacer vaca antes de entrar al estadio para una fritanguita en el puesto de la mona o el de doña Bertha y en mitad de tiempo taponarse juntos las arterias metiendo la mano en la misma hoja de papel amarillento que contenía la rellena, la criolla y el chicharrón totiao.
Tengo que confesar, y lo hago con mucha pena, que ya cuando adolescente erré el camino y creía fielmente que ser buen hincha era estar dispuesto a matar o morir por el equipo de fútbol. Creía que ser buen hincha era perseguir en manada a la gente de otros equipos por las calles y en caso de alcanzarlos armar batallas campales arriesgando muchas vidas. Sí, sé que es lo más estúpido que un ser humano puede hacer y la única excusa que tengo es de pronto que en esa etapa de la vida mandan las hormonas sobre las neuronas y eso lo hace a uno cometer muchas pendejadas, no solo sexuales.
La segunda razón para no ir muy seguido al estadio es que no tengo tanta plata como para asistir a todos los partidos. Si tuviera tanta plata más bien me compraría un equipo de tejo y armaría mi propia liga con barras bravas y ruanas marca Mike o Ardidas; y con patrocinadores como “Guarapo Sugar Free”, rellena “Doña María” o papita criolla “El Encanto; la del brillo en los labios”.
La tercera es que disfruto mucho del tiempo con mi familia; y si el poco tiempo que me queda después de planear mi equipo de tejo, mantener actualizados mis estados de facebook y retwitear lo más importante del día, lo dedico al fútbol, pues me quedo sin familia.
En fin, no sé por qué resulté escribiendo de fútbol si el título de la columna dice “Daría la vida por mi equipo” Y sí, el fútbol no tiene nada que ver porque el equipo por el que daría la vida está conformado por tíos, amigos, primos, papás, hermanos, suegros; y la alineación titular: mi hija y mi esposa.
Así es, mi familia y mis amigos son mi equipo y por ellos sí que daría la vida. Siento que doy un poco de mi vida por mi familia cada vez que estoy haciendo un trabajo. Me encanta “morirme” de risa cuando juego con mi hija; “muero” de alegría estando con mi esposa; “muero” de felicidad si mi mamá está feliz; “muero” de entusiasmo al ver triunfar a mis amigos (aunque sean de América, Nacional, Santafé, Once caldas o cualquier otro equipo). Y felizmente daría mi vida si a alguna de estas personas le pudiera donar alguno de mis órganos para salvar su vida aunque eso costara la mía. (Preferiblemente que no sea el hígado porque no garantizo su estado).
Por mi azulito voy al estadio cada vez que puedo y solamente si creo que saldré con vida; por mi azulito compro las camisetas y todas las otras prendas y recuerdos. Por mi azulito estoy llenando el álbum, tengo el CD de cánticos, colecciono videos y libros de su historia. Por mi azulito brinco y grito hasta quedar sin voz cuando gana y me pongo triste cuando pierde. Por mi azulito les doy dolores de cabeza a mis amigos de otros equipos explicándoles por qué creo que es el mejor del país. De esa forma le devuelvo todas las alegrías que me ha dado; pero ¿mi vida?, mi vida ya expliqué por quienes la daría; porque no es justo darla por un equipo de fútbol. No es justo con la familia, no es justo con los amigos, no es justo con el equipo mismo y no es justo con la sociedad que ya tantos muertos pone por cuenta de otros asuntos como la guerra, la política y la religión.
Para un verdadero hincha el fútbol debería ser un estilo de vida, no de muerte.
Debería ser un estilo de vida… pero lastimosamente no lo es!
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