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Tomado de: el-nacional.com

No es el apocalipsis. Es un conflicto que se debe abordar sin milenarismos. Es Libia. Un país al norte de África, habitado por gente que se viste y piensa muy diferente a nosotros. Gente  de quienes nos hemos forjado una idea desdibujada, como que últimamente  todo lo de Libia también nos sugiere el infierno por su incomprensibilidad, por su lejanía, por nuestra enajenación.  

Por Andrés Braun.

Y es que efectivamente Libia  no es un país de iglesias profanas, sino de mezquitas; no es un país de shakiras y gagas, sino  de mujeres envueltas en misteriosos telares que han aprendido a hablar con las miradas. Libia es el Islam. Un país amalgamado y enriquecido por las transiciones más impensadas. Una tierra capaz de parir reyes anacrónicos -uno en pleno siglo XX, el Rey Idris I- y  hasta  guerrilleros beduinos, incansables, como  Mu´ Ammar Al-Gadafi: aprendiz del canto de la soledad,  dibujante de  sueños en la arena.
 Libia es sinónimo de carácter, pero también de sutileza y de calidad de vida. ¿O quién niega  la hermosura de una ciudad como Trípoli? Bengazi:  sede de una magnifica escuela de leyes que enseña en árabe y en inglés, y que forma abogados de Alá, perfectamente educados en las nociones más complejas del derecho occidental, pero que lo miran de lejos y con recelo. 
Desde los últimos cincuenta años,   Libia ha figurado de la mano de Gadafi como un país con  una postura geopolítica clara, alineada al panarabismo e identificada  por  su rechazo a cualquier tipo de intervención  de las potencias occidentales. Gadafi,  más que un dictador, ha sido un ideólogo que ha sorprendido al mundo entero, ha  redactado  tres volúmenes al peor estilo de los agobiantes tratados de Lenin, y sin embargo totalmente alejados del marxismo, del liberalismo, de occidente. 
Su libro se llama el Libro Verde: una doctrina extraña  
Un tipo curioso este Gadafi, quién además de  expulsar a los italianos, logró un mate al rey Idris, y luego emprendió una agresiva carrera diplomática contra la OTAN, es decir, fue agresivo, determinista, maniqueo y resonante. Mostró los dientes, hacia afuera. ¿y hacia dentro? En su país todo esto se tradujo  en un sin número de expropiaciones; en una sharia, o ley coránica implacable como una daga. Y sin embargo también se ha reflejado  en una inversión social considerable, capaz  de ubicar a Libia como el país  con el mejor ingreso  per cápita  en toda la región del Magreb.  
Y es que justamente por todo esto Libia ha sido considerada como una piedra en el zapato para las pretensiones occidentales.  Y contra lo que se dice ahora, Libia sí que tiene petróleo y mucho. Detalle que sus enemigos siempre han tenido muy presente, pues el reciente  periodo de ocupaciones y bombardeos no es sino la voluntad de definir una partida cazada hace tiempo y  que quedó en tablas: a un lado Gadafi, al otro la OTAN. Ambos juegan sucio, ambos se prueban al máximo: la OTAN pagando amantes que envenenan a sueldo; Gadafi enamorándolas. 
Por supuesto, el líder libio  también ha cometido incontables errores, como eso de quemar libros y merecer el apelativo del «rostro duro de los árabes». Pero si por allá llueve, por aquí no escampa. Me refiero a la postura  occidental, siempre tan frágil e hipócrita, que tampoco puede explicar del todo el hecho de que Francia haya sido durante mucho tiempo el principal proveedor de armas al régimen que hoy declara como su principal objetivo.  
Concluyo con lo siguiente: escribí  este artículo hace tiempo atrás. Ahora  no sé muy bien qué pasó con Libia. A duras penas sé de un invierno que se lo tragó todo. 
Andrés Braun
Columnista invitado LA LUPA
lalupaopinion@gmail.com

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