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Hace un año murió el Gordo Benjumea. En su homenaje, republicamos esta nota que escribimos el día de su fallecimiento:
El Gordo Benjumea – foto EL TIEMPO
Mientras lo alambraba (término que se usa en televisión para decir que se le pone el micrófono al invitado), Carlitos me decía: “Hasta fritar un huevo tiene su secreto”. Ya estábamos listos para grabar Saúl en la Olla, programa de cocina. Yo era sonidista de Televideo, por allá en los ochentas y el invitado especial para ese programa: el Gordo Benjumea.
“Me invitaron como si fuera el gran Chef, pero yo lo que tengo es trucos”, terminó de decir Carlitos, como yo le llamaba y se fue para el set repitiendo: “probando sonido, probando sonido”, impostando la voz como locutor deportivo. Siempre estaba tomando del pelo.
¡5,4,3,2 grabando!, gritó el Coordinador de Piso Ciro A. Linares y el Gordo cogió un pocillo tintero, golpeó el huevo en la oreja (del pocillo) y lo vertió en él, luego, en una sartén que ya tenía con margarina caliente y con mucha destreza, vertió primero la clara y unos 30 segundos después la yema, mientras explicaba: “es la mejor forma de fritar un huevo, la yema no queda dura, queda en su punto y lo demás bien tostadito”.
Grabábamos 4 programas de Saúl en la Olla en un día, los 4 del mes, su emisión era semanal. El del Gordo salió de una, no tuvimos que hacer ningún corte, solo los de comerciales y como el del huevo nos enseñó muchos trucos más.
Quince años atrás lo vi por primera vez cuando él y su familia vivían en el barrio Calvo Sur en Bogotá y eran vecinos nuestros, algunas tardes jugué con Ernesto y Marcelita. Por ese entonces me dirigía a él como don Carlos, cuando entré a la televisión ya le llamaba Carlitos.
Me encantaba en Televideo trabajar con Coestrellas, programadora de la cual don Carlitos era socio, junto a Jorge Ospina, Gustavo Cárdenas, Bernardo Romero y Pacheco. Como sonidista y luego como editor me fui volviendo su amigo. Cuando coincidíamos en cualquier set o sala de edición la confianza que brindaba al equipo técnico lo hacía más cercano, se despojaba de ese rol de estrella de la televisión, algo que nunca se creyó, nos decía: “uno no se puede creer el cuento de la fama, se pierde la esencia de este trabajo”.
Compartimos también en la Casa del Gordo, ubicada en la carrera 9 con calle 24 (después en la calle 90 con carrera 16), un sitio inolvidable, allí llegaba Pachequito, Álvaro Ruiz, Jimmy Salcedo, y muchos más personajes de la televisión. Era el lugar ideal, al estilo New York, con teatro, música en vivo, Café Concert, humor, Stand Comedy, administrado por mi gran amiga Maritza Chavarro.
Durante veinticinco años fue el sitio obligado para los fines de semana. ¡Épocas aquellas!
Recuerdo que también tenía música clásica. Todo el show iba hasta las 4 y media de la mañana.
Donde coincidiera uno con el Gordo Benjumea (acá lo llamo así, pero en persona Carlitos) siempre tenía un proyecto nuevo, no obstante todo lo que hacía. Era visionario y multifacético, pero lo que siempre dejaba claro: “Ante todo soy actor”.
Dejé de verlo un tiempo porque me radiqué en Cali. Nos reencontramos unos años después en RCN Televisión, él ya no era empresario, nos decía: “de nuevo tengo el overol y las botas puestas”, pero era un decir, pues somos testigos que nunca posó de nada, ni en sus momentos de mucha fama y prosperidad económica ni cuando se quedó sin programadora y sin casa… sin Casa del Gordo.
Impecable su puntualidad cuando llegaba a grabar, siempre con la letra aprendida, le gustaba comer con los técnicos, muy pocas veces con el staff de producción o de actores.
Regresando a los 80’s, yo estudiaba actuación y dirección de actores en la Academia Charlot de Jaimito Botero, y en los descansos de grabación abordaba a Carlitos para que me diera consejos de arte dramático y siempre tenía la frase, la palabra perfecta, a punto y a tiempo, pero cuando terminaba una escena, mientras lo desalambraba me preguntaba: “Cómo estuve chino” y yo le respondía con lo que él mismo me enseñaba.
Cuando dejó de ser ‘gordo’, porque perdió peso por las enfermedades que lo aquejaron, su hablar y su actuar era más lento, pero seguro. Ahora hablábamos pocas veces, pero más extenso, él vivía en Girardot y en algún viaje a esa ciudad lo visitábamos en su casa para recordar viejos tiempos.
A los dos nos dio muy duro ver como Pacheco entristeció y enfermó por falta de trabajo y siempre pensaba en algún proyecto para incluirlo, sin duda, su mejor amigo, y le preocupaba que también le pasara a él lo mismo, que lo olvidaran, pero eso jamás ocurrió, afortunadamente.
Dicen que todos los que se mueren son buenos, pero quienes conocimos al Gordo, o a Carlitos, como yo le decía, sabemos de su filantropía, de su generosidad, de su servicio por los demás, fueron tantas sus obras en silencio y sin hacerlas públicas como el riñón que pudo tomar para su trasplante y prefirió seguir con su diálisis y donarlo a un joven de 17 años con la misma necesidad. “Yo ya estoy de salida, ese muchacho está empezando a vivir”, dijo el Gordo cuando hizo semejante obra de humanidad.
Se están muriendo los que no se habían muerto, pero aunque parezca una reflexión absurda, uno pensaba que estos personajes estarían siempre vivos. Para usar una frase de cajón, el Gordo, como Pacheco, como Alvarito Ruíz, como Jota Mario, como Pepe Sánchez, como Fernando Gaitán, como Carlitos Muñoz, como Jimmy Salcedo y como otros amigos más, sencillamente se nos adelantaron en el camino.
Carlitos, aunque no lo creías, ya estás al lado del Padre Celestial haciéndole reír con tus graciosos apuntes.
Periodista
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No había leído el escrito de Giovanni Agudelo como homenaje a Carlos Benjumea, describe muy bien el alma de un personaje increíble. Tuve la fortuna de conocerlo en una época dura en sus negocios, cuando algunos avivatos se aprovecharon del buen corazón del Gordo y lo metieron en problemas económicos que toreaba doña Julia acompañada de una nube de humo de los cigarrillos que fumaba. La presencia de Carlos en su negocio era la de un papa, rodeado de un aura de santidad y un carisma de alegría, se sentaba en la última mesa cerca al bar donde le servían la habitual media botella de Buchanas, cuando se iniciaba la presentación desbordaba su ingenio y su chispa que hacia delirar a sus seguidores. Fue formador de grandes actores, recuerdo varias obras que hizo con su cuñada Maru, con Marisol Correa, Jaime Sánchez y un grupo de ballet como recordando que hizo de bailarina en el Taxista Millonario. Estará orgulloso de sus hijos, grandes personas en especial Ernesto y Marcela con quien compartí algunos momentos, el Gordo estará saltando en las nubes celestiales en una trusa blanca con una alas de algodón divirtiendo a los querubines.
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Toda una epoca dorada que no volvera, que Dios los tenga en su santa gloria
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