Hace siete años, el 21 de diciembre, murió Pepe Sánchez, en homenaje a él y a su legado publicamos este homenaje.
Jamás me reí tanto como con él. Editando ‘Milagro’, una serie para el canal regional Telepacífico, y que Pepito dirigía, debíamos parar hasta que las carcajadas terminaran. El turno era interminable pero muy agradable. Para cada cosa tenía un chiste, una anécdota, un chascarrillo, qué sentido del humor, qué inmediatez mental, además, Antonio Dorado, asistente de dirección, y yo, le hacíamos la segunda y todo se volvía un relajo, pero eso ayudaba en el montaje, porque estábamos siempre relajados, plácidos mentalmente y prestos a todo. Los tres opinábamos y terminaba la mejor propuesta implementada en la edición.
Pepito, como le dije siempre, tuvo un detalle muy hermoso conmigo, cuando murió mi papá en el 92, yo tuve que desplazarme a Bogotá, (vivía en Cali), y coincidió con el cronograma de edición de ‘Milagro’, la obra de la cual les hablo, y que trataba de una niña a la que se le aparecía la Virgencita en un río. Pepito esperó a que yo llegara del entierro, una semana más, y que me recuperara de lo que para mí fue una tristeza infinita, y cuando regresé al Valle me recibió con un fuerte abrazo en la sala de edición y comenzamos el montaje. Su terapia fue no hablarme nada de mi padre y hacer del turno algo para disfrutar y aprender.
Yo ya había trabajado con él editando esos memorables ‘Cuentos del Domingo’ en Televideo, en cinta de pulgada, edición lineal, en lo que yo podría definir como una verdadera clase de montaje. Pepito era un genio, escribiendo, dirigiendo y editando. Su sensibilidad era fuera de serie, era majestuoso cómo plasmaba en cada escena la verdad, como en el documental, no disfrazaba la realidad, además, cuidaba la fotografía como la actuación, si un actor no sabía cómo hacer el papel, él se sentaba, al mejor estilo de Bernardo Romero Pereiro, y les decía cómo interpretarlo, construía los personajes con ellos, sin ‘castrarles’ su creatividad, como hacen muchos directores de ahora, que solo ponen a recitar a los ‘nuevos talentos’.
Pepito nunca trabajaba con alguien que no tuviera formación teatral, hasta un extra debía tener alguna escuela en actuación, era muy paternal pero muy exigente. Yo estudié dirección de actores por él, y mi hijo cine, en la Escuela Lumiere, que dirigía su hijo Federico.
Regresando a la época en la cual hicimos ‘Milagro’, año 92, para el canal regional Telepacífico, Pepito se encontraba con su vida personal muy desbaratada, recién separado de Jennifer Steffens, quien le quitó todo, y de eso soy testigo. Después de editar nos íbamos a ‘Café Libro’ de Cali, y bailábamos salsa al piso. Me contaba que ya estaba próximo a llegar al sexto piso, pero que tenía proyectos, empezar de nuevo, conseguir una novia, escribir unos guiones, hacer cine, buena televisión, excelente radio. Su situación económica no era la mejor, por eso yo lo recomendé en el canal regional para dirigir esa serie y despegara monetariamente. Y así fue. Luego, unos años después, dirigiría la inmortal novela Café y con ella recuperó sus finanzas.
Pepito cocinaba unos espaguetis como ninguno, conocía de música como nadie, su cultura era incomparable, de todo sabía, sin pretensiones y sin posar de sabio, era muy informado.
El Maestro era tal vez el último cachaco que existía. Si los ojos son la ventana del alma, los de Pepito eran la expresión, no solo de su alma, sino de su corazón, era desprendido, generoso, filántropo, buen padre, buen tipo.
Su nueva relación, con una mujer mucho más joven que él, lo revivió, lo colmo de juventud, de energía. Ella lo valoró, lo respetó, lo ayudó, lo inspiró, lo aceptó tal cual, no lo explotó, no se aprovechó de él, no lo utilizó, siempre fue la mujer detrás de él, mantuvo un bajo perfil, pero al final, como sus otras mujeres, lo abandonó y lo separó de sus hijos, eso, para mí, lo mató, no fue el cáncer, fue la soledad.
Pepito les daba la mano a esos actores que atravesaban situaciones difíciles en su vida, como a Diego Álvarez en don Chinche, con él construía personajes.
¡Que talento el de Pepe! ¡Qué sentido del humor! ¡Qué alma tan blanca! ¡Qué energía tan cálida! ¡Qué Maestro por Dios!
Ya no lo llamaban a dirigir porque no hacía la televisión desechable de ahora, 30 escenas diarias, él era pulcro, se demoraba, pero todo era perfecto, no hacía empanadas, era un chef de la escena, cuidaba cada detalle, por eso no le servía ya a ese duopolio maldito que maneja ahora la televisión.
Al final, estaba sin trabajo, en la quiebra y enfermito, pero jamás dejó de reír y de escribir, de soñar y de esperar otra oportunidad.
Hablábamos por Twitter, leía mis artículos, me daba consejos, me felicitaba.
Teníamos unos proyectos, hacer un piloto de un dramatizado para un canal público o para una plataforma de contenidos, nada para el duopolio maldito, nada.
Si me preguntan su obra inolvidable, todas, pero la mejor, ‘La Tregua’.
Pepito, estás con mi padre, dale mis saludes Maestro, ¡y a poner salsa en el cielo se dijo!
Y siguiendo el ejemplo de Pepe, el filántropo, ayudemos a estas familias para que tengan una navidad feliz.
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