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Con la constitución del 91 se permitió por primera vez la elección popular de gobernadores. Desde entonces el poder regional se convirtió en un tesoro de piratas corruptos heredado de generación en generación, con muy pocas excepciones. 

La democracia no solo tiene que ver con la materialización de la acción del voto. El sistema político que ha organizado a los estados en su interacción con los ciudadanos con mayor extensión desde el siglo XX luego del fin de la segunda guerra mundial, tiene que ver con un ejercicio de representatividad en donde hombres, y más recientemente mujeres, todos y todas quienes estén habilitados por la ley y tengan el deseo de hacerlo, pueden competir en libertad para convencer con sus ideas a los ciudadanos y acceder a la representación en el gobierno. Su trabajo es servir a los ciudadanos, garantizar el orden y la justicia y ejercer el poder con el mandato de sus jefes: los miembros de la sociedad organizada. 

La democracia nació como una alternativa para ampliar el poder a los ciudadanos y quitársela a los reyes quienes se asumían como dueños legítimos de la tierra y absolutos poderosos incuestionables. La revolución francesa permitió el reconocimiento de derechos  humanos universales, e inició el camino para que todos las personas que convivían en un territorio común tuvieran una relación con el poder, más allá del destino de ser gobernados por los linajes reales y la herencia perenne de las familias divinas. 

Parece que no mucho ha cambiado. En Colombia con la Constitución de 1991 se permitió la elección local de gobernadores y alcaldes para cada departamento y municipio. Antes los gobernadores eran elegidos por el presidente y los alcaldes a su vez por los primeros para periodos de dos años. Es hora de volver a ese modelo, pero con los ajustes pertinentes de la era actual.

Colombia no es un estado federalista. La Constitución opera conjuntamente para todos los departamentos y lo que está prohibido por el Congreso, está prohibido en todo el territorio nacional. Los departamentos no hacen sus propias leyes, no legislan, como funciona en Estados Unidos. Las asambleas departamentales tienen la función de hacer control político y sacar adelante proyectos para la región. Lo mismo hacen los concejos que le aprueban también los programas de gobierno y el presupuesto a los alcaldes. Pero como en las viejas monarquías gobernantes de la edad media, el poder en las regiones se ha convertido en una olorosa caja de corrupción que cada cuatro años se entrega a las siguientes manos para que mantengan el status quo: contratos para los amigos, el pago de las deudas de las campañas, y el gobierno para heredar el poder, no para los ciudadanos. 

Antes los gobernadores eran elegidos por el presidente y los alcaldes a su vez por los primeros para periodos de dos años. Es hora de volver a ese modelo, pero con los ajustes pertinentes de la era actual”.

Así ha funcionado en Bolívar, en La Guajira, en el Quindío, en Santander, en el Meta, en Atlántico, y en todos los departamentos en los que las familias atornilladas a las sillas de la administración tienen a sus grupos políticos, sus congresistas, sus medios comprados, y sus votos no genuinos para mantener la corrupción. Y ganar es fácil. 

Las autoridades locales no actúan de forma contundente y algunas veces prefieren no darse cuenta de los planes mafiosos.  Los ciudadanos escuchan fácilmente propuestas populistas irrealizables o acceden a dinero o beneficios para elegir. Aida Merlano es solo un caso. 

No he escuchado al primer político que proponga regresar a como estaban las cosas antes del 91, y quiero aclarar que no se trata de gobernar desde Bogotá. 

En un país con los problemas de corrupción como el nuestro, en donde año tras año se esfuman los recursos públicos, producto de los impuestos de los ciudadanos, las elecciones en las regiones deberían definirse desde la campaña presidencial. 

Así las cosas los ciudadanos de todas las regiones tendrían que exigirle a los candidatos presidenciales cada cuatro años planes específicos para resolver los problemas de sus territorios. Y los candidatos pasarían a tener que pensar programas de gobierno detallados para los problemas en cada lugar. Los debates dejarían de ser sobre hechos insulsos como el aborto, la JEP, o el consumo y pasarían a ser sobre propuestas específicas para mejorar la vida de los ciudadanos, que es la razón de gobernar. 

Claro, tiene que ser con reglas. Una vez el presidente se posesione delegaría a un administrador público para cada región y municipio que tiene que ser de allí y tener una trayectoria no política, sino de experiencia y reconocimiento ciudadano. Los delegados deben ser nada menos que expertos en gestión pública y serán elegidos por el presidente para cumplir con el programa con el que ganaron las elecciones. Cada cuatro años los ciudadanos del país eligen presidente no solo por ideales y valores, sino por problemas específicos a solucionar en cada región. Si un delegado se mete en enredos, el ejecutivo está en toda capacidad de remplazarlo y las autoridades deben investigar y llegar a consecuencias sin amiguismo. Ya no habrá capacidad de corrupción porque el poder no le pertenece a los corruptos sino al ejecutivo que quiere cumplir su plan de gobierno y ganarse el reconocimiento de los ciudadanos, para quienes trabaja.

Todas las regiones avanzarían en sincronía con el plan que los ciudadanos eligieron y los recursos públicos dejarían de ser la caja pequeña de los poderosos que hoy por hoy son los reyes criollos en los territorios. Ya no habrá cargos para los amigos y, al acabarse las campañas locales, los delegados no tendrán que llegar a pagar favores políticos. 

Claro, tiene que ser con reglas. Una vez el presidente se posesione delegaría a un administrador público para cada región y municipio que tiene que ser de allí y tener una trayectoria no política, sino de experiencia y reconocimiento ciudadano”.

Sin embargo, a nadie le interesa dar este debate por varias razones. Se necesita una nueva constitución, y ningún político, no aún los congresistas, quieren perder el poder que significa tener alcaldes y gobernadores propios en las regiones de donde son oriundos. Esto es cargos, recursos, contratos, etc. Por ahora tendremos que seguir viendo cómo las regiones continúan deteniéndose en el letargo de la corrupción tradicional que ahoga a la democracia, pero la pinta de colores y de promesas estúpidas en un ciclo interminable. 

 

En otras cosas: En Armenia la corrupción es la regla. Hay muchas cosas que los ciudadanos deben saber y que los medios locales no han revelado. Seguiremos hablando del Quindío y sus mafias.

@santiagoangelp 

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Periodista en la mesa de La FM. Investigación.

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Un bosque de colores y brillo está cautivando al mundo. Unos ojos amarillos y unos destellos sobre una piel azul me cautivaron a mí.

Avatar, la nueva película del director de Titanic, James Cameron, es una obra maestra de 500 millones de dólares que en el poco tiempo que lleva en cartelera (se estrenó el 1ro de enero) ya se convirtió en la segunda película más taquillera de la historia, después de Titanic, y que, a mi modo de ver, ya puede ser catalogada como un clásico, como una historia inolvidable contada magistralmente  de una forma inolvidable.

Las imágenes de Avatar, logradas a través de tomas, diseños y colores, y, sobre todo, de una creatividad única e infinita, hacen que los espectadores creamos en ese mundo de los Na'vi y que luchemos internamente por sus personajes. La película es una obra de arte en términos cinematográficos, pero es a la vez una historia que nos deja un sabor amargo y una sensación de miedo y dolor.

Mientras nos deleitamos con un  mundo mágico de brillo, color y energía a través de imágenes en tercera dimensión, empezamos a entender que toda esa belleza, la historia de amor, el poder de la energía, lo hermoso de cada toma, son solo recursos creativos escogidos hábilmente por un director para enviar un mensaje poderoso a la humanidad: que está destruyendo a su madre naturaleza, a la tierra; que es posible que ya sea demasiado tarde; que el hombre puede ser el peor de los monstruos, "el alien", cuando se olvida de todo para acumular riquezas -casi siempre-; que así sufren las comunidades que son colonizadas cuando llegan los colonos a apoderarse de sus tierras, a expulsar, a exterminar, como si no existiera humanidad alguna en ellos.

Es difícil meterse en la mente de un director, y más de uno bueno, pero al ver la película solo pude preguntarme de dónde saldría una idea tan brillante y creativa, y a eso solo pude responder que lo brillante y creativo, como siempre, surgió de lo más simple: del mensaje que se quería enviar, un mensaje ya repetido hasta el cansancio de cómo el hombre se destruye a sí mismo y al mundo en el que vive, pero que esta vez un director quiso contar de otra forma porque sabía que haciéndolo como siempre su idea no funcionaría; hacer una película histórica sobre alguna guerra, sobre la colonización de alguna región, sobre seres humanos destruyendo el planeta sería lo mismo de siempre y sería recibido a ciegas, con indiferencia, como ya nos hemos acostumbrado a asumir las cifras de muertos, de ataques, de destrucción.

Pero unos seres azules, brillantes, con hermosos ojos almendra y habitantes de un bosque de colores, destellos y energía, de unión y poder, vistos en tercera dimensión y construidos alrededor de una historia de amor serían las figuras perfectas para que la sensibilidad de los seres humanos resurgiera de lo más profundo de su interior. Con estos seres Cameron creyó que lograría comunicar su idea y lo hizo.

Avatar está transmitiendo un mensaje muy poderoso a millones de personas en el mundo. Y eso no quiere decir que algo cambie debido a la película; no lo hará. Pero los Na'vi, sus ojos almendra, su desgracia, su amor por la naturaleza, su indestructible unión y su conexión energética se quedarán para siempre en la mente de muchos seres humanos que se sintieron de otro bando mientras se adentraban en esta historia. Por lo menos de mi mente no saldrán jamás.

Y, como una de esas coincidencias mágicas, en este caso muy dolorosa, que parecen salidas de ese bosque de energía de Pandora, mientras veía Avatar y a los Na'vi huir llorando y observabando impotentes cómo les destruían su mundo, pensaba con el corazón apretado en esos miles de haitianos que en ese mismo momento debían estar también llorando y corriendo después de que unas horas antes un terremoto hubiera prácticamente destruido Puerto Príncipe. De mi mente será imposible borrar esta comparación así como la sensación de dolor que nació en mi interior cuando unos personajes azules representaron frente a mí lo que en esos instantes ocurría realmente a seres humanos en otro lugar de mi planeta.

Es hora de despertar; con la naturaleza no puede nadie. Ella oye nuestros mensajes y nos responde, y, en este caso, el director de Avatar hizo un trabajo maravilloso en la transmisión de uno muy repetido de prevención, aunque quizás bastante tardío.

"Eywa", te pido que ayudes a que la naturaleza sepa conservar sus equilibrios, así dolorosamente a veces el hombre tenga que pagar por lo que ha hecho.

Ya alguna vez había mencionado que no soy amante de la ciencia ficción, pero Avatar es para mí su mejor exponente, al punto de que, además de ser absolutamente hermosa, a través de recursos del género logra crear una realidad y, lo que es más importante, logra enviar ese mensaje que de ninguna otra manera había conseguido llegar a tantos.

 

www.catalinafrancor.com/blog

 

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