El periodismo colombiano se supone un ejemplo en la región. La legendaria radio colombiana marcó un hito sobre cómo se cuentan y se narran las noticias y las historias. La tecnología y la interconexión han logrado escenarios antes imposibles. Corresponsales en cualquier ciudad del mundo saludan a la mesa de trabajo en la noche oscura de las capitales desarrolladas para participar de la conversación mientras que aquí el cielo apenas empieza a colorearse.
Pero esa evolución del instante también le ha quitado calidad al periodismo, y a los periodistas en general. La gente no lee. Caparrós diría que le importa un comino si los índices señalan que la gente lee el titular y dos párrafos más. O si solo se queda con el titular. “Casi que hay que escribir contra los lectores”, no buscando agradarlos con contenidos amarillistas y mediocres centrados, por ejemplo, en los acontecimientos personales de las vidas de los famosos en cualquier área. Políticos famosos, famosos famosos, actores famosos, escritores famosos, bandidos famosos.
Pero volvamos al instante. Hoy la tecnología permite que podamos trabajar a distancia, contestar en el chat mensajes en cualquier horario. Podemos estar enterados de lo que sucede en Estados Unidos con el nominado Brett Kavanaugh a la Corte Suprema que fue acusado de un episodio de acosos sexual contra una maestra que tuvo el coraje de hablar de su experiencia traumática cuando tenía trece años. Pero también de la violencia en México que ha causado este año el asesinato de nueve periodistas y de los tiroteos y la guerra sin tregua de los cárteles allí en Centro América. Y cómo no, del histórico acuerdo entre China y el Vaticano para restablecer relaciones que fueron rotas hace décadas por la batalla de la iglesia contra el comunismo. Hoy los lectores, la audiencia y los periodistas podemos estar enterados, bien informados y contar las historias del mundo y de las regiones del país en instantes luego de que se producen los hechos. Es un momento histórico para el mundo del periodismo. Y Las redes sociales han sobredimensionado ese efecto de la inmediatez. El instante se ha convertido en un elemento central en la vida de millones de personas conectadas a la internet que están ávidas de saber qué está pasando ya. Pero un daño colateral irreparable de esa avalancha de instantaneidad, ha sido la calidad del periodismo.
Las lógicas del oficio se han revolucionado. El periodismo de antes era mucho más dedicado y profundo, hay que decirlo. Y permitía incluso que existieran historias largas sobre acontecimientos que no eran necesariamente noticiosos. Un poco de la vida de alguna persona con una historia fascinante que no tendría oportunidad de figurar en la portada de los medios a menos de que fuese una cifra más en un indicador sobre pobreza o desempleo. O si fuese también la protagonista de una tragedia impactante. Amarillismo. Porque las portadas de los medios están tradicionalmente dedicadas a las caras ya conocidas de políticos e instituciones. Hace falta periodismo de narración en Colombia. Que cuente historias amables y trascendentales que reflejen los problemas o las hazañas de las personas más allá de las cifras que las reúnen con mezquindad en un indicador.
Pero no hay tiempo para eso. El instante ha hecho que el periodismo pierda pureza. La lógica de hoy en todos los medios es que hay que tener muchas noticias durante la mañana y la tarde porque cantidad significa no perderse nada. Y si se es el primero en contarlo, mucho mejor. Aun cuando esas noticias sean superficiales, comunicados de prensa, el recuento simple y sin análisis del trabajo de alguna entidad. O la declaración de un político. Y los medios seguimos el juego porque nadie se atreve a no tener una noticia que sí tienen los demás. La agenda setting, dicen los teóricos.
Hay poco periodismo de investigación en un país en donde todo está por revelarse, pero hay tan poco ánimo de los corruptos de perder el juego, y muy poco apoyo de las redacciones para entender que la investigación requiere tiempo y calidad. Contrastación, entrevistas, “seguir las pistas del dinero”, como dice la escuela americana. Revisión de documentos, infiltración y, sobre todo, equipo.
Mucha información es el objetivo. Un maremágnum de noticias para que los lectores, oyentes y televidentes puedan quedar enterados de todo. Pero sin entender nada. Y al siguiente día la historia se repite. Mucha información. Avalanchas de letras, comentarios, imágenes y audios que ahogan a la audiencia, pero la mantienen “bien informada”. Ese ha sido el impacto del efecto instante. Hay que saberlo todo, contarlo todo y retratarlo todo. No hay que perderse de nada. Y al final, ese “todo” es una aglomeración de contenido sin sentido y con mucha mediocridad.
Los periodistas debemos reflexionar sobre el momento que estamos viviendo. Hay que hallar de nuevo el sentido del oficio «más bonito del mundo» y actuar con compromiso sobre lo que hay que contar, con la fuerza y la profundidad con la que debe ser contado, y sin menguar en la calidad. El instante no es ni será jamás más importante que la calidad.
Los medios atraviesan por una difícil época en la que han perdido la confianza de sus consumidores justamente por la poca relevancia en los contenidos. Y las redes sociales son el zombi que está desesperado por contar mentiras y verdades a medias que son apetecidas por los políticos y los lectores ingenuos.
Es el momento de dar un debate sobre la lógica del periodismo en el país. Porque el periodismo es la brújula de los pueblos, y tal parece que hoy en Colombia la aguja no para de dar vueltas sin parar en un mundo convulsionado por la cantidad.
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