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Hace unas semanas Juan Gossaín publicó una crónica en las páginas de este periódico en donde contaba la historia del paciente Benjamín. 

Según el realto de Gossaín, a Benjamín lo atendieron más de 24 horas después de haber llegado a un centro de urgencias en el sur de la ciudad, al que llegaron obligados por los enfermeros de la ambulancia, porque la familia había pedido que lo llevaran a la Clínica Shaio en donde lo estaba esperando su médico personal. 

El pobre Benjamín esperó más de un día para que lo atendieran por unas molestias cardiacas y, finalmente, terminó siendo llevado a la Shaio como lo habían pedido sus familiares desde el principio. 

En el relato se da cuenta de una realidad desoladora en el sistema de salud que pone a prueba la paciencia de los usuarios, la capacidad de respuesta de los hospitales y el orden necesario para que las personas sean atendidas con mínimas atenciones de dignidad. 

Pero detrás de los problemas de los pacientes, hay una realidad aterradora que muy pocos se han preocupado por exponer. Ser médico siempre ha sido una razón de estatus social. Muchos padres desean con ilusión que sus hijos se conviertan en médicos y ojalá en especialistas porque es una de las profesiones más respetadas. Los médicos se dedican a salvar vidas y en otros casos a mejorarlas o a hacer el dolor y la enfermedad más llevadera. Lamentablemente en Colombia ese esfuerzo de una de las profesiones más nobles, es un sacrificio desagradecido y muy solitario. 

En primer lugar, los costos de las carreras de Medicina en las universidades privadas suele ser el más alto entre las demás profesiones y con cifras ciertamente exorbitantes. 

Hagamos un repaso. 

En la Universidad Javeriana el costo de la matrícula por semestre es de $ 22.586.000 pesos. Leyeron bien; por semestre y son doce. Eo quiere decir que para que una sola persona pueda obtener el conocimiento, las herramientas y la práctica para convertirse en médico general en la Universidad Javeriana de Colombia (de la comunidad de los jesuitas) debe pagar un total de $ 271.032.000.

Sigamos. 

En la Universidad El Rosario el costo por semestre es de $ 23.931.000. En total son $ 278.172.000 para que un médico bien formado pueda graduarse allí. 

En la sabana el costo por semestre es de 20 millones, en Los Andes el precio ni siquiera es público, en la Universidad el Bosque el precio arranca en $21.244.000 y luego tiene unas pequeñas reducciones a medida que se avanza en el programa. Luego están universidades como la Militar en la que el precio es un poco más aceptable, pero sigue siendo uno de los más altos en comparación con el resto de programas: 13 millones de pesos. 

Y para quienes no están en capacidad de pagar ese rubro, y tampoco alcanzan a reunir la mitad del valor en el caso de que decidan endeudarse con el Icetex, están las universidades públicas en varias regiones. La universidad de Antioquia, la Nacional, la del Valle, la UPTC, etc. 

El problema en las regiones es que no se trata, como en las privadas, de una sencilla elección y alistar el bolsillo, sino de complejísimos exámenes en los que participan cientos y miles de personas para un reducido número de cupos en cada universidad. 

Ahora bien, los semestres inician y la presión académica es enorme. Ser el orgullo de la familia no es una tarea que se consiga fácil. Estudiar medicina significa noches y semanas enteras de estudio, lectura, preparación y disciplina. Y luego, cuando se supone que viene lo mejor, la realidad es muy distante. 

El escenario laboral para los médicos generales del país es hoy aterrador. Los salarios son pésimos, el desempleo es alto, no es fácil acceder a oportunidades laborales porque, a pesar de haber pagado cientos de millones de pesos y derrochar casi una década estudiando y preparándose para ejercer, las instituciones y clínicas no contratan profesionales recién egresados por falta de experiencia. Y, cuando viene una oportunidad, el sistema de salud que factura miles y miles de millones de pesos al año, pero está quebrado (nadie entiende por qué), castiga a los médicos.

Esta es la razón: En el sector salud hay un circulo cíclico de deudas. El ministro de Salud Juan Pablo Uribe ha dicho que se trataría de al rededor de 10 billones de pesos. Pero en el choque de cifras cada organización tiene números independientes. Los médicos y trabajadores de la salud se quejan de que las clínicas y hospitales no les pagan, las clínicas, hospitales y farmacéuticas se quejan de que las EPS no les paga, las EPS se quejan de que el Estado no les paga los recobros (servicios no incluidos en el Plan de Beneficios en Salud), y de que a veces se demora en los giros que realiza la Adres mes a mes. Y en el fondo del saco, un hueco de corrupción que todos los días saca recursos en formas incalculables. 

Al final de la cadena de víctimas los médicos terminan resultando afectados. Por supuesto los pacientes también, porque un trabajador en cualquier empresa o sector no hace bien su trabajo si no le han pagado su salario en seis meses. ¿O sí? 

Pero, aunque quisiera que los problemas solo tuvieran que ver con deudas y dificultades para empezar la vida laboral, la verdad es que quienes no pueden acceder a cargos por falta de contactos (corrupción) o de la experiencia que piden las empresas del sector, intentan entonces pasar a una especialización para afianzar su conocimiento. 

Ese es otro problema. Las facultades de Medicina en sus áreas de especialización tienen exámenes absurdos de muchísima dificultad que parecen diseñados para que la mayoría no pase y, solo algunos con influencia puedan hacerlo. Y aún si uno de esos jóvenes esmerados lo ha logrado, entonces viene la entrevista. Sí, no basta solo el mérito sino caerle bien a los doctores que deciden su futuro. Quizá si encima tienes un apellido reconocido las oportunidades sean más reales. 

Y los costos que se repitieron año tras año durante la década anterior en el pregrado vuelven a repetirse, porque nada es gratis. En medicina, por el contrario, todo resulta muy costoso. 

Una investigación publicada en mayo de 2018 por la Asociación Americana de Psiquiatría concluyó que un doctor comete suicidio cada día en los Estados Unidos. De hecho el estudio  (When Doctors Struggle With Suicide, Their Profession Often Fails Them) reseñó que el promedio de suicidios en doctores (28 a 40 por cada 100.000 habitantes) es mucho mayor que el del resto de la población que es de 12.3 por cada 100.000 personas. Y esto es mucho más frecuente en mujeres que tienen que lidiar con los problemas del hogar, hijos y otras situaciones de la vida que siguen estando diseñadas para que ellas tengan un rol de más responsabilidad. El factor común es la depresión. Espeluznante. 

En Colombia este es un problema creciente que nadie quiere ver porque todas las lupas están sobre los pacientes. Pero pocos entienden que el verdadero centro del problema es el que tiene que ver con el trasfondo de las universidades, las facultades, y la nula voluntad del Gobierno para mejorar la calidad de vida de quienes decidieron dedicar las suyas a salvar las nuestras y a hacerlas más llevaderas y con menos dolor. 

El Ministerio de Educación, al que le hace falta una superintendencia que vigile los excesos como el del costo de las universidades protegidas en la autonomía, tampoco hace mucho para que las cosas mejoren. Ambas carteras parecen sujetos pasivos que se quedan viendo el incendio que destruye el bosque sin ánimos de reaccionar. 

Y mientras eso ocurre, todos los años miles de jóvenes ingenuos terminan el colegio y se inscriben en las facultades de Medicina de todo el país esperando cumplir sus sueños y curar corazones. Esperemos por lo pronto que los suyos no se rompan cuando se gradúen y no consigan trabajo, algo en lo que nadie se fija. 

Pdta: Problemas como este es el que los colombianos esperan todos los días que los políticos solucionen. Ilusos. Nunca ocurre porque los congresistas, gobernadores, alcaldes, y demás funcionarios elegidos, que no se olvide, para servir, están pensando en ser políticamente más atractivos; esto es populismo, y no en trabajar para cambiar la realidad. 

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