No llegué a estas reflexiones sola, lo hice con la sensibilidad del grupo de lectoras que participó en el club: entre marzo y abril leímos En diciembre llegaban las brisas, de Marvel Moreno. Todas coincidimos en que leer esa novela en comunidad fue fundamental para sostener el ritmo de una lectura exigente en la que abundan los personajes y los lazos entre generaciones.
Han pasado más de treinta y cinco años desde que se publicó la historia de Dora, Catalina y Beatriz, pero su vigencia es deslumbrante. Marvel descifró el universo de los malestares que han perseguido a las mujeres, a partir de los mandatos que han privilegiado —pero también herido profundamente— a los hombres. Lejos de ser los únicos abismos en la novela, la clase social y el color de la piel sobresalen como dispositivos de dominación y segregación, atravesados por el lugar que cada familia tuvo en la época colonial.
A mediados del siglo XX, en una Barranquilla que hierve y encandila, tres amigas de colegio abandonan la infancia y se convierten en las mujeres que debían ser para mantener la obstinación de la tradición y los beneficios del estatus social: esposas y madres dispuestas a reciclar, para su descendencia, los mismos esquemas que las habían puesto en ese lugar. Al cabo de varios años —con la mediación de un narrador omnisciente—, Lina recuerda el tránsito de Dora, Catalina y Beatriz, que más que un proceso parece una contusión, desde la orilla de quien tiene una relación tormentosa con su lugar de origen. Lina, más que ser otra amiga, es el personaje que articula las historias y las interpreta con la orientación sabia y disruptiva de su abuela materna y dos de sus tías abuelas.
La novela tiene tres partes: la de Dora, la de Catalina y la de Beatriz, narradas en función del linaje, la crianza y el devenir del matrimonio de cada una de ellas. Lina, que es quien une los puntos para cada apartado —y, por ende, para cada historia—, dialoga con la intuición de su abuela Jimena, su tía Eloísa y su tía Irene, respectivamente, que no solo conocen el muy cerrado círculo social, sino que también han interpuesto la distancia necesaria para analizarlo con perspectiva. El origen, la familia y el relato que del mundo femenino han conocido, determinan qué tanta capacidad de respuesta y de trasgresión tienen las tres amigas frente a las estructuras impuestas. Cruzar los límites es motivo de exclusión, pero respetarlos implica languidecer con la única ayuda de los calmantes o del alcohol.
El libro termina con el Epílogo de Lina, el único fragmento narrado en primera persona. Lina, después de muchos años y desde París (un referente geográfico de emancipación a lo largo de la historia), revela la misma brillantez de las mujeres de su familia, se refiere a la huella que dejó Barranquilla en su vida y sugiere el olvido de lo que es imposible explicar, porque a veces el silencio le hace más justicia al pasado. El epílogo de cuatro páginas es fundamental porque ofrece información de un personaje del que se sabe menos que de los demás, y porque supone la cuota más refrescante de una historia cruda: la brisa de diciembre que se lleva un ciclo e inaugura otro. Leí que algunas ediciones pasadas del libro omitieron (lo que quiere decir que censuraron) el Epílogo de Lina. Cuánto atrevimiento. Es que hay un mundo entre la sensación del lector que sólo llegó hasta la historia de Beatriz y la del que también leyó el epílogo.
La historia terminada nos hizo pensar (a las lectoras con las que tuve la fortuna de leer la novela y a mí), que, uno, las tres partes del libro juntas invocan la complejidad de las dimensiones mente, cuerpo y espíritu. La dominación de las ideas, la apropiación de la sexualidad y la mística de un alma dueña de sus creencias son terrenos inhabilitados para los personajes femeninos del libro. Y, dos, que mientras En diciembre llegaban las brisas explora, mayoritariamente, las fronteras de los hombres conservadores, El tiempo de las amazonas, la novela que Marvel escribió antes de morir, se acerca más a los hombres progresistas que olvidan su causa política en la esfera doméstica.
Marvel se adelantó a los cánones de su época, propuso una prosa espesa, observó su entorno con precisión quirúrgica y no escatimó en recursos literarios para exponer a los círculos sociales en los que creció. La incomodidad de su obra, no siempre bien recibida, es, precisamente, una de las razones por las que más urge leerla.
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