Las crónicas acercan los fenómenos y los convierten en realidades próximas al lector, extrapolables a su contexto. En eso Leila Guerriero, la periodista argentina, es más que experta. Su libro Los suicidas del fin del mundo, que fue reeditado hace un par de años por Tusquets, es una muestra de cómo su facultad narrativa permea —y nutre— las historias que llaman la atención de su lente periodístico.
Esta crónica del 2005 indaga en los suicidios de varios jóvenes a finales de los años noventa en Las Heras, Argentina. Al sur del país, en un pueblo donde el viento era implacable, Leila encontró que la vida giraba alrededor de la abundancia del petróleo. Sin embargo, los réditos del extractivismo ya se habían esfumado. El desempleo, el embarazo adolescente y la violencia intrafamiliar eran el paisaje más común. Después de unas décadas de considerable prosperidad, las palabras sentido, pertenencia y oportunidad dejaron de existir en el diccionario local.
El panorama gritaba pero sobre los suicidios nadie sabía nada. Leila reconstruyó conversaciones con los familiares de aquellos jóvenes y puso en evidencia la cotidianidad tediosa del territorio. Entre los habitantes encontró algunas hipótesis supersticiosas y otras más contextuales. Bajo ninguna se percataban de la languidez con la que coexistían los muchachos.
De los testimonios impacta el relato de esos últimos minutos, del hubiera, del no hubiera, del hallazgo de los cuerpos inertes, de los futuros no alcanzados, de los suicidios que casi son, de los pedazos que tocó recoger. Hubo grupos de apoyo, terapeutas y programas internacionales. De cualquier forma el misterio circuló a sus anchas y las autoridades ni siquiera llevaron un registro serio de los casos.
Ahora bien, el abordaje de las brechas entre el norte y el sur del país es notorio e incluso persistente en el texto. Cuánta razón tenía Leila cuando en una entrevista dijo que todos los países de la región tienen un pueblo —o muchos— como Las Heras: marginado, periférico, invisible. La narración ubica a Buenos Aires al norte, tan al norte que está más cerca de otros continentes que de la misma región patagónica. «[…] Esto era el Sur. El Sur del país pero también del mundo. El fondo, el confín, el sitio del que todo queda lejos. Y viceversa. Muy viceversa».
La crónica arma la piezas y las deja a disposición del lector. No le pone nombre al enigma porque tal cosa no existió, pero sí ilumina la desembocadura de un río que arrastró problemas convergentes a un precio muy alto.
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