Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Hace unos meses, en un taller de escritura, me inspiré en Bogotá para incursionar en la poesía. En uno de los retos creativos pensé en la ciudad como una mujer herida cuya silueta desplomada se dibuja en los Cerros Orientales. Aunque el verso no fluyó como esperaba (nada en la estructura me gustó y terminé botando la hoja de papel), me quedé con esa imagen dando vueltas en la cabeza sin saber muy bien cómo profundizar en ella.

Resulté haciéndole alusión en agosto por cuenta del cumpleaños de la capital, en el tedio de un trancón a las 5 de la tarde. Un paradero de buses tenía un anuncio que hacía referencia a los 484 años de Bogotá, y a una de las obras de infraestructura que los celebraba: la ampliación de la Autopista Norte, que estaría lista en el 2029. En hora pico, languideciendo como los demás habitantes, pensé en voz alta: ¡¿2029?!

Las oportunidades que le debo a esta ciudad son incontables. Aquí nací y aprendí a hablar con ese acento que los extranjeros consideran cálido, envolvente, sereno. Me gusta el frío, ya me reconcilié con el gris, creo que la lluvia excesiva apacigua y entiendo la elevación de nuestro suelo como un refugio. Es que eso ha hecho Bogotá: resguardar con lo que sus posibilidades le han permitido. Sin embargo, la gratitud también pasa por reconocer lo feo y señalar la necesidad de un cambio que le haga justicia al potencial de la capital.

Bogotá está lejos de mejorar en calidad de vida. Lo converso con familiares, vecinos y amigos de cualquier rincón de la ciudad: nuestra salud mental es vulnerada a diario. Hay desánimo, desconfianza, desprestigio y mucha distancia. Ya no bastan dos horas de antelación para procurar llegar a tiempo al trabajo o a la vida. Todo desplazamiento se padece mientras el miedo gobierna. Incluso sacar a pasear al perro es un peligro inminente.

Bogotá está herida. Hay desprotección y angustia generalizada. La capital lleva muchos años en lo que parece una obra gris. No se siente que el sacrificio valga la pena porque al cabo de un tiempo la vía es insuficiente, el arreglo se queda corto y el mandatario de turno deshace lo ajustado (para bien o para mal). De cualquier manera, los habitantes de la ciudad vemos siempre el mismo panorama: trozos de concreto perforados, cintas amarillas y letreros indicando desvíos. ¿Cuántos años más sin poder disfrutar de las formas del movimiento?

Bogotá ha sido usada, saqueada y dejada a su suerte. Está desprovista y no hay quien le tenga paciencia o le dé esperanza en un futuro próximo. Su vigor está siendo desperdiciado porque la ciudad, que es un motor nacional, opera a regañadientes. Urge un liderazgo que la extraiga de su propio encierro y ofrezca horizontes más alentadores, que claro, no pueden materializarse si la ciudadanía no reconoce las heridas y deja de pasar por encima de ellas. Lo prometedor versa sobre la posibilidad de que una silueta desplomada, como en el poema que no fue, siempre puede ponerse de pie con la asistencia de las manos adecuadas.

Compartir post