
Si estás en esa etapa en la que sientes que tu vida es como una serie de Netflix en la que no elegiste el guion, bienvenido, bienvenida al club. Muchas veces caemos en la rutina y, sin darnos cuenta, estamos protagonizando una historia que no nos emociona. No es que sea un drama terrible, pero tampoco es la épica aventura que imaginábamos cuando éramos niños y queríamos ser astronautas, bailarinas o domadores de dragones (bueno, al menos en mi caso). Así que, ¿cómo empezar a buscar el famoso propósito sin terminar en una crisis existencial? Vamos por partes.
Lo primero que hice cuando me di cuenta de que algo no encajaba fue preguntarme:
«¿Si tuviera un día libre, sin ninguna obligación, en qué lo gastaría?» Y no vale decir «dormir».
Me refiero a esas cosas que realmente te llenan, esas que haces y, de repente, te das cuenta de que han pasado horas sin que mires el reloj. En mi caso, la respuesta no apareció de inmediato. Pasaron años y valiosas conversaciones. Incluso, hubo un momento en mi vida en el que me detuve y me pregunté: «¿Esto es todo?» Había hecho todo lo que se suponía que debía hacer: estudié, conseguí un buen trabajo, fui creciendo profesionalmente, pero por dentro sentía que algo me faltaba. No sabía exactamente qué, pero esa sensación de vacío me perseguía en los momentos de calma, en esos minutos antes de dormir o en los silencios incómodos conmigo misma.
Así que empecé con algo simple: preguntarme qué me gustaba de verdad. No lo que me habían dicho que debía gustarme, no lo que era «rentable», sino lo que realmente me hacía sentir viva. No fue fácil, porque al principio no tenía respuestas claras, solo intuiciones, pequeñas chispas de entusiasmo que aparecían en conversaciones, en libros, en momentos inesperados.
Recuerdo cuando, recién haciendo mis primeras practicas de coaching impartí mi primer taller, muerta del susto, de hecho nunca había considerado facilitar o formar a otros como una opción, pero cuando terminé esa sesión, sentí algo que no había sentido en mucho tiempo: una energía distinta, una certeza de que ahí había algo para mí. Y entonces entendí que encontrar el propósito no es algo que llega de la noche a la mañana con una epifanía gloriosa, sino que es un proceso de prueba y error, de animarse a explorar, de equivocarse sin miedo.
Muchas veces nos decimos que no tenemos tiempo para pensar en estas cosas, que tenemos responsabilidades, cuentas por pagar, compromisos que no podemos soltar. Pero lo cierto es que nunca hay un momento perfecto para hacer esta búsqueda. El propósito no es un lujo reservado para unos pocos, es algo que todos podemos encontrar si nos atrevemos a mirarnos con honestidad.
Aquí es donde entra el concepto japonés de IKIGAI, que básicamente significa «razón de ser». No se trata solo del trabajo o de una gran misión de vida, sino de aquello que hace que cada día valga la pena.
Es el punto de intersección entre lo que amas, lo que se te da bien, lo que el mundo necesita y por lo que podrías ser recompensado.
Pero, ojo, que no todo propósito tiene que convertirse en una profesión o en un emprendimiento exitoso. A veces, nuestro ikigai está en los pequeños momentos: en una conversación significativa, en la satisfacción de ayudar a alguien, en la alegría de crear algo solo porque sí.
Si estás sintiendo ese vacío, esa inquietud de que algo falta, no la ignores. Es tu brújula interna hablándote, pidiéndote que prestes atención. Y no necesitas hacer cambios drásticos de la noche a la mañana. A veces, todo comienza con una simple pregunta: «¿Qué me haría sentir viva/o hoy?».
Con el tiempo, las respuestas empezarán a ser más claras. Tal vez descubras que lo que más disfrutas es compartir conocimiento, conectar con personas o crear algo con tus manos. Tal vez descubras que has estado buscando validación externa en lugar de preguntarte qué te hace realmente feliz. Lo importante es seguir explorando, seguir probando y darte permiso para cambiar de rumbo si es necesario.
No hay una única forma de encontrar el propósito, pero hay algo seguro: todo comienza cuando te das el espacio para escucharte de verdad. Y si en el camino descubres que tu propósito no es salvar el mundo sino hacer el mejor pan de masa madre de tu barrio, pues felicidades. Porque el propósito no es un destino grandioso, sino el disfrute de una vida que realmente te haga sentido.
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