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«Yo a usted lo vi», «estaba en x lado»,  «con fulana», «iban cogidos de la mano». «¡Qué va!, ¡mentira!»,  «¡yo no hice nada!»,  «¡ese no era yo!», «uno que se parecía»…   Antes el sapo sólo  contaba  con su lengua para echarlo a uno  al agua y uno con la de uno   para negarlo, para gritar que todo era una vil calumnia.  Poco o nada se puede hacer ahora ante una prueba irrefutable como lo es una foto.

Antes casi nadie portaba una cámara de fotográfica, o de video,   ahora hasta la flecha  más barata    capta fotos y graba vídeos.  Pero la calidad es mala. Pero ahí se alcanza uno a ver, por el suéter, por la giba, por lo cazcorvo, por algún lado  lo reconocen y se sabe que es uno  el que está ahí, cagándola. Ya nadie puede estar  mal parqueado, el vídeo, la instantánea a las redes sociales, y hasta ahí fue dicha.

Antes uno podía cometer su deslealtad con toda la tranquilidad del caso e iba a una fiesta sin la novia a pasarla bueno,  a intentar portarse mal. Ahora con más fotógrafos que bailarines eso se acabó. Ni modo de  amacizar o  de intentar robarle un piquito  a alguien. no hay sea que por culpa de algún tarado  que madrugó a subir las fotos,  al rato nos  estén llamando a hacernos el  reclamo. Y yo que le había dicho  que me  había quedado dormido a las siete, al rato de haberse acabado  el minuto de Dios.
No han sido pocos los amigos, parientes y conocidos que han caído por culpa del Facebook. Otros tantos   por culpa del celular;   mensajes de texto, correo de voz,  llamadas pérdidas.
Por ser el principal medio con el que se cuenta  para ejercer control sobre la pareja,  todo lo relacionado con ese bendito  aparato es problema. No escuchar el celular es problema, quedarse sin carga es problema, quedarse sin minutos, o que se lo corten,  es problema.   Antes andaba uno más  relajado. Antes nadie se enteraba de nada.

Para  poder salir y hacer de las suyas con la tiniebla,  un amigo  tuvo que  inventarle  a la novia que debía  ir a cuidar a la abuelita convaleciente. «Me llamas cuando llegues», «cuando estés allá», «me llamas para saber que estás haciendo», «para saber qué hiciste, para saber si  estás bien». Toda la bendita noche la misma lora. No pocas  veces al pobre le tocó cruzarse  en pura esa pista de baile, y a empellones, o como fuera,   salirse del bar, todo, para  poder responder el celular en un lugar libre de ruido. Qué pena con la moza,  pidiéndole permiso cada cinco minutos permiso para «ir al baño».

«Pásame a tu abuelita, amor, quiero saludarla,  saber cómo se encuentra»…  – «Se  está quitando la caja», «se está tomando la pasta para la tensión», «cómo  se te ocurre que te la voy a pasar,  el campo magnético del  celular le altera la corriente del marcapasos, si vieras esos  cimbronazos tan feos que le pegan»,  «¿qué quieres, que la mate?»…  Invéntele excusas a la una,  invéntele excusas  a la otra, que vaina tan jarta esa. A lo  que  sí no pudo negarse fue a la exigencia de  tomarse una foto con ella y mostrársela al día siguiente. A las  tres y media de la mañana, después de dejar a la fulana esa con la que andaba,   le tocó irse para la casa de la abuela. Que problemita en el que se vio para lograr  despertarla  y convencerla de que se  tomara  una foto a esa hora con él.
Antes «me voy para full  farra»  y hasta el otro día a mediodía volvían a saber de uno. Ahora toca estar rindiendo informe cronológico y pormenorizado de cada actividad realizada.   El tiempo de maniobra se ha reducido considerablemente.

El problema no es ser infiel, el problema es dejarse pillar, y con esto de la tecnología y las redes sociales el riesgo aumentó considerablemente. Procuro advertirle  a mis parejas que si me la van a hacer yo no me pongo bravo,  pero eso sí,   háganla bien,  procuren dejarme sano, ignorante de la vuelta,  no me gusta sufrir, tampoco me gusta  hacer sufrir, por eso les prometo y procuro hacer todo lo que  esté  a mi alcance para no dejarme pillar.

Pero nada sacamos nosotros, y  ellas, claro está,  puliéndose, tomando precauciones, obrando con extrema cautela,  si  en esto de las redes sociales hay mucho informante,  mucho envidioso, que no pueden ver a un pobre acomodado, con una relación estable en su perfil.  Caso aparte  aquellos a los que les encanta vivir hackeando el correo de sus parejas, revisando perfiles, escudriñando conversaciones, el que busca encuentra.

Tantos años en la lucha,  uno mal o bien aprende a  sobrevivir en el mundo real,  a hacer una que otra maniobra arriesgada,  a transitar por caminos hostiles,   pero en el espacio virtual, a muchos nos sorprendieron con los calzones abajo, dejando correos abiertos, sin saber bloquear, denegar accesos, configurar cuentas. Bajo  el método antiguo me hubiera muerto negándolo todo, pero con las conversaciones ahí grabadas  nada  podía hacer yo. Varias veces me  quedé   sin el pan y sin el queso.

Algo he aprendido, ahora abro otros perfiles, para poder actuar desde allí,   cierro sesiones; moza que consigo, moza que bloqueo, no hay sea que una mañana cualquiera, al abrir mi correo, me encuentre con la no grata sorpresa  que tiniebla  y oficial son ahora amigas. No le tiro los perros a nadie así muy de frente, todo por el  ladito, para tal efecto,   mi lenguaje es ambiguo y mis  conversas deben dar lugar a  interpretaciones, «yo no quise  decir eso». Aparte,  grabo los teléfonos de mis amigas con  nombres de manes, o de contactos de trabajo. Y  si me  vieron cara de plato de segunda mesa, y me cogieron de mozo, soy yo el que propongo abrir dos nuevas cuentas, fijar unas horas precisas de llamadas, hablar  en clave… Simples pactos entre gente madura, acuerdos entre damas y caballeros.

Tampoco dejo el celular pagando,  no hay sea que por ahí a alguien se le ocurra la idea de  llamar a comprobar si efectivamente  Vicente es Vicente y no Rosa, Alicia, o  Carmenza. Ahora toca estar borrando llamadas, poner el celular en vibrador, y revisarlo despuesito, escondido en el baño. Que  feo invento ese  del  identificador de llamadas. Benditos los teléfonos de antes,  una bocina y un disco para marcar. «¿Quién era,  mi amor?», «Mm nadie, bueno sí, el  mudo».

Ahora llegó una cosa llamada GPS, eso es todo bonito porque se ven las calles, los parques, las casitas, eso es… ¡TERRIBLE!, ya lo pueden ubicar a uno. ¿Cómo decirle  a aquella que estoy cuidando a mi tía enferma  que vive en el  Restrepo si lo que ahí figura son  los amoblados de Chapinero. ¿Cómo  seguir haciéndome  el de las gafas y creerle que ha estado juiciosa colaborando en la iglesia si en el mapita figura que está en la carrera catorce, número sesen…. aquí no más en el amoblado de la esquina, en el edificio bonito.

 

Ahora sí nos jodimos todos.  No tardará   en salir  un estudio que diga: «se disparó la infidelidad», nada de eso, los niveles de deslealtad siguen intactos lo que pasa es que ahora sí nos pescaron a todos.
Los  expertos  recomiendan  tener cuidado con  las redes sociales. Claro que hay que tener cuidado, uno no puede andar gallinaceando por ahí a toda hora,  hay que tantear muy bien el terreno antes. Lamentable, pero  en el ciberespacio hay más personas prestas  a tirarse relaciones que dispuestas  a tener algo indecente  con uno.
Y yo que creí que las redes sociales iban a hacer de este un mundo más libidinoso, pero qué va,  terminaron  siendo peor que un lavadero de comadres. Se acabaron las malas andanzas,   tocó volverse fiel a las malas.

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