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Desde que tengo uso de razón, políticamente, este país siempre ha estado dividido en dos; mucho más en épocas de elecciones. Así que no entiendo el porqué de un tiempo para acá, a esa eterna pugna por el poder, se le empezó a llamar odio y polarización y pasó a ser considerado el principal problema del país, por encima de la pobreza, el desempleo y la desigualdad.

Seamos claros, el hecho de que los políticos se la vivan peleando, o de pipí cogido entre ellos, ni nos afecta, ni nos beneficia. Ni lo primero agrava los  problemas estructurales  de este país, ni lo segundo los resuelve. Nos da exactamente lo mismo si nos desangran juntos o unidos.

No obstante, la gran prensa de este país logró imponer la lógica “no hay que polarizar”, tanto en la política y en la vida pública, como en todos los ámbitos de nuestra vida diaria.

¿Qué pretenden con esto?, sencillo, uniformar nuestro pensamiento, imponer su criterio, eliminar el disenso, coartar la libertad de expresión,  anular de raíz cualquier propuesta que plantee un verdadero cambio – así seguimos adormilados en este extremo en el que estamos y que a ellos tanto les conviene -; finalmente, pretenden que no cuestiones, no reclames, no rezongues, no critiques, y que vivas conforme.

Tan azotados nos tienen con este sirirí, que ya nadie se atreve a tomar posición, ni a rebatir una tesis o ideología contraria, por más absurda y disparatada que esta sea. La gente teme expresarse, no hay sea que la acusen de estar generando odio o incentivando la lucha de clases y le claven su demanda.

Parece que el fin último de toda discusión fuera ese, no polarizar, como si así se solucionaran todos los grandes problemas de este país. Ningún panelista debate hoy en pro de llegar a la verdad sino en función de no llevar la contraria. Ningún político se esfuerza por exponer la mejor tesis, la más convincente y conveniente para el país, sino por demostrarle a su auditorio que, a diferencia de su contrincante, él no polariza, ni maneja un discurso de odio, sino de amor.

Si un político o cualquier otro personaje público desea blindarse contra la polémica, basta con que acuse a quien lo critica o expone una tesis opuesta a la suya de estar lleno de odio en su contra, o de ser su hater. Según esta teoría, nadie discrepa de nadie por convicción, o porque simplemente piensa diferente, sino porque lo odia.

Prohibido odiar y estar en contra de algo, no sé cómo, pero tenemos que arreglárnoslas para amar todo y estar unidos. Amar la pobreza, la inseguridad, el desempleo, la falta de oportunidades;  y unidos, unidos alrededor de los trancones, de los bajos salarios, de las consecuencias negativas que nos trajo la migración venezolana, del alto costo de vida…

Pregunto, ¿cómo plantear una política completamente contraria a la actual sin polarizar, sin irnos para el otro extremo, más aun cuando la solución a muchos de los grandes problemas del país está en el polo opuesto, cuando lo que necesitamos son cambios de fondo?

O ¿qué persiguen con esto del punto medio?, ¿que luchemos contra el desempleo, pero sólo poquito, hasta que la mitad de la población consiga trabajo?, ¿contra el robo y la corrupción, pero sólo hasta reducir el número de choros y del dinero que se roban a la mitad?

No me imagino que hubiera sido de la filosofía, la medicina, la ciencia, las matemáticas si este sinsentido se hubiera impuesto a lo largo de la historia de la humanidad, y si los grandes genios y otros grandes polarizadores no hubieran podido controvertir a sus pares.

Qué poco hubiéramos avanzado como especie si los matemáticos y físicos a los que Newton y Einstein les rebatieron y les desvirtuaron sus teorías los hubieran acusado de estar llenos de odio y de ser sus haters.

Si en vez de contradecirlos con argumentos, ante cualquier hipótesis contraria, Platón o Sócrates hubieran optado por responderles a sus contertulios los consabidos: “no polarices”, “basta ya de tanto odio”.

Si para no irse de frente contra la iglesia y contra todos los que sostenían que era cuadrada, y seguro de que la mejor opción siempre es el centro, desde el principio Galileo se hubiera resignado a afirmar que la tierra no era redonda sino que tenía forma de icosaedro.

“Hijos, deben acompañarse en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe…” Uy, padre, no polarice…

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