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¿Existe aroma, sabor, textura, preparación, receta, o “experiencia gastronómica” que justifique pagar 200 mil pesos por un plato de comida? ¿Existe currículo, programa académico, método pedagógico o plan de estudios que justifique pagar 30 millones de pesos por un semestre?

Pienso que no, que la diferencia de calidad entre una universidad y otra no es tan marcada como nos han hecho creer, mucho menos proporcional a la diferencia de precios entre sus semestres, y que eso que llaman educación de calidad no es más que: a) un grito presuntuoso e hipócrita de los jóvenes para poder lucirse y tirar piedra durante las marchas – ¿a quién durante su época de estudiante le gustaba que lo “clavaran” estudiando?-; b) un ardid de universidades como los Andes para atracar con los precios de las matrículas. Muchos no están de acuerdo conmigo, a continuación,  sus razones:

Sus graduados:  Para muchos, esa universidad gradúa verdaderos genios. No es por contradecirlos, pero si la economía, los altos niveles de pobreza y desigualdad, y el nivel de desarrollo de este país, por nombrar tan sólo un par de aspectos, son el reflejo de las habilidades cognitivas de quienes nos han gobernado – muchísimos de ellos Uniandinos – dudo enormemente de que los que se gradúen de allá sean lumbreras.

Lo bien preparados que salen: tras pagar ese montón de plata, se esperaría que un egresado de medicina de ese templo del saber sea capaz, como mínimo, de revivir los muertos, un economista de convertir la mugre en oro, y un abogado de lograr que el diablo sea declarado inocente en un juicio celestial…  nada de eso, sus habilidades y competencias son las mismas a las de cualquier egresado de cualquier otra universidad.

Su planta docente: allá enseñan eminencias – aducen -, exministros defensores de las EPS, exgerentes de Ecopetrol involucrados en escándalos como Reficar, personajes 4 veces más inteligentes y mejor preparados que sus pares de la Minuto, o la Manuela… ¿ quién me recuerda alguna genialidad, o reflexión realmente brillante, proferida por un Alejandro Gaviria, una Parody, una Carolina Sanín, un Juan Carlos Echeverry o de algún otro Andino de pura cepa?

Allá ingresan los mejores estudiantes:  sí, pero de ese reducidísimo grupo social que puede pagar una matrícula tan exageradamente cara.

Su plan de estudios:  aunque por ese cojón de plata uno podría llegar a  imaginar que su currículo es diseñado directamente por Thot, Atenea, Minerva y demás dioses del saber, o que en sus aulas les revelan todo tipo de secretos y misterios ocultos, lo único cierto es que el contenido es el mismo al de cualquier otra Universidad. El valor de Pi es idéntico independiente de quien te lo enseñe. El número de huesos del cuerpo es el mismo independiente de si lo aprendes de boca de un profesor de los Andes o de la Agustiniana. Por ese dineral no te enciman ni un huesito, ni el valor del número de Euler se incrementa medio decimal.

Su método de enseñanza:  yo era de los que imaginaba que a sus educandos les transferían el conocimiento a través de, no sé, radiación electromagnética, nuclear, o se los inyectaban vía intravenosa. Hace poco me enteré de que el sofisticado e insólito método de los $ 30 millones es el siguiente: un misterioso individuo llamado profe, ubicado de espaldas a un tablero, y frente a un extraño grupo de individuos llamados estudiantes – a veces se gira y el sentido se invierte-, sentados en unos sofisticados artefactos de madera llamados pupitres, expone y explica un determinado tema.

Así de simple, no existen los métodos mágicos de enseñanza. Lo complejo del conocimiento no es transmitirlo, sino llegar a él, se requirieron siglos. La verdadera magia del aprendizaje no sucede afuera sino al interior de ese maravilloso órgano llamado cerebro. El resto son excusas para cobrar más. Ahora, los algoritmos para resolver un límite, una derivada, o una integral son exactamente los mismos independiente de si te los enseña un PHD de los andes, un youtuber, o un maestro de la escuela más apartada del país. La diferencia estriba en que por enseñarte a integrar en los Andes te cobran 4, 6 y hasta 7 veces más, depende el punto de referencia.

Su infraestructura, sus recursos pedagógicos: a mí sí me encantaría saber, por ejemplo, qué diseccionan en el anfiteatro de esa universidad, ¿cadáveres o ángeles?, ¿corazones que nunca fueron rotos? O si la densidad del aire allá arriba cerca a la circunvalar es menor y por lo tanto las ondas sonoras que transportan el conocimiento llegan más rápido y en estado más puro a la mollera de los estudiantes.

La buena educación vale: Pero, ¿qué es una buena educación sino transmitir el contenido cierto, y enseñar a pensar de forma lógica, analítica, y racional? Ahora, si pensar y hablar es gratis, si no hay palabras que cueste pronunciar más que otras ¿por qué debería ser más costoso transmitir una información verdadera que una falsa, pronunciar una genialidad que una estupidez, enseñar a pensar de forma lógica y racional que de forma torpe?

Si tiene como compañero de trabajo a un Uniandino, haga usted misma el ejercicio, quédeselo viendo, analícelo, escudríñelo, y respóndase a sí misma si ese fulano que tiene enfrente es 4 veces más inteligente, preparado, cumplido, mejor persona y profesional que usted, que pagó por un semestre en la Salle, Católica, o la América 3 o 4 veces menos? Si respondió sí, vaya y pídale un autógrafo, hágale una venia, y dígale que lo admira. Si su respuesta es no, conduélase, piense que al papá de ese pobre le dieron en la cabeza, imagine cuánto pagó el viejo por cada minuto que su hijo estuvo sentado en el pupitre, y que no es su culpa el ego tan grande que se gasta y la percepción tan idealizada y sobredimensionada que tiene de sí mismo.

El roce social:  En los Andes – aducen – es posible relacionarte con gente divinamente, que luego puede ayudar a ubicarte. Y aunque de todas, tal vez esta sea la razón más válida, les recuerdo, la gente de clase social alta rara, pero rara vez se mezcla con gente de una clase inferior. Así estudien en el mismo salón, así sus pupitres colinden. Las Camis, los Juan pis se huelen, se reconocen a leguas. Su círculo social es infranqueable. Ahora, supongamos que lo intenten, el bolsillo de estudiante pilo de colegio público que estudia allá como parte de un programa que, gobierno paternalista con los ricos, se inventó para asegurarle las ganancias y transferirle recursos públicos a un entidad elitista, usurera y privada, no le aguanta a sus compañeros media salida a tomar “algo”, así que ni modo. Además, un Gimnasio Moderno, un Anglo Colombiano, un Nueva Granada no va a ir hasta el Tunal, o a Bosa Laureles a hacer un trabajo en grupo.

¿Qué lleva entonces a los gerentes de las grandes compañías a preferirlos, y a la sociedad en general a asociar Andes con calidad? Sencillo su buen nombre, su marca. Allá estudia la élite de este país, y el hecho de que esa misma élite sea después la que, mereciéndolo o sin merecerlo, se ocupe a sí misma en los mejores cargos, crea, no solo la falsa percepción de que son los mejores sino un espiral ascendente de asociación positiva. Ahora, ¿a qué se debe el hecho de que muchos de los empresarios y líderes de los emprendimientos más reconocidos sean sus egresados? Acaso ¿sólo ellos son geniales y talentosos?, ¿ sólo ellos son capaces de innovar y emprender?, ¿sólo ellos tienen talento para los negocios?, ¿sólo a ellos se les ocurran buenas ideas? Nada de eso, sólo ellos y su exclusivo círculo social y de contactos cuentan con el enorme capital que se necesitan para echarlos a andar.
Lo que realmente marca la diferencia en esta sociedad no es el talento, ni la inteligencia, ni el lugar que ocupe tu colegio en las pruebas saber (si fuera así, los altos cargos los ocuparían egresados del Liceo Campo David, no del Gimnasio moderno),  sino tu origen, apellidos,  la clase social a la que perteneces, y todo lo que de allí se deriva: el dinero, los contactos, el círculo social en el que te mueves.

Es posible encontrarnos con muy buenos profesionales o con personas muy inteligentes varadas, pero nunca  encontraremos a  alguien con muy buenos contactos, o que pertenezca a un círculo social privilegiado, varado. El hijo del dueño de una gran compañía no llega a dirigirla por haber estudiado en los Andes, ni por ser, de todos los empleados el más inteligente, sino por ser el hijo de dueño. Juan Manuel Santos no llegó a ser presidente por haber estudiado en los andes, o porque sea una lumbrera, sino por ser un Santos.
El tomate de la ensalada que sirven en el restaurante fifí, y por el que cobran un cojón de plata, es una hortaliza idéntica a la que sirven en la plaza de mercado, o en un corrientazo.

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