«En los países desarrollados, en las grandes ciudades…» el único argumento válido, el único que como sociedad reconocemos para determinar la conveniencia de implementar una medida, o cuando urgimos de una alternativa que nos permita dar solución a un problema que nos aqueja.
La cosa casi siempre se presenta de la siguiente manera, un fulano, uno así bien criollito, tal cual este pecho, se va para las extranjas, a las Europas o a los Yunais más concretamente, a espulgar canchosos, a fregar loza, a trapear baños, en fin, a hacer las cosas que acá no hace ni porque mejor dicho, pero por ser allá… en fin, el hecho es que cuando regresa lo hace convertido en la estrella, en el dueño absoluto de la verdad.
Supongan que un día cualquiera se reencuentra con su grupito de amigos de la infancia y se van, no sé, a comer pollo; ellos muy concentrados echándole a la muela y el «nuevo ario» que se los queda viendo, y con la mayor autoridad y soberbia que se puedan imaginar, les dice, «ey, así no se saborea el pollo, en Europa – en donde sí saben- lo hacen de la siguiente forma…», y entonces les enseña cómo es que se lo comen en Europa, descripción sucedida por el comentario, «es que aquí en Colombia la gente no sabe comer pollo, definitivamente, aquí no hay la cultura del pollo».
Puse de ejemplo un pollo porque fue lo primero que se me vino a la cabeza, pero igual hubiera podido ser una salchicha, un marrano… aquí no hay cultura del embutido, aquí no hay cultura del chancho… y no es sólo en asuntos culinarios, todo el que se va llega siempre con el mismo cuento, en Colombia no sabemos… y no sabemos en la medida en que los Europeos o Estadounidenses lo hacen de forma distinta.
Y si bien hemos adoptado medidas que, estúpido sería negarlo, han contribuido grandemente a nuestro desarrollo, mejorado la calidad de vida también es cierto que los emulamos en unas cosas tan triviales -modas, vicios – que hasta vergüenza debería darnos esa falta de identidad.
En cuanto a decisiones más trascendentales, no es que tras un exhaustivo estudio, posterior a un profundo análisis, considerando nuestro contexto, hemos optado por… el asunto es que hay que hacerlo porque allá lo hacen, nos tiene que gustar esto o aquello porque es que a ellos les gusta, debemos comportarnos de x o y forma porque es que en las grandes ciudades.
Suponemos que importando sus gustos, adoptando sus discusiones -si les da por debatir sobre la virginidad de las ranas instantáneamente empezamos nosotros a discutir sobre lo mismo, «es un debate que nos urge dar»- , fotocopiando su cultura, vamos a salir del subdesarrollo. Es correcto fumar marihuana porque es que en Holanda no se hace más, porque es que en el estado de Colorado ya se legalizó, y si en Putumayo se legaliza entonces Putumayo es Colorado.
Juramos que legalizar el aborto es lo único que necesitamos para salir del subdesarrollo, aprobar el matrimonio homosexual, practicar parkour, es el camino para llegar a ser miembros honorarios del G-8 y hacer de la nuestra la nación más rica y civilizada.
No es una postura a favor o en contra de estas medidas, el asunto es que «hacerlo porque ellos lo hacen» no es un argumento serio para avalar o descartar su conveniencia. Porque, así no la creamos, no son perfectos. No hay que copiarlos ciegamente, también se equivocan, no siempre están en lo cierto.
Es que en las grandes ciudades… Es el límite superior de nuestro razonamiento, la disertación que no nos atrevemos a rebatir, a considerar su pertinencia o a plantear otras alternativas de solución distintas; es el broche de oro a cualquier discusión, la línea argumental que no nos atrevemos a cruzar.
Que forma más sutil de denigrarnos, de evidenciar el concepto tan pobre que de nosotros mismos tenemos, lo desacertado que nos parece nuestro criterio, y el poco valor que le atribuimos a nuestra experiencia. Lo anterior, aun cuando es sabido que la implementación de una medida en dos contextos diferentes no garantiza el mismo resultado. Si así fuera, bastaría copiar sus modelos económicos, tarea que hemos venido haciendo, muy juiciosos por cierto, para ser la potencia económica que anhelamos.
Explicamos su desarrollo a partir de sus hábitos, pasatiempos, y de las decisiones que toman en temas baladíes; son países ricos y desarrollados no porque invadieron y saquearon a más de medio planeta, y porque guerra tras guerra se hicieron al control del mundo y lo manejan a su conveniencia, sino porque son la octava maravilla, y porque todo lo que hacen, incluso ir al baño y sentarse al inodoro, es cultura.
Aparte de lo absurda que me parece y el fastidio que me despierta escuchar cada rato la consabida frasecita, ya hasta la recitamos de memoria «es que en las grandes ciudades, es que en los países desarrollados, y mal haríamos en quedarnos rezagados, en no estar a la vanguardia»; la principal razón para rechazarla es el temor que me causa.
Me explico, quién sabe de aquí a mañana qué tipo de indecencias, qué cosas feas entre hombres se pongan de moda… Y me aterro al pensar que llegue el día, o la noche, en el que un camaján así bien cosmopolita empiece hacerme ojitos, acto seguido me arrincone en lugar desolado, un ascensor, por ejemplo, y con voz firme, pero a la vez dulce, me murmure: es que en las grandes ciudades, es que los países desarrollados, y… pues… mal haría yo en quedarme rezagado, en no estar a la vanguardia.
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