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En algunas ocasiones nos hemos referido a famosos recetarios culinarios. Todos ellos eran de autoría masculina.Recordemos a Apicius, Martino de Rossi, Robert de Nola, Leonardo da Vinci… Pero en la época moderna también era común que las mujeres nobles o las religiosas recuperaran antiguos saberes y los plasmaran en curiosos recetarios. Curiosos porque muchos de ellos no versaban únicamente sobre el tema alimenticio. Algunos eran también compilaciones de recetas cosméticas y de salud.

En bibliotecas europeas como la Nacional de España o la Palatina de Parma (Italia), existen los manuscritos de estos recetarios, cuya mayoría permanece inédito. Entre los ejemplares exitentes podemos citar El manual de mujeres en el cual se contienen muchas y diversas recetas muy buenas (1475-1525); El libro de recetas de pivetes, pastillas, elvuas perfumadas y conservas (siglos XVI-XVII); Recetas y memorias para guisados, confituras, olores, aguas, afeites, adobos de guantes, ungüentos y medicinas para muchas enfermedades (siglo XVI y adiciones del siglo XVII);  Recetas experimentadas para diversas cosas (siglos XVI-XVII).

En mis funciones investigativas llegó a mis manos el último recetario mencionado y me hizo caer en cuenta del vínculo existente entre los productos alimenticios y la vida alrededor del cuidado del cuerpo femenino. Las Recetas experimentadas son una recopilación no ordenada escrita por diversas manos y con las más variadas caligrafías y tipos de letras a lo largo de un siglo. Esto sugiere que pasó de mano en mano y posiblemente en un ámbito familiar que menciona a algunas mujeres de la nobleza. El manuscrito es de una gran variedad y recoge 710 recetas de cocina, repostería, confitería, conservería, cosmética, perfumería, limpieza y medicina.

Hoy queremos llamar la atención sobre la peculiar costumbre de recoger recetas cosméticas que nos informan de una larga tradición del cuidado y la vanidad femenina. En el Manual de Mujeres y en el libro de Recetas predominan las fórmulas sobre cosmética.

¿De qué trataban estas recetas y cuáles eran las preocupaciones de las mujeres de aquellos tiempos?

Las recetas se referían al cuidado dental, los olores, el rostro y el color de la piel, la suavidad de las manos y el cuidado del cabello (lavado y tinte) fundamentalmente.

Según María de los Ángeles Pérez Samper,[1] estudiosa de este tipo de literatura, el cuidado del cuerpo femenino tenía mucho que ver con el sexo y con las artes amatorias. Pero esto no constituía sólo un asunto de vanidad: se trataba de la imperiosa costumbre impuesta a las mujeres de conseguir un buen marido. De esas recetas se deducen también los cánones de belleza de la época, acordes a los testimonios iconográficos y literarios: piel muy blanca, cabellos largos preferentemente rubios, tez tersa y sonrosada sin pecas, manchas ni granos, labios muy rojos y dientes muy blancos.

Buscando una receta en el manuscrito original, me encontré con esta que llamó particularmente mi atención por el origen común entre una princesa (la mencionada en la receta) y mi bisabuelo paterno. Ojalá la lean detenidamente ya que empleé un buen rato transcribiéndola:[2]

“Memoria del agua de rostro con que se lavaba la princesa de Salerno”

“Tres azumbres de agraz y de vinagre blanco muy fuerte, dos azumbres de leche, una docena de huevos frescos con cáscaras echados en el alquitar, docena y media de limas quitadas las cáscaras, un celemín de cebada cocida y muy cocida como para talbina, y media docena de pencas de azabira y en Aragón le dicen azabar, hanle de echar más cantidad de calabazas que de otra cosa y si no calabaza del agua, media libra de almendras peladas, las que tienen el rostro seco echan en esta agua un palomino y una docena de caracoles de los que no tienen cáscaras, tanto de alquitira como un huevo han de embarar [embarrar] el alquitira con masa y sacarse estagua en dos alquitaras o en tres. Después que todo esté en el alquitara han de polvorezallo con tierra y almástiga y esta agua se ha de tener antes que se laven con ella [tachado: se ha de tener] al sereno siete u ocho días.”[3]

Una complicada receta que mezclaba frutas, plantas, cereales, moluscos, aves y productos avícolas. Por si alguien se anima a seguir los consejos de una princesa, los dejo con algunas definiciones de la arcaica terminología de la receta que refleja de forma relevante, los ocho siglos de presencia musulmana en la península ibérica:

Agraz: zumo ácido de los racimos de la uva verde (agraces)

Almástiga o almáciga: (or.árabe) resina algo aromática que se extrae de una variedad de lentisco (arbusto de la familia de las anacardiáceas, abundante en España).

Alquitara: palabra de origen árabe. Alambique, aparato que sirve para destilar.

Alquitira: (or.arabe) Planta de la familia del cactus muy fácil de cultivar.

Azabira: según el documento es lo mismo que azabar. En el diccionario la palabra más próxima es azabara, palabra derivada del árabe que significa aloe o sávila.

Azumbre: (or.árabe) medida de capacidad para líquidos equivalente a uno o dos litros.

Celemín: antigua medida de capacidad o superficie empleada para medir cereales.

Palomino: pollo de la paloma brava o paloma silvestre.

Talvina: palabra de origen árabe (talbina). Era un manjar de leche, harina y miel.

Imágenes:

1) La Venus de Boticelli

2) Folio del recetario Recetas experimentadas

[1] Nos hemos apoyado en su estudio, “Las mujeres y la organización de la vida doméstica: de cocineras a escritoras y de lectoras a cocineras” en Tomás Antonio Mantecón Movellán (ed.), Bajtin y la historia de la cultura popular: cuarenta años de debate. Santander, Universidad de Cantabria, 2008, pp.33-56.

[2] He actualizado la ortografía y añadido comas y puntos para hacer más comprensible la receta.

[3] Biblioteca Nacional de España, Manuscrito 2019, f.147.

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