Hace un tiempo, alguien intentó ofenderme o ser hiriente o en un simple acto de rabia me dijo: “Porque haces parte de esa institución, crees que eso es todo en la vida” y no, absolutamente de acuerdo en que no lo era.
A mis 21 años llevaba mi vida investigativa fuera de mi lugar de origen, con un círculo de colegas nuevos pero con las ganas de seguir aprendiendo, aportando y construyendo. Recordaba esta anécdota, porque ha sido un camino largo y lleno de mucho aprendizaje, de esfuerzos, de caídas, pero también de levantarse con la mejor actitud.
Definitivamente un lugar, un trabajo, un espacio no te hace ni más ni menos, tú y sólo tú te haces y labras el camino, ese mismo que te lleva a la realización de tu proyecto profesional y, por supuesto, a construir la vida misma.
Esa persona, en sus comentarios, también agregó: “Te hace falta mucho mundo, niña”. ¡Y nuevamente coincidimos! Es que las ganas de comerme el mundo siguen creciendo conforme a lo que -gracias a Dios- voy logrando y lo que falta.
Basta tener ese tipo de situaciones para comprender el propósito de las cosas, valorar los sacrificios que sólo quien los vive sabe de qué se tratan y entender que trabajar por los sueños no es fácil pero tampoco imposible.
Por mi parte, recuerdo esta situación como una de esas grandes lecciones de vida, de aprendizaje y de esas a las que siempre saco lo bueno pese a las adversidades, sin rencores o actitudes negativas.
A veces somos contrastes y alegrías, miedos y determinación. Somos fuerza y debilidad, pero, sobre todo, deberíamos ser siempre ganas de mejorar.
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