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Por Cristina Annear*

Trabajo doméstico

Las medidas de aislamiento en el marco de la pandemia han acentuado aún más el rol de las mujeres en los hogares como cuidadoras. | FOTO: Juan Ignacio Roncoroni, EFE

“Un día sin nosotras”. Hace un año este era el eslogan del paro de mujeres en México del 8 y 9 de marzo. Ellas tenían claro que si las mujeres paran, el mundo para, porque su trabajo atraviesa todo el sostenimiento de la sociedad. Debemos dejar de aplazar la deuda que como sociedad tenemos con las mujeres que se dedican al demeritado trabajo de cuidado, remunerado y no remunerado. La redistribución de las cargas de mujeres en los hogares, junto con apoyos económicos para trabajadoras domésticas, son solo algunas recomendaciones al respecto.

Si en Colombia se remunerara siempre a las mujeres por lavar, cocinar o cuidar niños, personas enfermas o adultos mayores, estas labores tendrían un valor monetario equivalente, como mínimo, al 87 % de todo el sector comercio del país. Las personas, en su mayoría hombres, podemos salir a trabajar y participar en el mercado laboral porque una mujer se encuentra en casa haciendo las labores domésticas, generalmente no remuneradas. De las catorce horas diarias que trabajan estas mujeres —el doble de una jornada laboral completa—, casi la mitad del tiempo corresponde a trabajo no remunerado. Incluso, en eventos en que las mujeres están en el mercado laboral, ellas dedican seis horas adicionales al trabajo de cuidado, mientras que los hombres dedican solo tres horas adicionales.

Ahora, hay todo un sector laboral del trabajo doméstico remunerado como fuente de ingresos, donde predominan las mujeres de sectores marginados. Mujeres afrodescendientes, de comunidades étnicas, mujeres migrantes o mujeres rurales, son las más contratadas en este tipo de trabajos. Como el trabajo de cuidado ha sido visto históricamente como un asunto privado ajeno al mercado laboral, sus formas de contratación son, en su mayoría, informales. La contratación informal de las trabajadoras domésticas no permite garantizarles siempre un sustento digno, acceso a servicios de seguridad social ni a un régimen de cesantías en caso de que sean despedidas.

Las medidas de aislamiento en el marco de la pandemia han acentuado aún más el rol de las mujeres en los hogares como cuidadoras. Ante la ausencia de las instituciones que proveen cuidados, las mujeres deben coordinar su trabajo remunerado, cumplir protocolos de desinfección en sus hogares y apoyar la educación de las personas de las que estén a cargo. Por otro lado, el trabajo doméstico remunerado no se puede hacer remotamente y las mujeres que dependen de este trabajo se enfrentan a la incertidumbre sobre su remuneración, a realizar actividades para las cuales no están necesariamente capacitadas o a ser despedidas. Muchas de ellas tampoco cuentan con apoyos estatales, como el acceso al Programa Ingreso Solidario.

En conclusión, las mujeres que realizan labores de cuidado, remunerado o no, trabajan el doble, se desgastan el doble, y ganan menos dinero que los hombres. Además, quienes se dedican a estos trabajos son contratadas en condiciones precarias. Si las tareas del hogar contaran dentro de las cuentas nacionales, sería el sector más importante de nuestra economía, pero, por ahora, las mujeres en Colombia sienten que tienen una carga desproporcionada de este trabajo.

¿Cómo generar estrategias para disminuirla? Hay algunas recomendaciones hechas desde instituciones internacionales y organizaciones en Colombia. La primera recomendación es que los Estados creen un sistema nacional de cuidados que cuente con financiamiento público y acciones concretas para la reducción y redistribución de las cargas de las mujeres en sus hogares a través de instituciones públicas dedicadas a labores de cuidado. También, se recomienda realizar visitas a los hogares para incrementar el porcentaje de formalización, así como la afiliación de mujeres cuidadoras al sistema pensional por parte de empleadores.

Finalmente, y creo que más importante en esta coyuntura, es imprescindible que las mujeres que se dedican a las labores de cuidado, remunerado o no, cuenten con subsidios sociales que no requieran requisitos complejos. El Estado debe garantizar que los subsidios lleguen directamente a estas mujeres como principales responsables económicas de sus hogares, logrando que tengan autonomía sobre sus ingresos y se reduzca su posibilidad de ser víctimas de violencia económica.

Este 8M les invito a movilizarse en la calle, en la casa, en la virtualidad, o desde el espacio que puedan, para visibilizar el trabajo de cuidado como fuente del sostenimiento de la sociedad. Que todas las labores ignoradas pero rutinarias y cotidianas no queden más en lo privado, y que Colombia le apueste a un plan de cuidado con enfoque social que tenga en cuenta los impactos de la pandemia en el desarrollo de este trabajo. Se lo debemos a todas las mujeres que han sido, que son, y que muy probablemente serán las encargadas de sostener a nuestra sociedad.

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PD: escribiendo esta columna, recibí la noticia de la imputación de cargos de acto sexual abusivo contra Alberto Salcedo Ramos. El 8M también es la oportunidad de visibilizar las violencias sistemáticas a las que somos sometidas en mayor medida las mujeres por hombres en posiciones de poder. Mi solidaridad y apoyo con las denunciantes y demás presuntas víctimas en este proceso. No vuelvan a esperar nunca más nuestro silencio.

Investigadora de Dejusticia. @_annear

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