En el siglo XXI cuando nada es lo que dice ser, nada representa su nombre, cuando no importan las ideas sino el dinero, y cuando mucho oportunista cambia de bando sin importar principios, filosofías, ni valores, vale la pena recordar qué significa la defensa de la libertad como armazón de ideas y valores, y cuáles son las transformaciones necesarias para enfrentar los problemas del siglo XXI: la convivencia, la tolerancia, la sostenibilidad, la memoria, el desarrollo integral, la lucha contra los extremismos y la corrupción etc.
La libertad no solo debe respetar la diversidad de pensamiento, cultura y religión, sino que debe ver en las diferencias, la semilla del desarrollo y la belleza para construir el mundo. La palabra “libre”, por naturaleza, defiende la autonomía de consciencia y la tolerancia de los distintos, se opone al servilismo, a la bisagra en la nuca, a la ignorancia que entorpece y atrapa a la sociedad en la pobreza y la tiranía. Este respeto a las ideas contrarias, nunca debe perder el sentido de la crítica, elemento necesario para combatir la arbitrariedad y la injusticia. La única libertad que no está permitida es la de aplastar, discriminar o reprimir a los demás.
En Colombia, se ha visto cómo personas portando las banderas liberales han impulsado discriminaciones abiertas a las minorías, actuando en contra de la educación de calidad para toda la población, haciendo todo lo posible para mantener una sociedad injusta, insegura y corrupta. Eso no puede ser la exaltación de la libertad, eso es oportunismo ramplón, eso es hipocresía ideológica. Empero, grandes personajes nos han enseñado el verdadero valor de la libertad y el temple.
La ideas y acciones necesarias para el siglo XXI deben proteger la libertad de expresión y rechazar cualquier prohibición al arte y a la libre imprenta. Es preferible educar que prohibir, comprender que discriminar, mostrar que imponer, saber que adivinar. Garantizar la igualdad de oportunidades en vez de promover un asistencialismo esclavizante, es la mejor arma contra la corrupción y el clientelismo. Se debe defender la libertad individual hasta no comprometer la libertad de los demás; porque la libertad sin orden es libertinaje, y el orden sin libertad es una tiranía.
La libertad como valor fundante de toda vida digna, entiende que el fin es la felicidad, que la felicidad es tranquilidad del espíritu, que lo ético es cuestión sobre la belleza de la vida, y que la vida es una obra de arte única e irrepetible. La felicidad debe estar en el camino y no en el fin, porque todo final es un principio, y el sentido del mundo es estar siempre mejor que ayer y menos que mañana.
Se debe comprender que la competencia económica es para el bienestar de los ciudadanos, y que el librecambismo y el intervencionismo no son dogmas, ni fórmulas perfectas, sino herramientas que dependen de la naturaleza de los mercados, y que la mejor guía de política económica, es el bienestar de los demás. De igual forma, promover un Estado que garantice la propiedad privada, la justicia y la seguridad como sustento de la generación de riqueza, es la mejor fórmula para prevenir sociedades descompuestas en la caza de rentas y la miseria. Un liberalismo económico renovado, reduciría contribuciones que obstruyen la libertad de producción para aumentar la riqueza, y protegería el trabajo sin afectar los cimientos de la prosperidad, porque comprende la lucha por una mejor vida para todos sin caer en los errores socialistas de supresión de libertades económicas, de espíritu, y de pensamiento.
Impuestos sí, pero no para aplastar la generación de riqueza, sino para potenciarla con inversiones públicas de calidad. Un amante de la libertad nunca disfrutaría robarse nada, porque su tesoro más preciado es su libertad, y no la apuesta en una ruleta por unos pesos mal habidos. Los impuestos son trabajo y sudor colombiano, y robar tiempo trabajado de otros, es deplorable, porque no se merece.
En el respeto a la libertad, se observa que el poder político descansa en la legitimidad popular y en el consenso regional, por eso los malos gobernantes descansan en pueblos ignorantes y pobres; se concibe el equilibrio de poderes y la meritocracia como las mejores armas frente a la tiranía, evitando que las leyes inútiles debiliten a las leyes necesarias. Respetando la libertad, se rechaza la utilización de la religión para justificar acciones de Estado, porque eso envilece las prácticas religiosas, y discrimina a los creyentes en otras religiones y a los no creyentes.
La política social debe estar del lado de los humildes, dando herramientas para salir adelante, pero sin las cadenas del asistencialismo tan útil a las dictaduras. Unas nuevas ideas deben luchar una mejor educación, con profesores de alta calidad, que permitan a la gente romper las vendas de la ignorancia y ser artífices de su propio destino. Con todo, las ideas liberales del siglo XXI deben buscar un equilibrio entre el sentido del mérito y el de la solidaridad para ser útiles a la construcción del mundo, y no quedarse en discursos y libros.
Las ideas fundantes de un mejor futuro, deben proteger y respetar la protesta social, aborrecer la lucha armada para conquistar derechos, respetar la vida, y ser conscientes de que las batallas deben hacerse en la plaza pública con ideas y no en campos de batalla. Respetar la oposición, la aceptación del cambio como móvil para oxigenar y distensionar los problemas sociales. Al mismo tiempo, se deben promover todas las fuerzas posibles contra el hampa que quiere seguir la guerra por razones económicas y políticas. Como escribió alguna vez el Profesor Rodrigo Llano, tantos muertos templan el alma y arraigan a la tierra.
Los legionarios de la libertad, desde hace siglos aborrecen el mesianismo, son conscientes de que los indispensables están en el cementerio, y que el legado verdadero y profundo, son las ideas y los valores éticos. Les ha hervido la sangre cuando se cometen injusticias en contra de alguien, sin importar su posición social, cultura, color de piel, o religión. Les indigna que la gente se duerma sin un plato de comida, porque nadie debería estar predestinado a ser pobre o a ser rico.
Las ideas esbozadas aquí, inspiran naturalmente a no barrer debajo del tapete, a no ser hipócritas con los problemas, a combatir la ignorancia que es arma del tirano y fortaleza del corrupto. Esas mismas ideas se opusieron a la esclavitud, apoyaron el voto y educación de las mujeres, leyeron libros prohibidos, desafiaron las tiranías de la inquisición, y dieron a luz la ciencia moderna.
En una época donde la gente no entiende que la política es el interés por lo público, y que lo público es lo que nos interesa a todos, ha valido la pena recordar unas cuantas ideas para dar una luz de esperanza en medio de tanta confusión y precariedad de soluciones. Las emociones y los sueños de Colombia necesitan algo más que la desesperanza causada por tanta violencia.
Mi generación debe forjarse en cada batalla, en cada discusión, en cada obstáculo, con amor por lo honorable, entendiendo que lo que realmente vale en esta vida, no tiene precio. Me niego a aceptar que las soluciones a los problemas de este siglo vengan con represión y menos libertades.
El renacimiento de una legión de inconformes que quieran un cambio positivo, que asuman nuevas ideas y acciones, que comprendan la democracia no como adjetivo, sino como talante, y que se pongan la camiseta por la libertad de pensamiento, económica, política, cultural y religiosa, es el único camino para cambiar este país y construir un hogar próspero para todos.
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