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yolima-gomezPor: Yolima Gómez

Observo la vida desde el balcón de los ojos de mi hija de casi siete años, su pensamiento y sus palabras han inspirado varios de mis escritos, y por eso vivo agradecida. La manera cómo los niños y niñas perciben el mundo que les heredamos no es para nada fantasiosa, es más real de lo que el ego adulto puede comprender.

Para ella, el cornonavirus es sinónimo de muerte, donde nadie es invisible, todos debemos tomar medidas de protección, y ayudar a otros a hacer lo mismo.

Tras más de 45 días de confinamiento en un edificio, una tarde,  mirando la ciudad desde el balcón y recordándo la ruta para ir a su colegio, me dijo: «Mamá, me gustaría pasear por el nuevo mundo, y sentir la arena bajo mis pies». Le pregunté, qué quería decir con lo de “nuevo mundo”.

Me dijo: «desde la cuarentena el mundo es distinto porque ahora hay calles para correr, el jardín se ha puesto más hermoso, y los que trabajan llevando domicilios se van a forrar en dinero», cosa que me causó risa. Me dijo que, a lo mejor ella había tenido suerte, porque viviría en un “nuevo mundo”. Y pienso, ¡qué responsabilidad tan grande tenemos como sociedad!

Muy seguramente, sus palabras tienen origen en las conversaciones de los adultos, pues en casa bastante hemos hablado de que ya nada de lo que conocíamos será igual. Lo cual es relativo al sentir de cada persona, y a la sensibilidad, organización y disciplina que tenga una comunidad.

Bastante se ha dicho que la humanidad no aprende. En Colombia prueba de ello es: la sistematicidad de las guerras, la discriminación, la aporofobia, el ecocidio, muertes por desnutrición, la cultura de la muerte, la corrupción institucionalizada, los falsos positivos, los desplazamientos humanos masivos; así como, el desmembramiento de las redes de colaboración, característica de una posmodernidad sustentada en lo individual, y tantos otros “virus letales” con los que hemos aprendido a convivir desde la indiferencia, varios de estos justificados en un pensamiento de “progreso mundial”.

Sin embargo, esta época de crisis sanitaria mundial pareciera avistar un “nuevo mundo” y lo planteo desde el punto de vista de los ciudadanos, sin desmeritar lo que muchos funcionarios públicos han hecho apenas justo y pertinente para las actuales circunstancias.

Tal vez, movidos por el miedo, por el dolor ajeno, por la natural preservación de la vida, o por cualquier otra razón, muchos ciudadanos se están movilizando. La creatividad y la disposición para el cambio se han hecho presentes en todos los campos: educación, salud, producción, medio ambiente, cultura, investigación, entre otros. Estamos creando nuevos hábitos, estamos generando nuevas conexiones neurológicas,  movidos por el autocuidado y el cuidado de los otros, lo cual, además, nos hace más empáticos.

La desigualdad social y cultural es una preocupación compartida, que muy seguramente nos lleve a tomar mejores decisiones en la sociedad-mundo. El grado de consumismo ha disminuido, y poco a poco comprendemos que hay que vivir con lo mínimo, esto es: alimento, servicios básicos, vivienda, educación, es decir una vida digna. Porque lo que nos sobra, le pertenece a otros.

Este “nuevo mundo” nos revela problemas de un viejo mundo,  al cual no quisieramos retornar. Un mundo conducido por la indiferencia, ciegamente corriendo tras una vida falsa producto del enriquecimiento desmedido; ciudadanos caminando en la inconciencia colectiva. Hoy, la pandemia, sin distinción de ningún tipo, nos lo revela y produce miedo, dolor, incertidumbre.

Los días de confinamiento preventivo se convierten en oportunidad de construir un “nuevo mundo”, y empezar a  solucionar lo que pertenece al mundo viejo personal, al mundo viejo familiar, al mundo viejo social, al mundo viejo político. La suma de lo que hagamos, con seguridad, va a repercutir en transformaciones que se sentirán en el colectivo local, regional y nacional.

Entonces, la visión de “nuevo mundo” de niños, niñas, líderes, ambientalístas, maestros, artistas, escritores, entre otros, tendrá diversos caminos y multiplicidad de matices con valores en común: la solidaridad desinteresada, propia de las comunidades empobrecidas, la cooperación auténtica y sin ataduras originadas en ideologías e interéses polítiqueros. La empatía y corresponsabilidad con el personal sanitario. La transparencia en el manejo de recursos públicos y privados. La sabiduría para reinventar la vida, así como muchos en este país, ya lo están haciendo.

Redes: @yolicampos

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