Terminaba el turno de conducción en una fría y lluviosa noche de abril. Intentaba estirarme para darle descanso a mi espalda y me bajé del carro a buscar algo de comer antes de acostarme. Me abordó por la ventana del taxi una mujer joven de no más de 25 años que me ofrecía tinto para el sueño sin saber que mi labor no era nocturna.
– Gracias vecina pero ya voy a descansar y después no puedo dormir si consumo cafeína a estas horas.
– Bueno, no importa, en otra ocasión que tenga que trasnochar me compra, respondió.
Pero al decirme eso noté una cara de desesperación y desconsuelo que me hizo sentir un poco mal. Me bajé del vehículo y entré al establecimiento en donde iba a comprar, pero me quedó la culpa de «no hacerle el gasto». Hice mi pedido y cuando miré atrás, el aguacero había aumentado, por lo que salí a ver dónde se había resguardado del agua aquella vendedora ambulante a la que yo había rechazado. Cuando la vi recogiendo su improvisado puesto, un hombre igualmente joven le ayudaba afanosamente; después me enteré de que la acompañaba prestándole compañía y seguridad.
Me impresionó que no tenían la apariencia de vendedores ambulantes de profesión, sus vestimentas eran mejores que mi ropa y no tenían esas marcas que da la rudeza de la calle.
-¿Tiene cigarrillos vecina?
le pregunté intentando iniciar una conversación
-¿De cuál quiere? Que si no lo tengo se lo consigo aquí cerca.
E inmediatamente le hizo una seña con la mirada a su pareja para que fuera a la tienda más cercana por mi encargo. Mientras él se retiró comencé a hacerle a ella una serie de preguntas que me surgieron.
-¿Hace cuánto están vendiendo tintos en el sector? ¿Ustedes por qué no tienen pinta de vendedores? ¿Quién prepara las bebidas calientes que ofrecen? ¿Su esposo la acompaña siempre?
¡Y qué historia que me encontré! Era la primera vez que salían a vender tintos después de mucho pensarlo, dejar la vergüenza normal de tomar esta decisión cuando no se está acostumbrado a comercializar productos en las calles de esta ruda ciudad, buscar el lugar correcto para tener clientela, no correr riesgos de seguridad y no tener mucha competencia cerca. Ya habían tenido un intento de salir a hacerlo pero se ubicaron en un sitio que «tenía dueño». Los amenazaron con machete y los ahuyentaron de esa esquina prohibida, lo que los hizo volver a casa decepcionados y con mucho temor por lo sucedido.
Él, un administrador de empresas que hasta hace poco atendía un punto de venta de una reconocida cadena de helados que tenía locales en casi todos los centros comerciales de la ciudad; y ella había pasado por ser cajera de bancos, vendedora de productos de belleza y operadora de call center. Los dos habían coincidido en la vida para unir fuerzas y sacar un hogar adelante, pero también los dos coincidieron en quedarse sin trabajo al mismo tiempo, lo cual era terrible para la relación. Pero eso no los amilanó, y reuniendo sus respectivas liquidaciones decidieron montar un negocio de comidas rápidas que solo sería exitoso durante unos meses, debido a los altos costos del local que habían tomado en arriendo.
Una vez más empezaban de cero, una vez más tenían que resurgir de entre las cenizas, una vez más la vida les ponía una dura prueba para ver si eran capaces de resistir y probar de qué estaban hechos. Y lo asumieron con gallardía, pues aunque se les cerraban las posibilidades tenían claro que no se iban a dejar morir de hambre. Afortunadamente no tenían aún hijos que alimentar lo cual era un alivio en medio de la desgracia.
Entonces se aventuraron a salir de noche para buscar a los perfectos amantes del tinto: los taxistas. Esos grandes consumidores de cafeína que luchan contra el sueño mientras esperan parqueados en estos sitios a que les salga una carrera por el radioteléfono o las aplicaciones que están en auge.
Y yo me los encontré esa primera noche, para acordarme que a mí también en una crisis económica me había tocado salir a vender por ocho días chorizos con arepa, para poder darle a mi hijo la bicicleta que le había pedido al niño Dios, en esa carta que dejó bajo el árbol de navidad. Yo sabía la pena que se sentía esa primera vez, yo también fui perseguido por ubicarme en el lugar equivocado en medio de esos límites invisibles que tiene la ciudad.
Esa experiencia no la aguantan todos, hay personas que no tienen el «perrengue» (decía mi abuela cuando se quería referir a alguien de temperamento recio que no se deja vencer fácil) para aguantar frío, inseguridad, el smog de los carros, pero sobre todo, para romper ese temor por encontrarse a alguien conocido que se pueda enterar que se está trabajando como vendedor callejero. Pero el trabajo no es deshonra y a veces este tipo de crisis forjan el carácter, ponen a prueba a los seres humanos y sacan lo mejor de cada uno.
Me impactó tanto ese encuentro que al día siguiente relaté brevemente lo sucedido en redes sociales y encontré buena onda en los que me leyeron. Varias personas se conmovieron tanto que me mandaron opciones de trabajo para ellos que yo inmediatamente les hice llegar. Se pusieron a llorar y me abrazaron como si me conocieran de toda la vida.
Ellos y yo coincidimos esa primera noche, y nunca se enterarán de que escribí su historia. Pero si me los vuelvo a encontrar les compraré tinto aunque no pueda dormir; lo importante es tenderles la mano pues son unos de los muchos luchadores silenciosos que tiene este país.
Don Huguito, muchas bendiciones. Alabado sea Dios y sus raíces colombianas auténticas que los han forjado con amor y unión familiar en medio de la tragedia, para tener la valentía diaria e inapelable de construir un país mejor. Todos esos criaturos de la corrupción (origen de la violencia) son personajes que les falta arraigo e identidad familiar que a sumerced y a los niños del tinto les sobra a borbotones. Por aquí a sus órdenes en este Boyacá del alma para ofrecerle un auténtico changüita y darle las gracias por ser un colombiano de verdad.
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Un relato muy bueno, por honesto. Lo mejor para estos jóvenes. Y si, es muy duro. Creo que como están las cosas, ser empleado o no es siempre posible o no es siempre la mejor opción. Deberíamos formarnos más para la creación de empresas.
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Buenos días. Muy bueno su artículo. Siempre hay opciones y oportunidades para quien las busca sin prejuicios.
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Muy interesante su experiencia en carne propia, lo felicito. Me remito ahora a los datos que da el DANE sobre ocupación laboral -empleo-.Puede ser que haya menos personas buscando trabajo, pero debiera tenerse en cuenta, al mismo tiempo, a cuantos se han pasado a la economía informal que son cada vez más en nuestras calles y carreteras.
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hola Hugo, esas historias además de tristes son conmovedoras, pero gracias a tí (en este caso) tuvo final feliz.Dios te bendiga por ese «pequeño» gesto para ese par de compatriotas que también lo necesitan.¡ El que obra bien, le va bien! .
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… esto demuestra que Colombia se hunde … que tristeza … cuantos jovenes, terminan sus carreras profesionales con su esfuerzo académico y el esfuerzo económico de sus Padres y salen al mercado laboral, para no encontrar nada que hacer … Colombia retrocede, porque muchas personas estan pensando que ya no vale la pena estudiar … un Medico paga Semestres de 20 Millones e ingresa a una EPS, como temporal con casi un Salario Minimo … han destruido el futuro de los jovenes nuestros politicos corruptos…
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hola hugo, estoy en una situacion parecida ya que estoy sin trabajo hace ya casi dos años y no he reunido las suficientes fuerzas para lanzarme a la venta ambulante. Tengo 55 años administrador de empresas y programador de sistemas en foxpro y conductor de servicio publico pero sin experiencia demostrable o relevante y por mas hojas de vida que he enviado nada ha salido. Tengo pensado vender la llamada madera plastica y si eso no resulta sera definitivamente la venta ambulante. Suerte a todos
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Espero que pronto vea la luz, mucha suerte y un abrazo.
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Buen blog, bien contado.
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Gracias por leer, que bueno que le haya gustado el relato.
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