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Breve historia de un gestor de lectura

Nací en Medellín pero me crié en Bello en los años 80´s. Crecí escuchando rock caminando por las mangas de Salento arriba. Me bañaba con mis amigos en los charcos de Potrerito y jugaba futbolito en mitad de la calle. No todo era pelotas y canchas barriales, además veíamos películas en VHS, sembrábamos árboles y jugábamos pistoleros.

 

Fue la época de “Los killeres”, “La ramada” y “Los monjes”: combos de Bello que trabajaban para El cartel de Medellín. Los muchachos eran más “grandes” que nosotros. De manera que crecí entre pillos y calles en Bello. Y el colegio, claro, donde tuve pésimos profesores.

 

Aprendí a disfrutar la literatura en el ejército con un amigo que conocí allí. Era un lector voraz. Durante las horas de guardia en la garita en la base militar, el hombre se quitaba las cartucheras y sacaba el novelón de turno. Durante los descansos en la cocina, entre guardia y guardia, con el pelotón reunido, repartíamos la lectura en voz alta. Sin saberlo, fundamos un club de lectura en la compañía Hombre de acero. Un club de lectura entre fusiles y camuflados. Leímos juntos a Poe, Dostoievski y Andrés Caicedo, entre otros.

 

Varias veces ganamos castigos por leer en la guardia. Era un delito descuidar la vigilancia. El sargento nos incautó la pequeña biblioteca que teníamos y los libros se prohibieron en la base militar. Leer en el ejército estaba prohibido, pero nosotros seguimos pidiendo libros a los familiares y amigos que venían a visitarnos. También los comprábamos cuando salíamos de permiso.

 

Un soldado leyendo es un peligro. Para el sargento, nuestros libros representaban un riesgo y los perseguía. Así que, a punto de irnos a las garitas y trincheras, encaletábamos las novelas en el camuflado. En el ejército, traficábamos con literatura.

 

Desde eso, creo, me gusta hablar de libros y de autores. Y desde entonces llevo notas en una libretica. Anotaba lo que comíamos en la base militar, las letras de las canciones que nos enseñaban y los libros que leíamos.

 

Con todo este tema de la literatura, me gustaría que la gente se diera cuenta de que leer es un parche, que la ficción es una actividad muy entretenida, que algunos profes de colegio están equivocados, y más que ellos, los currículos. Si yo fuera ministro de educación, o al menos pudiera tomar tinto con ese cargo, intentaría un plan que valiera la pena para volver a pensar la promoción de la lectura en la educación pública.

 

Me gustaría que el amor por los libros, esa curiosidad que tienen las niñas y los niños de manera natural, no se opacara durante la adolescencia y la juventud. Me gustaría que tuviéramos un sistema educativo que defendiera a raja tabla esa inquietud natural por la literatura.

Acá está completa la entrada:

 

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