A primera vista, parece que la literatura no es una herramienta práctica en el ejercicio del poder. ¿Qué sentido tiene invertir el tiempo leyendo historias que no son reales?, se preguntará un concejal, un congresista, incluso, un presidente. ¿Hay alguna relación entre la Literatura y el Poder, entre la ficción y la política? ¿La simple lectura de una novela puede transformar el ejercicio público?
El Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, respondió a estas preguntas en la conferencia Literatura y Política: dos visiones del mundo, que dictó en la Cátedra Alfonso Reyes del Instituto Tecnológico de la ciudad de Monterrey.
Además de literato, Vargas Llosa, fue candidato a la presidencia del Perú. De modo que es una persona con suficiente conocimiento en los tejemanejes de estos dos ámbitos: de la literatura y la política.
Dice Vargas Llosa que para muchas personas, entre ellas los políticos, la literatura es una cuestión de mero esparcimiento, una actividad para el ocio y el tiempo libre, una actividad semejante al cine. Para estos personajes, la lectura de novelas es una actividad para coger sueño en las noches. ¿Para qué perder el tiempo en novelas y cuentos, si hay otras tantas lecturas como noticias de actualidad y comentarios de expertos de opinión? El escritor Peruano se pregunta: “¿Puede la política vacunarse totalmente contra la literatura?” No. Contesta, o al menos, no debería hacerlo.
El principal argumento para explicarlo es el lenguaje.
La herramienta más importante de trabajo que tiene un político es, precisamente, su forma de expresión, su lenguaje. A través de él, se exponen las ideas y se proponen acciones. Gracias al uso de la palabra, un político se hace elegir y reelegir. Usando la expresión verbal y escrita, se juzgan las acciones de los servidores públicos, se celebran o se sancionan. El lenguaje es vital para el ejercicio de la democracia.
Pero ¿qué sucede con el idioma del poder? Para Varga Llosa, los políticos son fáciles de reconocer por lo que dicen y cómo lo dicen, por sus formas de expresión, porque siempre están diciendo lo mismo. Ellos hablan de los mismos temas y se refieren en las mismas palabras. De modo que desde el punto de vista del lenguaje, la política es una representación “interminable de estereotipos y clichés”. Su forma de expresión está muerta porque, en vez de ser creativa, constantemente se está repitiendo. “El lenguaje de la política es una música cansada y repetitiva”.
Para que esto cambie, para el lenguaje de la política deje de estar muerto, para que las ideas se trasmitan de manera efectiva, para que exista una comunicación dinámica entre la política y el resto de los ciudadanos, se necesita la Literatura. “Es importante saber hablar y para saber hablar no existe otro camino que la Literatura. Sólo la buena Literatura enseña a dominar el lenguaje”.
Si cualquier persona, en este caso, un político, se limita a leer prensa u otros géneros netamente pragmáticos, sin asomo de la estética, no aprenderá a expresarse correctamente, ni será capaz de matizar ni enriquecer su pensamiento.
Volvemos a la pregunta inicial: ¿Por qué un político no pierde el tiempo cuando lee novelas? Porque las novelas son un importante medio de entrenamiento en el desarrollo de un buen lenguaje. La Literatura debería ser parte de la formación de un dirigente social. Habrá que convencerlos, concluye el Nobel, “de que no se puede ser un buen político si no se sabe hablar, pero no por medio de estereotipos, como un loro, sino con un lenguaje que realmente comunique el pensamiento y que, además, lo matice y lo enriquezca con el dominio de las palabras.” Y ese dominio del lenguaje y la argumentación solo se alcanza por medio de la lectura de buena Literatura.
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