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Brasil es la economía más grande de América Latina. Su posición natural, sus inmensos recursos, su población y su liderazgo en tantos aspectos en la región indicarían que la posición geopolítica de Brasil en la región, es una de supremacía regional. Si habláramos de potencias regionales en al ámbito internacional, Brasil es la nación llamada a desempeñar ese papel en Suramérica.

Sin embargo apenas ahora Brasil parece reconocer esa posición, y de manera tímida y ambigua. Dicho liderazgo empieza a verse en su interés de ser reconocido como una de las potencias emergentes internacionales, con su membrecía en el grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y China); su interés en obtener una silla permanente en el consejo de seguridad de las Naciones Unidas, y su participación más activa en foros y organizaciones regionales, mostrando poco a poco un interés de dirigir políticas y tendencias en la región.

La diferencia está en que el gobierno brasilero y su pueblo no parecen estar comprometidos con esa visión de «potencia» regional que la comunidad internacional parece endilgarle al país. El mundo ve al Brasil como una potencia emergente, mucho más que los Brasileros se ven a sí mismos como una. De igual forma la región ha comenzado a mirar al Brasil como el líder natural, esperando que sirva de mediador de conflictos y coordinador y conductor de esfuerzos integracionistas en distintas áreas, pero la respuesta Brasilera ha sido ambigua y esporádica. Algunas veces se involucra como lo haría un líder regional, en otras aplica una política internalista de no intervención en los asuntos regionales a menos que dichos asuntos afecten sus intereses.

Una de las características más críticas de una potencia regional es su capacidad de influir políticas, promover acuerdos y desarrollar posiciones en su región. Una firmeza ideológica que permita promover dichas posiciones y hacerlas respetar a través del poder económico y político es no solo necesaria sino imprescindible, si de liderar se trata. Ideologías y posiciones ambiguas conllevan falta de credibilidad y debilitamiento de la supremacía que debería tener. China e India representan polos opuestos en Asia en muchos aspectos, pero ambas naciones tienen una clara firmeza ideológica y una clara supremacía económica, que inspiran de igual manera respeto y liderazgo regional. Las potencias tradicionales como Estados Unidos, La unión Europea; específicamente países como Francia, El Reino Unido o Alemania; o el Japón tienen todos los elementos de consistencia ideológica y supremacía política, económica, militar e ideológica que los hacen líderes indiscutibles en el concierto mundial. Brasil y su gobierno tienen que decidir cuál es la ideología que, como potencia, piensa transmitir y promover. Y no se trata de ser inflexible o autoritario, se trata de ser consistente y consecuente con la realidad mundial.

Elementos como la posición de Brasil frente a Chávez han hecho difícil descifrar que tipo de ideología el gobierno Brasilero quiere promover. Inicialmente parecían aliados claros, aunque no participantes activos, de la revolución Bolivariana. Luego hubo un alejamiento discreto que se profundizó en cuanto Chávez y su revolución empezaron a radicalizar su discurso y a afectar los intereses nacionales del Brasil en la región. Luego hubo un acercamiento hacia Colombia, el claro líder regional de la ideología democrática, capitalista y anti-Chavista en Suramérica, pero sin refutar aun el proyecto expansionista de Hugo Chávez, ni mucho menos contrarrestarlo. Adicionalmente, el discurso antiamericano del comienzo del gobierno Brasilero se ha ido suavizando, buscando no solo reconocimiento del valor geopolítico del Brasil por parte del Gobierno americano, pero también una mejor relación con la potencia Económica y política mundial actual. Esto ha ocurrido sin dejar totalmente la retorica anti-imperialista promovida por Chávez y sus aliados. Todas estas ambigüedades han hecho que comprender la realidad ideológica del liderazgo brasilero en la región sea una tarea compleja por decir lo menos

En Latinoamérica hay claramente una división ideológica insalvable. En un lado está Venezuela y sus aliados con su revolución izquierdista, centrada en el control político, social y productivo del estado, y un carácter semi-autoritario.En el otro está Colombia y algunas naciones de la región con su ideología democrática, derechista, de respeto a la propiedad privada y promoción del capitalismo. Ninguno de los dos grupos podrá prevalecer. Brasil está llamado a ocupar el lugar que permita encaminar la lucha ideológica actual de la región y definir claramente de qué lado está y que elementos deben ser promovidos o rechazados en cada una de estas corrientes. La región necesita un poder interno, capaz de entender las realidades latinoamericanas, capaz de compartir los problemas de nuestras naciones, pero igualmente capaz de trazar hojas de ruta, planes y modelos que permitan manejar dichas diferencias dentro del marco del respeto, la integración y la legalidad. Brasil no parece entender que si quiere ser reconocido como una potencia regional, debe empezar a actuar como tal y utilizar su poderío económico y político para liderar a la región y sacarla de la lucha interna que poco a poco se está cocinando en la región. Latinoamérica necesita un líder que promueva y defienda los enormes logros en términos de democracia, libertad y desarrollo de la región en las últimas décadas. Un líder dispuesto a condenar a aquellos miembros que pretendan alejarse de los valores fundamentales de la comunidad Latinoamericana. Brasil está llamado a desempeñar ese papel, pero para ello debe definirse y reconocerse internamente como el líder que debe ser.

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