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Hace algunos años, una nación se encontró de frente con el terror que se había engendrado en su sociedad a base de segregación, odio, rencor y miedo. Era una nación unida en lo geográfico, pero desmembrada social, política y racialmente. Años de desconfianza e injusticia fueron sembrando las bases de lo que serían unos de los conflictos sociales más grandes de nuestros tiempos.
Sinembargo, luego de varios episodios trágicos, hubo ciertos momentos que le demostraron al pueblo de esta nación que la barbarie había tocado fondo, y que no había un enemigo que quisiera destruir su país, el país se estaba destruyendo a si mismo. Fue en ese momento cuando una nación entera se levanto del letargo y la indiferencia, y descubrió que el único camino para sobrevivir como pueblo era erradicar aquellas raíces de violencia, instaurar el imperio de una ley justa y equitativa, y convertirse en el elemento de presión y fuerza que obligó aquellos sectores que manejaban el poder y promovían o ignoraban el conflicto, a actuar y cambiar el rumbo o desaparecer.
Esta historia es la historia de los años 60 y el movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos, en la Francia de los años que precedieron la republica, de los años que siguieron a la muerte del dictador Franco en España, de los años finales de algunas dictaduras Latinoamericanas. Y esta, esperamos de manera esperanzadora, es la historia que esta comenzando a vivirse en Colombia.
En nuestro país llevamos décadas de autodestrucción. Hemos buscado de muchas maneras como encontrar la culpa en fuerzas e influencias extranjeras, incluso en nuestros orígenes coloniales. Los colombianos no hemos reconocido que cada compatriota que asesina, secuestra, viola o intimida a otro innecesariamente, esta debilitando la razón de ser de la nación. Cuando ponemos la fe personal y la de la patria en las armas y la intimidación, legítima o ilegítima, estamos destruyendo un poco mas la fibra que nos debe unir como sociedad y como nación. El día que reconozcamos que nos estamos aniquilando nosotros mismos, cuando descubramos que son nuestros jóvenes los que mueren en los campos de batalla, y que en esos campos hay colombianos matando hermanos, matando otros colombianos; cuando llegue el momento de la concientizacion de nuestra realidad de violencia, fruto no de que los Americanos o los Europeos consuman drogas, ni de que haya injusticias creadas por las oligarquías en nuestra sociedad, sino fruto de la manera como elegimos como sociedad, como nación, manejar esas injusticias y definir nuestra identidad a nivel internacional; cuando decidimos dejar de aceptar en lo que nos hemos convertido, y dejar de ignorar la barbarie en la que nos han sumido algunos de nuestros compatriotas; ese día el país va a reconocer la naturaleza de su problema y, si aun queda algo de lo que conocemos como Colombia, como patria en cada uno de nosotros, de lo que en otras épocas era una nación altiva y orgullosa, vamos a despertar y a empezar a enfrentar aquellos elementos que han corroído nuestra sociedad por décadas.
Esto es lo que nuestra sociedad expresó hace poco. Estamos decididos a erradicar las raíces de esa idiosincrasia violenta, delincuencial y segregacionista que nosotros mismos construimos o dejamos construir con nuestra indiferencia. Contamos con un estado decidido a corregir sus errores y a imponer el imperio de la ley sobre aquellos que llevan décadas pensando que están por encima de ella.
Una nación con una sociedad donde millones de sus ciudadanos, en su tierra y por todo el mundo, dejen sus vidas a un lado para unirse y expresar juntas que el fin de este proceso de degradación tiene que estar cerca, o sino que sus protagonistas se atengan a las consecuencias de un pueblo decidido a recuperar lo que es suyo, su país, una nación grande histórica y socialmente, que ha dado ejemplos de valor, resistencia y empuje a pesar de las dificultades; es una sociedad que despertó de ese letargo indiferente y decidió ponerse al frente de la recuperación de sus valores, de su libertad, de su futuro. En Colombia las voces de la indiferencia son cada vez menos, y las voces de la guerra, de la barbarie están comenzando a sentir el temor de ver 40 millones de personas rodeando a su estado legitimo para decirles: Cuando el jardín se esta llenando de maleza, hay dos caminos: dejarla crecer y dejar que acabe con el jardín, o arrancarla de raíz y ver a ese jardín florecer y encontrar un nuevo futuro, Por algún tiempo Colombia pareció escoger la primera opción. Hace poco los colombianos expresamos al unísono: Llegó la hora de arrancar la maleza, abonar y empezar a sembrar de nuevo!.

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