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Honorables son aquellos que parecieran emular al personaje de la serie Escobar el patrón del mal, «Santorini» (Alberto Santofimio): aquellos que en forma grotesca aprobaron a las patadas leyes para ellos. Honorables son los que se tiran la platica de los colombianos mientras el 40% de los indígenas o «indios» como se les conoce en la calle en forma despectiva, se mueren de hambre. Honorables.
Honorable también el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, que defiende la vida de animales mientras lo usa como cortina de humo para no mostrar que en realidad la vida de los humanos en la ciudad va de «c… pa’l estanco». Honorables los jueces que dejan en libertad a peligrosos depredadores sexuales por ser inimputables. Honorables todos los que compran celulares «usados» porque «son más baratos» sin importar que fueran adquiridos con un cuchillo o una pistola. Honorables.
Los abogados del caso del joven Colmenares que nos dieron una telenovela de primera: con pruebas, testigos, chantajes, amenazas, intrigas, celos, traición, envidia, personajes de clase emergente que de la noche a la mañana consiguió dinero y adquirió poder. De lujo. Honorable Valerie Domínguez que fue «asaltada en su buena fe» cuando le dieron los subsidios que, hay que decir, devolvió. Pobre, es difícil darse cuenta cuando le regalan a uno cientos de millones. ¿Acaso eso es fácil de notar? Honorables.
Qué decir del expresidente Uribe que se la pasa insultando por twitter. Honorable. Si algo se le debe reconocer es que fue una especie de Rey Midas de mierda, pues todo lo que tocó resultó convertido en eso, mierda. Honorables fueron sus compañeros y allegados: Santoyo, José Miguel Narváez, Andrés Felipe Arias, etc. Honorables.
Y, como vivimos en un país de honorables, de doctores sin doctorado, sin siquiera bachillerato, ¿qué más podemos pedir? Acá, todos somos honorables. Ojalá que tengamos la valentía para revocar los actos «honorables» como la pasada Reforma a la Justicia y entendamos de una vez por todas, esto incluye un mensaje al Senador Merlano, que los funcionarios públicos son nuestros empleados. ¿O acaso no somos todos con los impuestos los que les pagamos el sueldito? ¿No trabajan para beneficio nuestro, o sea, para nosotros? No más «honorables» hampones. Llamemos ya las cosas por su nombre y no nos sentemos a ver más este show nada honorable.

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