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Al principio, todo era oscuridad. Luego aparecieron los políticos para robarse la licitación de la luz eléctrica. Y es que la política no es ese  quehacer ordenado al bien común que resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva, como dice una de sus muchas definiciones. No. Por el contrario, la política ha derivado, casi, casi, en una verdadera empresa criminal de la que todos buscan lucrarse, en dinero, en votos, en poder, en influencia, pero en lucrarse al fin y al cabo. Y claro que existen excepciones, como no, pero a la larga, todo hombre nace bueno hasta que la política lo corrompe.

 

Y es que de alguna manera todos le sacamos provecho a la política. Los de derecha, los de izquierda, lo de centro, los de arriba, los de abajo. Todos. Los  empresarios la convierten en plata, los  políticos de profesión, en votos, los burócratas, en puestos, los opinadores y blogueros, en tema,los medios, en rating y por supuesto, los ciudadanos del común, en excusa. Porque de la política nos servimos todos: el alcalde para barrer debajo de la alfombra y convertirse en mártir, el funcionario para aplicar la  ley al ritmo de sus dogmas, los guerrilleros para poner un palo más en la rueda, los expresidentes para atizar sus odios y nosotros, los ciudadanos de a pie, para tener un tema sobre el cual especular  en las filas de los bancos.

 

Y qué decir de las marchas, tal vez la máxima expresión de la algarabía colectiva  (porque no nos digamos mentiras, ni las marchas, ni los tuiters ni los estados  feisbuqueros,  han logrado – hasta ahora y excepto tal vez la llamada Primavera árabe en la que además se conjugaron varias circunstancias especiales- un hecho concreto, aparte de exacerbar los ánimos y subir el tono de la efervescencia, efervescencia que por supuesto, será opacada por otras efervescensias).   Los políticos de izquierda y de derecha convocan marchas con la misma facilidad con la que las descalifican. Los políticos de izquierda y de derecha se ríen de las marchas, se ríen de las redes sociales, porque saben que como sopa de pobre, les falta sustancia, porque saben que sus temas, mañana, serán periódico de ayer, porque saben que en nuestros países, no pasan de ser un hecho folclórico  con arengas trasnochadas y en las que los Esmad se divierten golpeando  al ciudadano. Porque saben, que de alguna manera, lo único que representan son la propia individualidad de los que participan: el candidato que aparece en el balcón brindando apoyo, solamente representa su propia aspiración. Al ladrón que asiste, solamente busca un bolsillo jugoso que se deje esculcar. Al vendedor ambulante solamente le interesa vender chicles de contrabando, medias de aguardiente y marlboros sueltos. El agitador profesional  va porque le dará una oportunidad para sembrar el caos. El empleado oficial porque podrá arengar  a favor de quien lo sostiene. El artista, el montador de tarimas, el operador de sonido, el perifoneador de turno, porque las marchas significan contratos  con los cuales podrán cuadrar su caja. Y claro, nos sirven  a quienes no participamos,porque nos podemos acomodar en nuestras poltronas y seguir criticando lo que pasa a través de nuestras ventanas mientras nos llenamos la barriga.

Tiene eso si la política, la gran ventaja de ser dinámica y los apoyos de ayer serán los ataques de mañana y las normas que hoy se expiden vehementes serán la excusa para victimizarse  en el futuro. En la política, como en la vida, ni los amores ni los odios son eternos porque  la ideología no es más que una estrella fugaz, una cola de cometa. La política, como la plata, no es ni buena ni mala, porque al final, no es más que un limpión de restaurante popular en el que todos se restriegan la mugre que contiene la bacteria que a diario nos consume…

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