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Todos estamos aterrados con el caso Odebrecht, pero la verdad verdadera es que este no es el primer caso, ni será el último en nuestro país. Es más, si el escándalo no hubiera estallado con fuerza en otros países del continente, incluso menos serios que el nuestro, con seguridad este caso estaría oculto debajo de las piedras. Según el diario El Tiempo, “el Departamento de Justicia y las fiscalías suiza y brasileña hablan de 439 millones de dólares en sobornos, de los cuales 11,2 se habrían pagado en Colombia. Pero esa suma puede aumentar porque el periodo indagado es solo del 2009 al 2014 y Odebrecht llegó al país en los 90 con el mismo esquema de sobornos”. Aquí entre nosotros y en voz baja, si descubrieron que fueron 11.2 millones de dólares, es porque el soborno tuvo que ser, por lo menos tres veces más grande. Igual hemos dicho de Reficar, del Guavio, de la calle 26, de la licorera de Caldas, de Interbolsa, de Saludcoop, por nombrar algunos.

Como para variar, en el medio aparecen los nombres de políticos, que sin importar partido u orilla que defiendan, siempre están presente para embolsillarse una plata. Gente pudiente, geste prestante, lo que habla a las claras del drama que vivimos porque si bien la ignorancia y la pobreza no disculpan el delito, el estudio, el estrato y el haber gateado en tapete desde niños, si lo agrava.

Pareciera que agotado el tema de la paz, la corrupción será el eje central de la próxima campaña presidencial. Nos gastamos una millonada en organismos de control y se nos llena la boca de babas al decir que tenemos Zar anticorrupción, un estricto Estatuto Anticorrupción que, como los lamentos y las serenatas en los parques cementerios, poco sirven. Y es que hasta día de la lucha contra la corrupción, tenemos (18 de agosto) y después nos extraña que se burlen de nosotros.

En Colombia, sólo uno de cada cuatro corruptos paga cárcel. Apenas la mitad son condenados con esta pena y de ellos, el 25% obtiene detención domiciliaria. El porcentaje de condenas efectivas no supera 2 años. El promedio de las penas para los delincuentes de cuello blanco es de apenas 24 meses y en muchas ocasiones es un periodo que se purga en pabellones especiales que les ofrecen privilegios con relación a los presos del común. De acuerdo con las cifras de Transparencia por Colombia, para el 83% de los colombianos, la situación en vez de mejorar está empeorando y la crisis se está profundizando. Existen varios estudios que afirman que a nuestro país le cuesta la corrupción, cerca de 4 puntos del Producto Interno Bruto, es decir más de 20 billones de pesos. Eso para hablar del sector público y no nombrar a las empresas del sector privado, que aunque con mejor imagen, delinquen y corrompen en iguales proporciones. O más.

Tal vez será nuestra herencia española o alguna jugada cruel del universo, pero los colombianos tendemos a la trampa. Le echamos agua a las naranjas, vendemos carne dura, mezclamos el pan viejo con el que acaba de salir humeante de los hornos, hacemos fraude en los exámenes, y sobornamos a policías y a porteros. La única forma que entendemos de ponernos en el lugar de los demás, es cuando nos colamos en la fila. Somos pícaros, ladinos, marrulleros, pillos, estafadores, truhanes y bribones.

Creemos socarronamente que la marrulla y la engañifa sólo existe cuando se habla en miles de millones. Pero no. Para no ir más lejos, Transmilenio calcula que el año pasado las cifras diarias de colados llegaron a los 200 mil, los que se traduciría en cerca de 120.000 millones de pesos, al año. El llamado robo hormiga en los supermercados puede llegar a los 150 millones de dólares, lo que significa que son muchos los desodorantes, cremas de afeitar y camisetas manga sisa que nos robamos a diario. Nos metemos la mentira que llevarnos las cobijas y hasta los chalecos salvavidas de los aviones, no es robar, como tampoco pegarnos subrepticiamente de la señal de cable del vecino, no pagar los trabajos recibidos, cambiarle el kilometraje al carro que vendemos o dejar un billete falso en la limosna.

Sin embargo, este país aguanta todo. O tal vez no y ese es el drama.

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