Un día de más, es un día de menos y por eso estoy convencido de que hay cosas que ya no veré en esta vida: el paso de un cometa, una aurora boreal, que se acabe el cuatro por mil, un jugador como Pelé y ver riendo a alguien del Centro Democrático.
Por alguna extraña razón, no se ríen. Siempre tienen el rostro adusto, la mirada hosca, el ademán arisco, el semblante huraño, la expresión esquiva. Un enigma digno del fraile Guillermo de Baskerville en El nombre de la Rosa del fallecido Umberto Eco, empeñado en descubrir el misterio del segundo libro de la Poética de Aristóteles, dedicado a la amenaza de la risa: “El hombre no debe reír porque, de hacerlo, su rostro asume el aspecto grotesco de un mono, y su alma pierde el temor a Dios”. Tal cual. Paradójicamente la antítesis de Guillermo es Jorge de Burgos, un monje anciano y ciego, encorvado y blanco como la nieve, venerado por el resto de los monjes, que lo temen tanto como lo respetan: “Aunque el cuerpo se encogía ya por el peso de la edad, la voz seguía siendo majestuosa, y los brazos y manos poderosos. Clavaba los ojos en nosotros como si nos estuviese viendo, y siempre, también en los días que siguieron, lo vi moverse y hablar como si aún poseyese el don de la vista. Pero el tono de la voz, en cambio, era el de alguien que sólo estuviese dotado del don de la profecía”.Tal cual.
Pero claro, muchos dirán que la situación no está para reírse. Y tienen razón, porque de alguna manera el país se nos deshace, la economía se nos descompone, la política da grima, la inseguridad nos turba y nos trastorna, pero para ser sinceros, la malparidez y mala leche poco ayuda.
Sus peleas son al mejor estilo kamikaze. Solos contra el mundo, enceguecidos por su verdad que creen única e irrepetible. No miden consecuencias, aunque paradójicamente poco dejan al azar. Dicen, hacen y repiten como dogma porque no quieren a nadie más que a ellos, a sus iguales o a los que se les parecen. No hacen amistades, tan sólo alianzas. No ceden y a lo sumo toman impulso. No olvidan y tan sólo aguardan una mejor oportunidad. No abandonan la lucha y tan sólo se llenan de motivos nuevos. Y por supuesto, se creen invencibles porque a pesar de los incendios, nunca han salido chamuscados. Karate mental en estado puro.
No se ríen, pero tampoco se acuerdan del papel que ellos han jugado en todo este desmadre. Prefieren la crítica a la propuesta, la murmuración al ofrecimiento, la patraña y la calumnia a los acuerdos. Por eso, tal vez un poquito de yoga o valeriana ayudarían y por supuesto, una pizca de autocritica. De pronto todos recuperaríamos la risa. O por lo menos, la tranquilidad.
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