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Arranco por decir que la mezcla de política y religión es un revoltijo explosivo que abruma y atafaga. Soy de esos ciudadanos promedio, que pagan impuestos a cuotas, que se queja de todo y hace poco, que vota en todas las elecciones, que le hace fuerza a otros colombianos, cliente asiduo de Datacrédito y que intenta, muchas veces sin lograrlo, ser un buen vecino.
Me gusta escuchar todas las opiniones, de las que derivo de alguna manera las mías como hacen los eclécticos, por lo que me defino como uno de ellos. Sin embargo hay tres temas que me causan urticaria: deporte, política y religión, porque creo que al respecto cada quien piensa lo que quiere, cada quien hace lo que quiere y cada quien opina como quiere. Por eso creo que lo mejor es no intentar convencer a nadie de que cambie de opinión y aspiro recibir el mismo trato. Mi lema es, en consecuencia, ¡a mí que no me jodan!
Sin embargo, en Colombia, el tema es complicado, más cuando las fronteras entre uno y otro, son porosas como dicen los funcionarios para describir la falta de controles entre las líneas que dividen los países. En nuestro país la libertad de cultos está consagrada en la Constitución de 1991, artículo 19: “Se garantiza la libertad de cultos. Toda persona tiene derecho a profesar libremente su religión y a difundirla en forma individual o colectiva. Todas las confesiones religiosas e iglesias son igualmente libres ante la ley”. Esto, sin embargo no es tan nuevo porque en la Constitución Política de 1853, el artículo 5 decía que “la República garantiza a todos los granadinos, la profesión libre, pública o privada de la religión que a bien tengan, con tal que no turben la paz pública, no ofendan la sana moral, ni impidan a los demás el ejercicio de su culto”. En resumen, cada quien puede creer y honrar a quien bien tenga. Según el Vaticano, Colombia es el séptimo país del mundo con más seguidores de la fe católica con cerca de 45.3 millones de seguidores. Sin embargo, es claro el gran avance que han tenido los cultos cristianos de todo tipo, que día a día se llenan de seguidores fervorosos y obedientes.
En política, ni se diga, porque acá aunque la ideología no es un tema fundamental, todos tenemos derecho a votar por quien queramos y si mañana opinamos al contrario, también es valedero. Como dicen en los programas matinales, “ la política es dinámica”.
Lo que resulta peligroso o por lo menos pesado y fastidioso, es la mezcla, lo cual no es nuevo, ni mucho menos. Desde la época de Laureano Gómez, la jerarquía católica sirvió de gancho ciego a los gobiernos de ese entonces, lo que derivó en el reguero de muertos de la violencia partidista. Los púlpitos se volvieron ventanas incendiarias y la enseñanza de las sagradas escrituras se cambió por arengas para perseguir a cachiporros y chusmeros.
Hoy por hoy y guardadas proporciones, está ocurriendo algo similar. Pastores, curas de iglesias grandes y pequeñas, monseñores, políticos de municipios y veredas, candidatos a senado, a Presidente y a mártires del Gólgota, han terminado revueltos en una misma bolsa. Como Transmilenio en hora pico, se frotan los ombligos uno a otro, se huelen los sudores y se pasan los piojos y la caspa.
Que la iglesia ha tenido posiciones políticas es obvio y saludable. Hasta Jesucristo tomó opción por los pobres, lo que de alguna manera era y es, una postura filosófica e ideológica, pero de ahí a convertir los altares en balcones partidistas, en perifoneo electoral, en altavoz proselitista, hay mucho trecho. Por lo menos a mí me maman los pastores aspirantes a curul o a sillón presidencial, que convierten sus creencias en plan de desarrollo nacional. Me aburre el curita de mi barrio mezclando el evangelio con sus posiciones uribistas. Me fastidian los obispos que entre líneas descalifican a aspirantes que defienden una que otra postura progresista. Me incomodan los funcionarios o ex funcionarios estatales que utilizan sus cargos para limpiar el alma criticando en público lo que suelen hacer bajo las sabanas. Me incomoda que la fe se convierta en tema de debate de política nacional.
Yo quiero ir a misa a pensar en Dios y quiero votar de acuerdo con mi conciencia. Sin embargo, vuelvo y reconozco que en política y religión, cada quien piensa lo que quiere, cada quien hace lo que quiere y cada quien opina como quiere, pero a mí, que no me jodan…
Cuando el columnista al terminar escribe vulgarmente “no me jodan” es porque su eclecticismo es sectario y no trata de evitarlo pues su reflexión , no la evita , es sesgada cuando apela a “posturas progresistas” sin entender a que “progresismo” se refiere, al que descalifica los cultos pero acepta la fe católica la practican casi todos los colombianos o a los que rechazan en las urnas en forma mayoritaria, un acuerdo firmado con criminales de la peor especie y hoy van rumbo al congreso.. Si cada cual opina y piensa como quiera, su eclecticismo no llega al intermedio para afirmar “que lo mejor es intentar no convencer a nadie de que cambie de opinión” y entonces el statu quo, es lo importante. Vaya revoltijo en su testa.
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La mezcla de política con religión se hace para manipular a los más incautos.
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Religion y política Bomba de tiempo NO permitamos que seamos un país narco comunista o como los países de musulmanes No
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