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De mi infancia me quedaron pocas cosas: pedirme ser Pelé en los partidos de banquitas, el olor a pomarrosa cada vez que mi mamá llegaba del mercado y el grito estentóreo de un señor que semanalmente pasaba por el frente de mi casa: ¡Se arreglan planchas, licuadoras y la de presión!. Por alguna razón hoy me acorde de él. Debe ser esta tristeza infinita que me embarga.

Y es que algo va de la malparidez, al pesimismo, de la mala leche y  la neurosis a la depresión. La primera es un estado de ánimo que puede golpearnos un martes de lluvia o un domingo a las seis cuando suenan las campanas para ir a misa. Es una actitud que se resume en odiar a los demás, incluidos sus sueños, sus miedos, sus proyectos, por la simple y llana razón que nos da la gana. Ser pesimista, en cambio, es una filosofía, una postura ante la vida en la que se entiende que el gris también es un color.

No necesariamente estar deprimido significa sufrir de depresión.

La depresión por su parte, es una enfermedad grave y complicada. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), al año mueren 800.000 personas en todo el mundo a causa del suicidio por esta causa. Se estima igualmente que cerca del 4.4% de la población mundial, la padece. Se caracteriza por un sentimiento constante de tristeza, pérdida de interés o de placer en la vida. Las personas que la padecen, generalmente sienten que no valen la pena, presentan problemas de sueño o apetito, cansancio y una gran dificultad para concentrarse. Existen muchas causas, incluyendo factores genéticos, biológicos, ambientales y psicológicos. La depresión puede comenzar en la juventud o en adultos jóvenes. Según Naciones Unidas, Colombia ocupa el octavo lugar en Latinoamérica, en donde más personas la sufren. Eso quiere decir que cerca del 4.7% por ciento de personas se ven afectados por esta enfermedad. No respeta estratos sociales, ni edad,ni razas y como las paperas, el sarampión y la falta de sexo, a todos puede llegarnos en algún momento de la vida.

Con un sistema de salud cojo, desvencijado y saqueado como el nuestro, es fácil entender que la depresión y en general problemas que afecten a la mente, son de alguna manera subvalorados. Para pedir una cita por este mal, se necesita de valor y de paciencia, para que se la den, estar de suerte y para que lo atiendan, se requiere de un milagro. Aunque está clasificada como una enfermedad no transmisible, lo cierto es que es una dolencia que afecta no sólo al individuo sino a todos los que lo rodean. Sin embargo, hay que tener en cuenta que muchas veces la familia o los amigos, creen y comentan, que lo que le pasa a la persona es que es muy negativa, que es un pesimista, que no quiere ayudarse a salir del hueco, que hay gente más jodida, que ánimo, que ponga buena cara, que todo va a estar bien. Sin embargo, el que la padece, siente que su vida es un abismo y que los demás le están diciendo que siga hacia delante, como una cruel paradoja.

No es lo mismo la malparidez que la depresión.

Hay momentos en la vida en los que la mierda llega al cuello y no se tiene la fuerza, ni las ganas de limpiarse y seguir hacia delante y por eso, la depresión se está convirtiendo en una plaga que se extiende cada día.

En mi caso, no he vuelto a escuchar al señor que arreglaba las ollas y las licuadoras, las pomarrosas valen un ojo de la cara y Pelé anda jodido de la cadera, del menisco y la columna…

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