En la vida he hecho muchas cosas. Unas buenas, otras malas, unas divertidas, otras no tanto, bien pagas, mal pagas, aburridas, cotidianas, creativas, pero ninguna tan retadora, provocadora y provocativa como la educación. Durante veinte años he sido profesor universitario en temas que tienen que ver con la comunicación y el periodismo. Luego de unos años sabáticos volví a la academia y ha sido una inyección de vida.
Fue poco tiempo, pero en realidad, algunas cosas han cambiado. Los jóvenes de hoy piensan distinto, hablan diferente, sienten otras cosas, quieren y sueñan de otra manera. Otras siguen intactas, porque aunque no comen entero, tampoco quieren masticar, poco escuchan y a pesar de sus gritos libertarios les siguen gustando más las recetas que los retos, la tranquilidad que los desafíos, las fórmulas que las provocaciones.
Los jóvenes de hoy piensan distinto, hablan diferente, sienten otras cosas, quieren y sueñan de otra manera.
Algunos dirán que es locha y desidia, pereza o indolencia, comodidad o indiferencia. Yo simplemente creo que es miedo, físico culillo de aceptar que están vivos, que son los dueños de su propio destino, que las reglas no son más que menstruaciones esporádicas que vienen y se van, que el futuro no existe como tampoco los pasados, que la rumba y la recocha no son más que momentos creativos, creación de recuerdos perennes, que los yines y pulseras pasarán, como pasarán el hip hop y el reguetón.
Los jóvenes de hoy, y los de ayer y los de mañana, son, hemos sido y serán, una especie de hijos castrados del sistema, que o bien se adaptan y se absorben o bien se marginan y elevan sin eco sus voces de protesta. La religión, la familia, la sociedad y por supuesto la educación se han encargado de meterlos en la fila, de alinearlos, de hacer que “cojan juicio” como si nunca lo hubieran tenido.
Los jóvenes en todas las épocas han sido los hijos castrados del sistema
Por eso la educación como decía Paulo Freire ( y algo va de Paulo Freire a Paulo Coelho y a Paulo Roberto Falcao) debe ser una educación problematizadora. En sus palabras “no se trata ya de entender el proceso educativo como un mero depósito de conocimientos sino que es un acto cognoscente y sirve a la liberación quebrando la contradicción entre educador y educando. Mientras la «Educación Bancaria» desconoce la posibilidad de diálogo, la «Problematizadora» propone una situación gnoseológica claramente dialógica.
Desde esta nueva perspectiva, el educador ya no es sólo el que educa sino que también es educado mientras establece un diálogo en el cual tiene lugar el proceso educativo. De este modo se quiebran los argumentos de «autoridad»: ya no hay alguien que eduque a otro sino que ambos lo hacen en comunión”.
La educación en general y la universitaria en particular debe ofrecerle al estudiante la posibilidad de elaborar sus propias teorías, sus propias ideas de cómo cambiar el mundo y la profesión, de armar sus propios argumentos dentro de un espíritu solidario, creativo y respetuoso de las ideas ajenas. Alejar a los jóvenes de las recetas y las fórmulas mágicas, darles la posibilidad de equivocarse, de fracasar, de volverse a levantar. Auparlos a que respeten las teorías y las ideas de algunas mentes brillantes que un día se atrevieron, pero invitarlos a que las superen, las modifiquen, las deconstruyan como seres eclécticos que saben que otros se inventaron el agua, pero ellos son dueños de sus propios hielos. Desmitificar la autoridad de los docentes y construir entre todos una nueva forma de entender el mundo y el país. Las aulas deben convertirse en campos de batalla, donde las ideas y los argumentos se crucen centelleantes y no haya vencedores ni vencidos.
En palabras del Papa, los jóvenes tienen la necesidad y la obligación de hacer lío, de desplegar sus propias alas y elaborar su propio plan de vuelo.
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