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A los colombianos nos gusta suponer, teorizar y, en general, inventar nuestros propios cuentos. Somos los reyes de la especulación, de las medias verdades y las verdades a medias, porque preferimos completar lo que vemos y lo que oímos con aquello que creemos o queremos.

La clave de una buena especulación es que tenga una base de verdad, por pequeña que sea, que es en últimas lo que le da un toque de credibilidad. En eso se diferencia de las fake news. A partir de ahí, la grieta para el ingenio y la inventiva está abierta y le cabe de todo, desde el deseo tranquilo de que algo pase hasta la envidia y la dosis de maldad. Con un agravante: en Colombia todo es posible y lo que ayer fue una teoría, mañana puede ser una verdad.

La clave de una especulación, es que tenga una base de verdad.

Especular es un deporte nacional porque no leemos, porque no escuchamos, porque no estudiamos, porque no entendemos, porque no conocemos y, sobre todo, porque no somos capaces de aceptarlo y no queremos estar nunca por fuera de la foto. Preferimos sacarnos de la boca un manjar para inventarnos una mentira, que aceptar que no sabemos. “La que no sabe, se las inventa”, decían las mamás. Y tenían razón.

En Colombia todo es posible y lo que ayer fue una teoría, mañana puede ser una verdad.

Antes, la presión era menor porque las oportunidades de pasar por ignorantes eran contadas: las filas en el supermercado, los almuerzos familiares o los entierros de alguien conocido y pare de contar. Hoy, en cambio, todos nos perdemos la oportunidad de estar callados, de quedarnos mudos ante lo que no se está seguro o no se sabe, porque el silencio o la falta de opinión se han convertido en grosería y mala leche.

Tal vez si especuláramos menos y confirmáramos más, viviríamos un poco más tranquilos, porque a la larga no se trata de saberse todas las respuestas, sino de hacerse todas las preguntas.

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